Por GUILLERMINA BENAVIDES
Pensar en el futuro siempre ha sido una tarea compleja. Aunque vivimos en constante toma de decisiones bajo la expectativa de lo que vendrá, a la mayoría no nos enseñaron a pensar en el futuro de manera consciente y estructurada. Invertir en educación es una apuesta a ese futuro: creemos que una sociedad con más oportunidades de educación de calidad, pertinente y con equidad, se traducirá en una mejor calidad de vida para todos. Sin embargo, el contexto que enmarca a la educación, y particularmente a las universidades, ha cambiado, de tal forma que lo que antes parecía una garantía, hoy está en duda. Si la educación es clave para el futuro, también debe aprender a responder a él de nuevas maneras y con capacidad de reinventarse.
La educación sigue siendo una vía de movilidad social, pero la trayectoria que ofrece hacia mejores oportunidades ya no resulta tan clara ni automática como lo era antes. En el Reino Unido, según The Economist (2025), los graduados enfrentan mayores dificultades para insertarse en el mercado laboral y la prima salarial asociada a contar con un título universitario se ha reducido en la última década. Al mismo tiempo, las necesidades del mercado ya no se concentran en egresados universitarios, sino que se han ampliado hacia perfiles técnicos y vocacionales. Además, en ciertas disciplinas la oferta de puestos ha caído de manera drástica, y muchos graduados terminan aceptando empleos fuera de su área de especialidad.
¿Qué significa esto para las universidades y para quienes las lideran? Significa que ya no podemos seguir concibiendo la educación superior como lo hemos hecho durante décadas. Como cualquier otra organización, las universidades públicas o privadas se desenvuelven en entornos de cambio acelerado, marcados por la incertidumbre. Ésta se entiende como la falta de certeza sobre el resultado de una decisión futura, derivada de información incompleta o de factores imprevisibles, lo que implica tomar decisiones considerando múltiples escenarios posibles. En este contexto, la revolución tecnológica y la inteligencia artificial, la transformación de los mercados laborales y la emergencia climática, obligan a cuestionar de manera profunda qué entendemos por universidad y cuál es el verdadero valor agregado que ofrece a sus egresados.
Durante mucho tiempo, el principal valor de la universidad radicaba en la transmisión de conocimiento. Hoy ese conocimiento está abierto y disponible en múltiples formatos. Por ello, la reflexión debe ir más allá y centrarse en cómo la universidad puede seguir siendo relevante para las personas y, al mismo tiempo, consolidarse como generadora de oportunidades en un mundo donde la información está al alcance de todos.
Aquí es donde se vuelve indispensable trabajar con una visión de futuros y con prospectiva estratégica. No se trata de predecir lo que sucederá, porque eso no es posible, sino de explorar diferentes futuros plausibles y usarlos para orientar decisiones en el presente que nos preparen mejor para lo que está por venir. En el Tecnológico de Monterrey hemos emprendido un ejercicio de identificación de tendencias que pueden transformar lo que entendemos por universidad y educación superior. Este trabajo se ha desarrollado de manera participativa, en distintas ciudades y con diversos actores, y se complementa con una alianza con el Foro Económico Mundial para aprovechar su Sistema de Inteligencia Estratégica. Con esta herramienta estamos construyendo el Mapa de Transformación de la Educación Superior en Economías Emergentes, concebido como un instrumento ágil que permita a los tomadores de decisión identificar tendencias e implicaciones, visualizar interconexiones y anticipar posibles escenarios.
Este esfuerzo se suma a otras iniciativas, como la Cátedra UNESCO en Liderazgo Anticipatorio, cuyo propósito es abrir un espacio de reflexión sobre los posibles futuros de la educación superior en la región. Como señala la UNESCO, la universidad no puede pensarse únicamente desde el mercado laboral ni desde el pasado: debe reconocer tensiones, abordar cuestiones de justicia y asumirse como un bien público orientado al bien común.
La educación es, sin duda, nuestro mayor compromiso con el futuro. Pero este compromiso no puede permanecer anclado en el pasado. Ante los cambios que se presentan con la inteligencia artificial, la automatización, el aprendizaje a lo largo de la vida y los modelos no tradicionales de enseñanza, necesitamos imaginar múltiples futuros y partir de esa base para preguntarnos, con visión y responsabilidad, qué tipo de universidades y qué tipo de graduados queremos formar, y para qué futuro los estamos preparando. La pregunta de fondo es si esos graduados contarán con los conocimientos, habilidades, competencias y valores necesarios para enfrentar los futuros que pueden venir.
Escuela de Gobierno y Transformación Pública, Tecnológico de Monterrey