La Organización para la Cooperación y el Desarrollo y Económicos (OECD) dio a conocer hace algunos días los datos del desempeño económico de México durante 2019 y 2020, así como las proyecciones que hacen hasta fines de 2022. Los datos históricos son los reportados por México, como miembro de la OECD, y los cálculos a futuro son elaborados por los capaces economistas de la organización. De los datos disponibles en la página de la OECD se desprende que el Producto Interno Bruto de México (PIB) aún no recupera el nivel del último trimestre de 2018, lo cual sucederá apenas hasta fines de 2022. La gráfica muestra la curva de descenso del PIB de México, muy pronunciado en 2020 y con una recuperación muy gradual durante 2021 y 2022.
No todos los países han seguido la curva de descenso de México. En la gráfica se puede apreciar el descenso y recuperación del PIB de los países que integran el “grupo de los 20” (G20), es decir, las 19 economías más grandes del mundo y la Unión Europea. El G20 concentra 90% del producto y dos terceras partes de la población mundial. México es parte del grupo. Como se puede apreciar de las curvas, las economías reunidas en el G20 ya rebasaron en 2021 el nivel de producción de fines de 2018 y para fines de 2022 se proyecta que hayan crecido un 12%. México es colero del G20.
Lo malo de todos estos datos es que regresar al PIB de fines de 2018, cuatro años después, no significa ninguna “recuperación”. En el ínterin habrán nacido cinco millones más de mexicanos, de manera que el PIB per cápita habrá descendido alrededor de 4.5%. Recordemos que el PIB es la suma de todo lo que se produce en el país como mercancías y servicios, la riqueza generada durante un año. Si la riqueza producida permanece igual, después de cuatro años del actual sexenio, no solo nos hemos quedado estancados, hemos retrocedido, ya que la riqueza creada por persona es menor que al principio de este gobierno. Para recuperar el nivel del PIB per cápita de principios del sexenio, el PIB debería crecer al menos 6.6%, en total, durante 2023 y 2024. Pocos economistas y pocas agencias internacionales piensan que eso será posible. De hecho, para solo hablar del período hasta 2022, en estos cuatro años de estancamiento la población económicamente activa habrá crecido en 6% (dado que hace 15-20 años la población crecía más rápidamente). La mayoría de los jóvenes que deberían ingresar a la fuerza laboral no encuentran ni podrán encontrar trabajo.
Es claro que los apologistas de la actuación económica de este gobierno le atribuyen todo el retroceso a la epidemia. La curva del PIB del grupo de los 20, sin embargo, nos muestra algo diferente. Nos dice que sí existían estrategias alternativas y que en momentos de crisis hay que adoptar una política fiscal expansiva, como se hizo en Estados Unidos y la Unión Europea, por ejemplo. México optó por la camisa de fuerza de la austeridad, a pesar de que había la posibilidad de recurrir a líneas de crédito disponibles para el país. Se ahogó a la actividad económica ya desde antes de la epidemia, como la curva de la OECD muestra claramente. Fue un ejercicio de “economía vudú” muy parecido a la austeridad que le recetaban los economistas neoliberales de Chicago a Latinoamérica en la década de los ochenta. Es una ironía más del fracaso mexicano que ocurre supuestamente combatiendo la política neoliberal, mientras que en realidad la reproduce en lo fundamental. Los otros países del G20 actuaron de manera más ágil y menos doctrinaria y los resultados están a la vista, para quien los quiera ver. Hoy la economía mexicana va a remolque de la economía de Estados Unidos y habrá que rezar para que a los norteamericanos les vaya bien, para que importen más de nuestro país y los compatriotas envíen más remesas (y ya el gobierno se colgó la medalla de las remesas).
Ya desde ahora se puede decir que este es un sexenio perdido, uno en el que la economía mexicana habrá retrocedido en todos los frentes. El INEGI acaba de reportar en noviembre, en su cuantificación de la clase media 2010-2020, que el porcentaje de personas de clase media bajó del 42.7% al 37.2% de la población, mientras que los pobres pasaron de ser el 55.8% de los mexicanos para abarcar ahora el 62%. La clase media, tan vilipendiada en las mañaneras, está efectivamente en transición hacia los niveles de ingreso que la harán dependiente del “bienestar” de los programas sociales con los que hoy se compran votos.
Los datos del INEGI y la curva del PIB nos revelan una y la misma historia: el país se ha empobrecido en este sexenio. Y los costos han sido enormes: la violencia no cede, se mantiene igual que en 2019. Los muertos por la epidemia y daños colaterales llegan ya a más de 650 mil personas. El país ha sido militarizado a todos los niveles. El sistema de salud fue descuartizado en 2019 y aun no se recupera. La corrupción no ha dejado de permear toda la acción gubernamental, pese a todo lo que se diga desde Palacio Nacional. Es más, esa corrupción ha quedado ahora blindada por un decreto/acuerdo que convierte cualquier capricho gubernamental en asunto de “seguridad nacional”, imposible de ser cuestionado. El fiscal de la Federación es un malhechor que trata de meter a la cárcel a científicos mientras que los carteles a cambio de balazos reciben abrazos.
Todo esto es una pesadilla autoritaria que apenas va a la mitad.