“The number of transistors and resistors on a chip doubles every 24 months”. – Gordon Moore
Un niño de seis años le dice a su padre: “tengo una idea: le ponemos ruedas y un chip al vaso para que me traiga agua a mi cuarto”. La idea, aunque no era nueva, hace sentir orgulloso al padre (felicidades a todos este domingo) pero, en especial, nos deja claro que tan interiorizado tenemos al famoso “chip”. Lo usamos en frases coloquiales. Incluso era parte del nombre de una banda musical de Torreón que duró menos tiempo que el usado para comprobar la Ley de Moore.
Estos minúsculos objetos básicamente contienen estructuras en forma de waffles hechos de un semiconductor (el Silicio es el más utilizado, otro sería el Germanio ) que tiene la capacidad de pasar de ser un elemento aislante a uno conductor (no muy bueno, pero lo suficiente) de tal manera que al agregar una cantidad mínima de fósforo o arsénico se convierta en tipo Negativo o de boro o galio para hacerlo tipo Positivo: dopaje del semiconductor.
Al juntarlos, puedes hacer cosas interesantes formando un diodo , la forma más básica de un semiconductor. Esto permite jugar con los electrones al enviar una carga de voltaje y así abrirse al hermoso mundo de las puertas Booleanas. Pero hasta ahí la fascinante mezcla de electrones libres aplicados al hardware para darnos la capacidad binaria que habilita al software .
Cada procesador tiene un diseño especial para la manera en cómo se colocan las piezas entre tipo N y tipo P. Con cada diseño se vuelven más sofisticados. La mayoría de los chips que utilizamos vienen de fundidoras. Estas producen sus chips sin marca. De esta manera, fabrican los diseños de otros, los cuales les ponen su marca. La principal fundidora es taiwanesa, hay otras, pero no es un negocio al cual se puede acceder de manera sencilla.
La inversión para hacer una fábrica de semiconductores requiere grandes cantidades de dinero, agua y electricidad. Algunos gobiernos asiáticos invirtieron mucho para ser claves en la producción global de chips. Es cuestionable el que no se imaginaran la gran demanda que vendría por parte de un mundo hiperconectado con millones de gadgets utilizando chips.
Hoy se construyen chips para autos (y tal vez vasos con ruedas), cómputo, electrónicos de consumo, para uso industrial, militar, aeroespacial, salud, energía, comunicaciones (con cables e inalámbricas)... Estas áreas representan utilidades cercanas a los 400 mil millones de dólares (2019), sin contar las fundidoras.
Para entender cómo crece la demanda de estos objetos no vayamos a todos los gadgets en tu casa. Veámoslo mejor en números: a principios de este milenio se calculaba que los componentes electrónicos representaban un 18% del valor total del vehículo, hoy se estima que son 40% y, para el 2030 se espera que representen 45%. Supongo que si te trasladará un vehículo autónomo, mucho más.
Ante este incremento de gadgets, chips en todas las cosas y cada vez mejor tecnología en nuestras manos es obvio que hay que invertir. Además están todas las grillas internacionales, y pues, es claro que además de la independencia energética, la tecnológica es crucial. El anuncio de Intel de este marzo para invertir 20 mil millones de dólares en Arizona nos lo deja muy claro y se debe aplaudir. Esperemos que haya suficientes chips para que la inteligencia artificial habilite los canales logísticos y de manufactura lo más posible, para tener cuanto antes su entrada al mundo de las fundidoras, además de seguir haciendo sus propios chips.
Nota: La opinión de Ricardo Blanco es personal y no refleja la del medio ni la de la empresa para la que trabaja.
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