Durante años le he insistido a varios analistas que resulta muy útil distinguir entre los políticos tontos y los políticos “ignorantes”. No son lo mismo. Jamás he tenido la suerte de que tomen en serio mi consejo. Los políticos tontos pueden tener posgrado en el extranjero (la mayoría de los que he conocido lo tienen), y los políticos “ignorantes” pueden ignorar las cuestiones que, para usted, estimado lector, podrían parecer más elementales, pero no tienen un pelo de tontos. El “ignorante” en política se sabe en desventaja por su falta de escolaridad, de manera que agudiza el funcionamiento del resto de sus sentidos. El tonto en cambio, se cree un aventajado de la política gracias a sus estudios, de manera que adormece el resto de sus sentidos. Los cinco sentidos de la política son los mismos que los de la biología: gusto, tacto, oído, vista y quizá el más importante, el olfato. La vivacidad, ingenio, constancia y malicia del ignorante le permiten hacer acopio de todos esos sentidos y ganarle siempre en los torneos de canicas a los demás niños del parque. La arrogancia del tonto le impide desarrollar el más elemental y accesible de los sentidos: el tacto. El político tonto se ocupa de sus colegas y de los ciudadanos sin el más mínimo tacto. El político “ignorante” le hace sentir a la gente que la ve, la oye, le gusta, la toca y le hace sentir a gusto. Más aún, al político “ignorante” le gusta fingirse tonto, pues de esa manera lo subestiman sus adversarios y una vez confiados, puede derrotarlos con más facilidad. Igual que la fábula de la liebre y la tortuga.
Lo anterior viene a cuento a propósito de las elecciones del domingo. Los políticos tontos van a perder todo, mientras que los “ignorantes” arrasarán por la simpatía que despiertan en la población. ¿Cómo reconocer a unos y otros? No se preocupe por las encuestas en este momento. Piense usted en el recorrido que hicieron (o no) de sus territorios electorales, la convivencia que sostuvieron (o no) con los vecinos y muy especialmente, la atención que les dieron. Ese es el predictor más importante de los resultados en una campaña electoral. ¿Quién ha trabajado a su base? ¿Quién construyó estructuras de movilización? Eso que nuestros analistas llaman con desprecio “acarreo”, el político de oficio y en pleno uso de sus sentidos le llama proselitismo. A lo largo de nuestra historia reciente, los intelectuales llamaron tontos a varios políticos que llegaron a la presidencia como por ejemplo Vicente Fox o Enrique Peña Nieto. En realidad, no eran tontos, sino “ignorantes.” Le entendían a la política de calle mejor que la comentocracia y por eso llegaron a la cumbre del poder. En cambio, los intelectuales siguen buscando explicaciones sobre porqué no ganaron los candidatos que ellos apoyaron con tanto celo. Si usted quiere saber quiénes ganarán las elecciones del domingo, pregúntese a quien consideran “ignorante” nuestros intelectuales.
En su libro The Lion And the Unicorn: Gladstone vs Disraeli, el historiador británico Richard Aldous refiere una anécdota fascinante del final de la época victoriana. En la última fase de su vida, la reina Victoria de Inglaterra recibió a un biógrafo que buscaba entrevistarla. Éste le pregunto “Majestad, usted trató a los mayores estadistas de nuestro tiempo: William Gladstone padre del partido liberal moderno, y Benjamin Disraeli, padre del partido conservador moderno. ¿Cuál de los dos fue más grande?”. La reina, rebosante de la experiencia de un reinado larguísimo y fecundo le contestó a su biógrafo “Es muy simple. Mire, cuando yo estaba con Gladstone pensaba “Dios mío qué hombre tan brillante. Debe ser el más inteligente del imperio”. William siempre estaba empeñado en deslumbrarme con su erudición.” El biógrafo replicó “Majestad, no me dijo qué pensaba usted cuando pasaba tiempo con Disraeli.” La reina se ruborizó con coquetería y concluyó “Benjamin me hacía sentir que YO era la mujer más inteligente del imperio.” Y eso es un político damas y caballeros. Son los que van a ganar el domingo.