Los yucatecos tenemos las “bombas”; esa mezcla de poesía, ritmo y picardía que nos permite decir las cosas que de otra forma no se podrían decir. Es algo muy mexicano, muy latinoamericano, muy hispano. Decir lo que no se puede decir de una forma que nadie lo pueda reclamar.
Algo así ocurre también en el estado que represento en el Senado de la República, estamos construyendo una “bomba” social, y me refiero a la bomba en verso o tal vez no, quién sabe. Yucatán ha logrado algo muy importante, ha mejorado el piso social de cientos de miles de yucatecos, el problema es que el techo social de las élites dominantes no solo ha mejorado, se ha ido literalmente al cielo. El gran problema es que la percepción de pobreza no es sólo absoluta, de hecho, es esencialmente relativa, es decir, uno es pobre en comparación con otros. En Yucatán, la liga de la desigualdad está más tensa que nunca y a pocos parece importarles. Y cuando esa liga se revienta se va la paz social y todo lo demás.
El modelo económico yucateco tiene cimientos inmobiliarios, vaya ironía. Todo el estado está en venta, todo el estado está en construcción con nombres cada vez más exóticos y sacados de algún programa de marketing e inteligencia artificial. El desarrollador y el inversionista, los pocos, sin duda obtendrán enormes dividendos, pero los trabajadores de la construcción, los muchos, terminado un edificio y terminado un desarrollo solo habrán sacado su magro sueldo del día y será todo.
Terminado el boom inmobiliario unos pocos, poquísimos, tendrán enormes cuentas bancarias, otros una fuente de trabajo que les dio para vivir al día, y tal vez ni eso. Y ninguna certeza después, pues el estado ya habrá concluido su ciclo de expansión dinámica y habrá que ver las condiciones en las que estarán el medio ambiente y los recursos hídricos después de esa “bomba” de edificaciones.
El modelo económico de Yucatán es uno de muchísima riqueza en la cúspide de la pirámide social y esperar que algo llegue como goteo al resto de la comunidad. Ese modelo no funciona, nunca lo ha hecho, menos en América Latina con élites coloniales.
Ya viene el 2024 y es tiempo que la sociedad yucateca se pregunte qué piensa hacer con un boom económico que, como está planteado, no puede ser eterno. Los espacios urbanizables no son infinitos ni la llegada de empresas logísticas y de industria ligera ilimitadas. Yucatán debe aprovechar esta bonanza para invertir en capital social y humano. Hay en la sociedad yucateca generosidad e inteligencia para hacerlo.
Si Yucatán no se decide a compartir la riqueza con sus ciudadanos, lo que muy pronto ocurrirá es que los yucatecos seremos extranjeros en nuestra propia tierra. Podremos trabajar dando servicio en los departamentos de lujo, pero jamás ser dueño de uno de ellos. Podremos trabajar en la industria restaurantera de gran turismo, pero jamás aspirar a ser uno de sus clientes. Iremos a la playa, pero las casas y clubes no serán nuestros, no de la enorme mayoría.
Esa es la bomba que estamos construyendo: que habiendo tanta prosperidad haya tanta desigualdad, y mira que esas dos palabras riman.
Mark Twain, el inmortal escritor norteamericano, decía que siempre había que invertir en tierra, pues era seguro que ya no estaban haciendo más. Pues ni Yucatán se escapa de esa realidad y el modelo de goteo de la riqueza se agota pronto, hay que invertir en la verdadera tierra, que es la gente, los hombres, las mujeres y los jóvenes.
Así como la corrupción y las escaleras se barren desde arriba, la pobreza y la construcción de una sociedad más justa se hace desde abajo; es eso o construir una bomba y no sólo de rimas.
Senador de la República por Yucatán, @RaulPazMX; Presidente de la Comisión de Recursos Hidráulicos.