De pronto en México se ha desatado el debate sobre el uso de la ivermectina como medicamento contra el Covid. Recordemos que este fármaco fue introducido inicialmente para tratar animales y que desde 1987 fue aprobado como una medicina antiparásitos para humanos. Sin embargo, inexplicablemente, desde el inicio de la pandemia se transformó en un remedio muy popular contra el Covid. Muchos médicos, en México y en toda América Latina, comenzaron a recetar ivermectina (y la siguen recetando).

Pese a todos los intentos que ha habido para demostrar que la ivermectina puede al menos paliar el Covid, ningún estudio serio lo ha demostrado. Se comenzó a hablar de este medicamento cuando en experimentos con células en cultivo se observó que podía frenar al virus SARS-CoV2. Desgraciadamente, la concentración necesaria para lograr ese efecto celular no puede ser administrada a nadie, la dosis mataría a la persona. Pero en algunos países se comenzó a experimentar con la ivermectina y en varios trabajos se llegó a reportar un efecto benéfico anti- Covid. Sin embargo, ya bajo el microscopio de la discusión pública, resultó, una y otra vez, que aquellos estudios carecían de rigor y tuvieron que ser retirados de las revistas o repositorios de trabajos científicos, uno tras otro. En pocas palabras: hasta la fecha no existe ningún estudio clínico en el mundo que certifique, de manera estadísticamente convincente, que la ivermectina tiene un efecto benéfico en la lucha contra el Covid.

¿En qué se basa la confianza que una parte de la población, y hasta numerosos médicos, tienen en los efectos benéficos de la ivermectina para combatir la epidemia? Desgraciadamente se basa en nuestros prejuicios y sesgos mentales. Desde el inicio de la epidemia se sabía que la gran mayoría de los contagiados no mueren, aun sin vacuna. Para México la tasa de mortalidad por Covid, antes de las vacunas, era del 0.8%, es decir, de cada 1000 contagiados fallecían 8. De cada 100 contagiados, 2 tenían que recibir atención hospitalaria de emergencia. Resulta entonces que, si a todos los contagiados por Covid en el país se les hubiera dado Vaporub, además de aspirina y paracetamol, paliativos clásicos, 95% o más habrían salido del contagio sin tener que estar en el hospital. Después del evento muchos de ellos van a jurar que los curó el Vaporub, aunque no exista ninguna prueba de que así fue.

Lo mismo sucede con la ivermectina. Muchos de los que se curan, la mayoría de ellos porque su cuerpo reacciona produciendo anticuerpos, van a atribuirle después a la medicina antiparásitos la cura milagrosa. Los que no se curaron, que de todas maneras son minoría, no están aquí para contarlo. Es lo que en la sicología se llama “la ilusión de causalidad”. Como la gran mayoría de los que toman ivermectina sobreviven, y hubieran sobrevivido sin el fármaco, su narrativa a posteriori es creer que los curó la medicina portentosa. Por eso precisamente, para distinguir entre la ilusión de causalidad y un efecto real de una medicina, es que se necesitan estudios clínicos rigurosos. Por eso las autoridades de salud en Estados Unidos y en la Comunidad Europea han llamado a no utilizar ivermectina contra el Covid, porque no está demostrado que ayude y porque puede tener efectos secundarios que no son triviales, sobre todo cuando la población se autorreceta y consume sobredosis de la medicina antiparasitaria.

En pocas palabras: la ivermectina es un placebo que, si no hace daño en bajas dosis, tampoco está ayudando para combatir esta pandemia. El que a riesgo propio la quiera consumir, que la consuma, y que de paso se aplique Vaporub.

Pero lo realmente nocivo de la popularización de la ivermectina es que el movimiento antivacunas la ha adoptado como bandera de su campaña para demonizar las recomendaciones de salud públicas, como son el uso de mascarillas y la vacunación misma. En Estados Unidos, Marjorie Taylor Greene, la conocida diputada derechista y trumpista radical, ha declarado que los que bloquean el uso de la ivermectina “tienen sangre en sus manos”. Según ella, la ivermectina es más eficaz que las vacunas contra el Covid. No es la única medicina milagrosa que se ha propuesto. A la cloroquina, por ejemplo, también se le atribuía un efecto contra el Covid. Los gobiernos de Brasil, Colombia, Bolivia, Ecuador y Paraguay la incluyeron en los protocolos de tratamiento contra el Covid. La idea de los partidarios radicales de muchos de estos remedios es siempre la misma: hay una gran conspiración de los gobiernos y las compañías farmacéuticas que no quieren que estas medicinas le lleguen al pueblo, porque la epidemia es sólo un pretexto para suprimir libertades civiles y vender vacunas.

Lo realmente paradójico es que respecto a la ivermectina y otros remedios “caseros” los polos ideológicos se tocan. En Nicaragua, donde la economía está destrozada, en 2021 el Ministerio de Salud ordenó a los médicos en el país distribuir pastillas de ivermectina como remedio contra el Covid. En Venezuela, Nicolás Maduro anunció en enero de 2021 la distribución a todos los centros de salud de “kits” con “gotitas milagrosas” de algo llamado Carvativir. En Brasil, empresarios aliados al presidente Bolsonaro también comercializan un “coctel” de drogas para otras enfermedades que supuestamente cura el Covid. El mensaje en todos esos países es: hay que salir a trabajar, la epidemia no existe, y si existiera, ya hay un remedio milagroso, ya sea la cloroquina, la ivermectina o cualquier otra cosa. Se le venden ilusiones a la población para que no active el pensamiento crítico y se obnubile con una quimera.

En la Ciudad de México ahora sabemos que a miles de personas se les distribuyo ivermectina en 2020 y 2021 a pesar de que la misma Secretaría de Salud no lo recomendaba. El estudio que supuestamente avalaba el efecto positivo del fármaco fue expulsado de un repositorio de trabajos científicos, pero hasta el día de hoy (febrero 9) sigue estando disponible en la página de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México (https://www.salud.cdmx.gob.mx/conoce-mas/covid-19/ivermectina-y-hospitalizacion-por-covid-19). Miles de capitalinos fueron así partícipes involuntarios de un gran “experimento” científico. O como los autores del estudio dicen, un “cuasi experimento”. Con “cuasi resultados”, agregaría yo.

Los romanos decían “mundus vult decipi, ergo decipiatur”: el mundo quiere ser engañado, pues que sea engañado. Observando la discusión actual sobre la ivermectina en México, pareciera que los romanos tenían razón. Si la ivermectina no sirve en la realidad, tanto peor para la realidad, se seguirá recetando en CDMX y en el resto del país.

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