Por Óscar David Hernández Carranza
Una serie de televisión pone frente al espectador una escena común: una familia cualquiera, como la nuestra, desmoronándose por dentro. ¿El detonante? El acoso escolar. Aunque parezca una ficción más, para miles de familias mexicanas esta historia no es un guion, sino una herida abierta que no cierra.
La violencia escolar —física, verbal, digital o emocional— no distingue salones, clases sociales ni horarios. Se manifiesta en un baño, en redes sociales, en un grupo de WhatsApp. Desgasta, desestructura y, en los casos más graves, destruye. Es un fenómeno silencioso que ha dejado de ser una “etapa” o un “asunto de niños” para convertirse en una crisis nacional con consecuencias profundas, tangibles y, sobre todo, prevenibles.
Las cifras son devastadoras. En México, 7 de cada 10 estudiantes han sido testigos o víctimas de acoso escolar. Un 32% lo sufre directamente. Las consecuencias no solo se lloran en silencio: también se cuentan en pesos, en salud mental perdida y en vidas truncadas.
Un estudio reciente estima que el acoso escolar y el ciberacoso generan un costo anual superior a los 7 mil millones de pesos, derivados solo de impactos directos en la salud mental de jóvenes entre 14 y 25 años. El precio humano es aún más alto: ansiedad, depresión, insomnio, autolesiones, abandono escolar, aislamiento. Hasta el 75% de los menores víctimas de bullying presenta síntomas clínicos, y el 8.4% ha considerado el suicidio. El ciberbullying duplica esta probabilidad.
La violencia escolar no solo hiere el cuerpo, hiere la mente y es que el ciberacoso ha transformado las reglas: no tiene horario, no tiene espacio. Opera con anonimato, rapidez y viralidad. ¿El resultado? Solo el 10% de las escuelas en América Latina cuenta hoy con protocolos digitales efectivos.
El verdadero problema, sin embargo, es el silencio. Un silencio institucional, docente, familiar. Un silencio que protege al agresor y revictimiza al afectado. La mayoría de los docentes (60%) no sabe cómo actuar. Menos del 0.3% del gasto educativo se invierte en prevención. El mensaje implícito es brutal: aquí no pasa nada… hasta que pasa.
Pero hay esperanza. Países como Noruega, Finlandia o Corea del Sur han demostrado que la prevención sí funciona cuando hay voluntad, visión integral y política pública alineada. Se necesita intervenir en el aula, pero también en el recreo, en casa, en la ley y en el corazón.
México ya está dando pasos. La norma BULL-LI:2015/A, marco pionero contra el bullying, está siendo revisada para crear una versión más robusta, actualizada y centrada en cuatro pilares: Salud Mental, Mejora Regulatoria, Participación Social y Entornos Digitales Seguros. La nueva BULL-LI:2025/A será presentada el 6 de noviembre de 2025. No es un parche, es una apuesta: por la vida, por la dignidad, por la infancia.
Pero esta tarea no se resuelve con decretos. Se construye todos los días. Como dijo Rosalind Wiseman, autora de Queen Bees and Wannabes: “El silencio no protege a las víctimas, protege al agresor”.
Es momento de romper ese silencio. Crear aulas sin miedo no es solo una necesidad educativa: es una urgencia ética. Invertir en prevención es invertir en el futuro de México. Es proteger a quienes aún creen que el mundo puede ser un lugar seguro. Y tienen razón.
"El bullying no es cosa de niños. Es cosa de todos".
Presidente del Consejo Directivo de Protocolo Antibullying