La flamante jefa de gobierno de la Ciudad de México está siempre a la caza de cosas que le pueda regalar a los votantes. Ahora se trata de las licencias de manejo sin límite de caducidad, aunque el portador rebase los 90 o 100 años de edad. Cualquier ciudadano puede canjear su vieja licencia por una permanente y los que solicitan la licencia por primera vez solo tienen que responder unas pocas preguntas “teóricas”. El examen es tan sencillo que resulta difícil reprobarlo aun sin haber estudiado nunca el reglamento de tránsito.
La estupenda idea de prescindir del examen de manejo se remonta al sexenio de López Obrador como jefe de gobierno de la Ciudad de México. Supuestamente para eliminar la corrupción, en el Reglamento de Tránsito del DF, publicado el 30 de diciembre de 2003, se estipula que la licencia es permanente y los tenedores de licencias tipo A (para autos particulares de menos de 3.5 toneladas) solo deberían pagar las cuotas correspondientes.
Pero la Ciudad de México no es la excepción. Muchos otros estados otorgan licencias de conducir sin requerir un examen práctico de manejo. Ya pocos se acuerdan de cuando comenzó esta práctica en CDMX, pero el hecho es que, aunque Miguel Mancera inicialmente quería reintroducir el examen práctico, el requisito se eliminó del borrador del Reglamento de la Ley de Movilidad de 2017. Y es que es típico de los populistas ofrecer beneficios gratuitos a la ciudadanía, como la licencia de conducir, porque los agradecidos conductores son votos potenciales. A todos nos encanta ser “beneficiarios” de la última ocurrencia del líder en turno.
La práctica mexicana desafía no solo la lógica más elemental, sino también compromisos internacionales asumidos por nuestro país. Específicamente, México es signatario de la Convención de Viena sobre Tránsito Vial, que en su capítulo IV establece: “ARTÍCULO 41 Permisos de conducir: (a) Todo conductor de un vehículo motorizado deberá poseer un permiso de conducir; (b) Las Partes Contratantes se comprometen a garantizar que los permisos de conducción se expidan únicamente después de que las autoridades competentes verifiquen que el conductor posee los conocimientos y habilidades requeridas”.
Es obvio y elemental que la “habilidad” para conducir solo puede ser medida a través de un examen práctico.
Desde la implementación de esta política irracional, las calles de México se han vuelto más peligrosas. Sin una evaluación adecuada, conductores con poca o nula experiencia están al volante, incrementando los riesgos para todos. Pese a las evidencias y a los principios de seguridad vial, la tendencia persiste y con la nueva ola de populismo se ha ido un paso más allá: se regresa a las licencias sin límite de vigencia. Es solo cosa de unos meses para que otros gobiernos estatales copien la nueva “utopía” de Clara Brugada.
Y es que la medida no le cuesta dinero al gobernante. Solo le cuesta vidas a la sociedad y esas nadie se las va a reclamar a Clara.
De hecho, México enfrenta desde hace años un grave problema en cuanto a accidentes viales. Según estadísticas recientes, el país registra 45 muertes diarias por percances de tránsito, lo que equivale a una tragedia cada media hora. En México mueren 128 personas anualmente por millón de habitantes, debido a accidentes de tráfico. Es una tasa de mortalidad cuatro veces mayor que la de España, Alemania y la proverbial Dinamarca. Y, aun así, el dato me parece maquillado. Así como México nunca reportó a las agencias internacionales las muertes exactas por Covid durante la pandemia, no creo que se tomen la molestia de clasificar los decesos en los hospitales de manera correcta, si es que acaso las victimas viales llegan a tocar un hospital. Por millón de kilómetros manejados, México tiene cuatro veces más defunciones que en Estados Unidos.
Otorgar licencias de manejo sin un examen práctico no solo es una irresponsabilidad, sino que constituye una práctica criminal que pone en peligro a millones de personas y, como dijimos, viola el espíritu de la Convención de Viena que hasta ahora las Cámaras se han olvidado de ratificar. Quizás para que en México cada estado pueda hacer lo que literalmente se les dé la gana con las licencias de conducir.
Desafortunadamente, no tengo esperanza alguna de que se tomen medidas al respecto: en México, el inexorable carrusel de la muerte prematura sigue girando día tras día, sin que nadie lo detenga ni desafíe su rumbo.
¿Cuántos países en el mundo están conscientes de que al aceptar las licencias mexicanas para rentar autos están reconociendo un documento que se obtuvo de forma contraria a lo estipulado por la Convención de Viena?