Desde que se hablaba de ella como precandidata, los analistas políticos y más grave aún, los políticos que sí conocen cómo ha funcionado históricamente la escena pública mexicana, la subestimaron. Dijeron que no tenía carácter, que no era sino una técnica (lo mismo decían de Ernesto Zedillo y vean cómo trató a su predecesor), que el verdadero mandamás seguiría dando órdenes desde Tabasco. Nada importaba que uno les recordara los precedentes de Calles, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo y cada uno de los presidentes mexicanos que se dijeron “traicionados” o “defraudados” por sus sucesores. O sea todos…

Le pusieron apodos, la minimizaron, dijeron que no se atrevería a incomodar a su mentor, que nunca asumiría ninguna actitud crítica del pasado ni mucho menos daría un quinazo. Se olvida selectivamente la realidad de las presiones que enfrenta el poder en México en su calidad de vecino del país más poderoso del planeta. Se olvida también el poder de la institución presidencial a escala local. Obsérvese cómo ese poder ni siquiera requiere usar la violencia física efectiva. Súbitamente, toda la prensa afín al gobierno y su infinidad de propagandistas en diferentes medios de comunicación están linchando con severidad inapelable al líder de la bancada del partido oficial en el Senado. Desde luego, ninguno de ellos se dio cuenta de las imputaciones contra ese legislador el sexenio pasado. Para ver la luz y admitir que había corrupción en el movimiento, los editorialistas de la izquierda tuvieron que esperar hasta ahora, como si esas denuncias y filtraciones no existieran desde hace años. Nada más que la institución número uno, esa misma que deposita la quincena, no había dado la instrucción de triturar la reputación de un personaje. De pronto, para usar la expresión de ellos mismos, se produce nado sincronizado en favor del esclarecimiento de los hechos, unanimidad en la condena fulminante de esa figura que “traicionó los ideales del movimiento” (no se ría) y la exigencia enardecida de investigar hasta donde tope… con el nuevo poder judicial a modo, claro está. ¿Quién manda aquí entonces? Los mismos (y las mismas) que sonreían, abrazaban y besaban ayer, hoy apuñalan. No hay hermanos en política, y los reyes heredan el trono a los hijos. Es la naturaleza del poder ayer, hoy, mañana y siempre. Pobre del político que olvida eso.

Los más perspicaces saben retirarse a tiempo. Inventan pretextos para desaparecer, iniciar su jubilación temprana en países lejanos e ir a gastarse el dinero mal habido fuera de la escena pública. Los obstinados quieren enfrentar a la silla del águila. La historia nos advierte lo que les espera. Que la oposición mexicana tampoco se engañe, pues vive siempre en una aldea de fantasía para seguir cobrando sin trabajar. Nada de esto significa que el nuevo poder será más democrático, más abierto y tolerante. Acaso lo contrario: una vez que se afianza el poder, se reduce el margen de diálogo. El peligro para las libertades políticas no disminuye. Significa simplemente que muerto el rey, viva el rey. No tiene sentido remitir a la historia de México, pues ya dijimos que, por lo visto, eso no convence a la gente. Lo invito a leer La fiesta del chivo, aquella vieja novela de Mario Vargas Llosa sobre la dictadura de Trujillo en la República Dominicana. Una lectura superficial diría que el protagonista de la novela es Trujillo. Para mi gusto, el personaje más importante e interesante del libro, aunque disponga de menos momentos protagónicos, es el doctor Joaquín Balaguer. Analícelo cuidadosamente y en él encontrará lecciones y claves interpretativas de la política mexicana contemporánea, porque no son realmente mexicanas, sino universales. A Balaguer lo subestimaron. Más aún, él disfrutaba de propiciar que lo subestimaran… igual que ella. Y es que el político verdaderamente hábil oculta sus capacidades reales hasta el momento oportuno. “Cuídate de las almas mansas” decían las abuelas y los políticos de antaño. La subestimaron. Ahora cuídense.

Analista. @avila_raudel

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