Después de la campaña electoral británica, la revista New Statesman presentó sesudos análisis del comportamiento electoral de los jóvenes. Por otra parte, los periódicos también publicaron sendos reportajes donde les preguntaban a los menores de 35 años su opinión de los temas políticos, las campañas, los candidatos y sus preocupaciones de la vida pública. En una muy apretada síntesis, el electorado británico más joven estaba profundamente inquieto por su incapacidad de adquirir una vivienda digna (alto costo, falta de acceso a crédito), el calentamiento global, el costo de la vida cotidiana, y la posibilidad de una guerra a gran escala. El partido laborista tomó nota de estas inquietudes y ganó la elección. Por su parte, la semana pasada, la revista New Yorker presentó un artículo de E. Tammy Kim en torno al inusitado entusiasmo que despertó entre los jóvenes la candidatura de Kamala Harris a la presidencia de Estados Unidos. Entusiasmo que contrasta visiblemente con la apatía, desdén y hasta desaliento que les producía la candidatura de Joe Biden. A decir del artículo, entre los pocos jóvenes norteamericanos interesados en la elección presidencial hace unos meses, la mayoría se inclinaba por el candidato republicano Donald Trump. Asombrosamente, incluso los jóvenes afroamericanos parecían inclinados a votar por Trump. No obstante, al cambiar al titular de la candidatura demócrata (Biden por Harris), esos mismos jóvenes sintieron cómo nacía en ellos no nada más el deseo de votar por Kamala, sino incluso el ansia de participar como voluntarios en su campaña presidencial. ¿Qué explica esto? Se pregunta el artículo. En gran medida, la imagen fresca y representativa de la diversidad americana que proyectó Harris frente a la generación más diversa en la historia estadounidense. Las identidades múltiples de Kamala (india, afroamericana, abogada, política) le resultaron atractivas a una generación que se rehúsa a definirse monolíticamente. No nada más eso, el texto sugiere que ella se está ocupando del tema que más les preocupa, la deuda contraída durante sus estudios universitarios con motivo de las elevadísimas colegiaturas. En reuniones, eventos y declaraciones, Kamala Harris ha prometido ocuparse de ese lastre financiero para los jóvenes egresados del sistema universitario. Por encima de todo, el texto de Kim insinúa que lo que más les gusta a los jóvenes de Kamala es que los está buscando para escucharlos. Parece muy simple, pero casi ningún político lo hace. No se trata de grabar videos regañando, atemorizando o aconsejando al electorado joven. No se trata tampoco de publicar promocionales pidiéndoles el voto a cambio de infinidad de promesas imposibles. Se trata de hacerlos sentirse atendidos en el sentido pleno de la palabra. En suma, una política profesional. Una figura pública más interesada en oírlos y sentarse a tomar nota de sus preocupaciones, que en pontificar y aleccionar a la juventud.
En México, los partidos de oposición están enfrascados en disputas sucesorias por los escombros de su estructura, amarrados a un pasado de figuras que ya no existen. Seguramente no han hecho un estudio de porqué los jóvenes mexicanos votaron como votaron y, sobre todo porqué no votaron. Es más fácil consolarse y desentenderse de la realidad con el lugar común de atribuirle apatía a ese segmento poblacional, que reconocer que los candidatos opositores no eran, en absoluto, atractivos para los intereses de la ciudadanía más joven. Mucho ganaríamos si nuestra clase política viera los discursos de la convención demócrata esta semana y escuchara cómo se ocuparon de las preocupaciones del votante joven. El votante joven no es nada más un activo electoral en la próxima campaña, es el ciudadano del futuro, del cual dependerá la sobrevivencia o no de la democracia liberal en el planeta. A lo mejor se merecen que los escuchemos y no que los regañemos.