Por JOSÉ MANUEL CAJIGAS

Los aniversarios son celebraciones confusas. Más confusos cuando los actores (Zelenski, Trump y Vance) se gritan en el Despacho Oval de la Casa Blanca ante los atónitos ojos del mundo. La guerra no se celebra. Han pasado tres años del inicio de la guerra en Ucrania, la invasión a gran escala tras un primer capítulo en 2014 con la anexión de Crimea, y lo importante es que en esa cuanta hay que ir sumando varios días más. Lo importante y trágico son los días de guerra que están por venir.

Hay aniversarios de comienzos, finales y situaciones transitorias o que perduran y cuyo desenlace futuro es incierto; una incógnita excepto para aquellos que leen el porvenir y de los que conviene desconfiar.

A estas alturas a los mexicanos no les vamos a descubrir nada sobre la personalidad de Trump; quizá haya sorprendido más la violencia zafia del vicepresidente Vance. Parecen los sucesores del presidente James Polk y de su general Zachary Taylor, enviado al territorio entre el río Nueces y el río Grande, para desatar una guerra de anexión por todos conocida. En menos de 27 años el México independiente acabaría perdiendo más de la mitad de su territorio tras separarse de la Corona de España. Un éxito de los nuevos dirigentes del México independiente ante la voracidad del vecino del Norte que Putin se ha encargado de recordar.

Por ello, en estas fechas, si hubiera que celebrar algo sería que la valentía, el sacrificio, el coraje y la enorme capacidad de resistencia del pueblo ucraniano sigue plantando cara a la brutal, ilegal e injustificada agresión criminal de Rusia, el horror iniciado hace tres años y varios días.

En este tiempo Ucrania se ha convertido en el escudo protector de las libertades, derechos y valores democráticos del mundo libre. Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos. Es Ucrania la que ha sufrido el desgaste, la destrucción y la pérdida, sobre todo de vidas humanas, de esta monstruosidad.

Ahora lo relevante son lo días que están por venir. ¿Vamos a abandonar a Ucrania? ¿Vamos a contribuir a la indignidad o a mirar a otro lado mientras se traiciona al pueblo ucraniano y se violenta el Derecho Internacional impunemente?

En México suele ser lugar común opinar que es un conflicto lejano, sin repercusión real para el pueblo mexicano. Craso error, pues no se tiene en cuenta que el nuevo amigo de Putin vive en el piso de arriba de los mexicanos. Entiendo el agotamiento de la opinión pública ante las noticias de la guerra de Ucrania, en la vorágine de la información actual que acaba tapando una calamidad con la siguiente. Bastaría que el público viera la película polaca “Gente”, que transcurre en los primeros días la invasión rusa en febrero y marzo de 2022. En un acto patrocinado por la Embajada de la Unión Europea en México se proyectó recientemente en la Cineteca Nacional de Ciudad de México, con la presentación de la embajadora polaca Agnieszka Frydrychowicz-Tekieli y la embajadora ucraniana Oksana Dramaretska. El embajador de la Unión Europea, el portugués Francisco André, pronunció un discurso de gran calado político y enorme sensibilidad. La película supone un grito desgarrador, un golpe brutal en la conciencia del espectador.

En estos días han irrumpido en el escenario tenebrosas posibilidades de terminación de la guerra. Indocumentadas e insensatas declaraciones del presidente de EE. UU. abren unas negociaciones secretas en Arabia. Resulta preocupante que hayan sido bien acogidas por Putin y Lavrov. No parece un buen camino iniciar una negociación regalando bazas al contrario y dañando la idea de Justicia. La escena en la Casa Blanca añade desazón. Ningún acuerdo de paz debiera negociarse ni ejecutarse sin la participación y conformidad de Ucrania, país agredido. Ninguna solución debe desconocer la soberanía y la seguridad permanente de Ucrania. No caben acuerdos que legitimen, amparen, justifiquen o premien al agresor. No sólo por elementales principios jurídicos y humanitarios, sino porque semejante salida al conflicto envalentonará y afianzará el confesado expansionismo ruso. Una vez rota la presa que sujeta la brutalidad de caudillos y tiranos, autócratas de todo signo, ¿qué pueden esperar las minorías, los débiles, o los países pequeños? Serán pisoteados, marginados y saqueados inmisericordemente. Maduro ocupará Esequibo y Trump dominará Groenlandia. ¿Debe temer México otros mordiscos futuros a su territorio?

Se pontifica ahora sobre la debilidad de Europa, sobre la necesidad de fortalecerse y rearmarse en todos los sentidos. Sin duda, con razón; “si vis pacem para bellum”. Con más motivo, siendo débiles, se debe ser intransigente con la prevalencia de la ley. La fuerza bruta, ley del Salvaje Oeste, supone la disolución de la civilización y el derrumbe de cientos de años de avances de nuestras sociedades. De puro sabido se olvida que el Derecho es la protección del débil.

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince recientemente recordaba en excelente artículo la importancia de no dejarse avasallar en Europa y defender los principios y valores que sustentan las sociedades abiertas y democráticas.

Nos jugamos mucho en Ucrania. La defensa de la dignidad y la soberanía de este país no sólo es una barrera frente al totalitarismo agresivo de su vecino sino frente a los autoritarismos locales, espacio donde coinciden fanáticos religiosos como los islamistas o algunos norteamericanos, o los que podríamos llamar poscomunistas o posfascistas. Europa es más fuerte de lo que aparenta, pero necesita desesperadamente un Winston Churchill porque los actuales líderes europeos no dan la talla, aunque les encante hacerse fotos. EE. UU., aun conociendo la necesidad de sus actuales dirigentes de usar exabruptos, exageraciones y aspavientos que hagan ver a sus votantes que en pocas semanas se ha producido un cambio radical en todo, debe decidir si continúa o no en el bando de la libertad y la civilización democrática, asumiendo que priorizará sus intereses particulares, como siempre ha hecho por otro lado. Trump tiene necesidad de acabar la guerra de manera rápida para centrarse en otras cuestiones; no sé si es del todo consciente de que el modo en que lo haga es absolutamente determinante. ¿Acaso piensa Trump que traicionar a sus tradicionales aliados le permitirá contar con ellos en sus futuras guerras en el Pacífico?

Si bien los tres años de resistencia ucraniana han sido esenciales, son precisamente los meses siguientes a este aniversario los que determinarán el nuevo orden mundial. Parece que Trump y Putin lo tienen más claro (¿acordado?) que los líderes europeos y la capacidad de aguante ucraniano está agotada sin el apoyo norteamericano.

No hay nadie que desee más la paz que la propia Ucrania. La reparación de los terribles daños de la guerra, aquellos susceptibles de ser reparados, y la reconstrucción de un país que ansía el bienestar, la libertad y la democracia, supondrá una tarea titánica con un coste elevadísimo. Es indignante que al país agredido se le presente una cuenta a pagar cuando se encuentra en absoluto estado de necesidad y precariedad y se pretenda aprovechar tal situación para condicionar futuros negocios o para hacerse con recursos naturales, como los minerales denominados “tierras raras”. Ucrania tiene derecho a existir y derecho a exigir que el causante del daño, Rusia, responda de ello y resarza y compense todo el perjuicio y destrozo provocado por su invasión.

El esperpento valleinclanesco de Trump ha de tener un límite; la responsabilidad de los dirigentes americanos y europeos debiera prevalecer. El dólar, la carrera del espacio, las zonas de influencia en el mundo, mucho dinero y muchas vidas están pendientes del último acto de este drama. Lamentablemente la encerrona con objetivos premeditados de dos matones a un hombre que tampoco destacó por su astucia o prudencia, quizá pensando erróneamente que estaba en casa de sus aliados, ha tenido un breve eco de abrazos sin compromisos serios de los aliados europeos y todo ello deja poco margen a Zelenski.

La guerra de Ucrania acabará; y esperemos que pronto. No conocemos su final o lo que el futuro depara al pueblo ucraniano y a sus vecinos, por carecer de facultades adivinatorias. Se pueden temer las consecuencias del puñetazo en la mesa del tablero geoestratégico propinado por Trump. Lo que sí sabemos es que resulta vital que lleguemos a celebrar el aniversario del final de esta guerra tras la derrota y castigo del agresor y el triunfo de la libertad, la justicia y los principios que garanticen una existencia segura de Ucrania en igualdad de condiciones con el resto de las naciones. Otro desenlace ni será un final, pues se habrá elegido el deshonor y tendremos más guerra, ni será digno de conmemorarse.

Abogado e historiador

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