Me llegó un volante digital que anuncia la “marcha del relanzamiento”, pero en el volante no dice qué se está “relanzando”. No aparecen las siglas del PAN, solamente diferentes tonalidades del color azul. Todavía no se ría, apenas empezamos. El 18 de octubre por la mañana saldrán del Monumento a la Revolución y se dirigirán al Ángel de la Independencia. No entiendo bien el sentido de esto. Las marchas normalmente defienden una causa o protestan para expresar indignación por algo. ¿Cuál es el sentido de esta marcha? Preguntando, me enteré que se trata del relanzamiento del PAN. ¿Qué implica eso? Misterio. Es de suponer que la dirigencia invitará a sus allegados para armar un mitin y pronunciar discursos de interés cercano a cero ahí en el Ángel. La capacidad de convocatoria y el interés para los capitalinos de este incidente será, a lo sumo, simbólico. Quizá algunos se disgustarán por la interrupción del flujo vial por una razón tan ajena a su vida cotidiana como el “relanzamiento” de un partido. Para los analistas políticos en cambio, tiene su chiste. Estamos observando la lentísima marcha hacia la marginalidad del único partido político que alguna vez celebró elecciones primarias en México. Es decir, el único partido que alguna vez tuvo democracia interna real. No deja de dar tristeza.

Uno esperaría que el panismo revisara cómo se ha hecho el “relanzamiento” de otros partidos políticos en el mundo. No se trataba de inventar el hilo negro, sino de explorar el trabajo de organizaciones democráticas similares en el resto del planeta. Hay toda una cascada bibliográfica en la ciencia política de cómo se reforman exitosamente los partidos políticos. Dado el presupuesto que reciben del erario, los panistas pudieron haber viajado a cualquiera de los países cuyos partidos se han modernizado y entrevistarse con los autores de la reforma o “relanzamiento” como dicen ellos. Esa es otra… Se relanza la presentación y colores de una lata de Coca Cola, no un partido político. Los partidos se reforman. La distinción semántica era mucho pedir, seguramente. En los últimos meses, el país ha vivido situaciones verdaderamente trágicas: la explosión en Iztapalapa, la violencia incesante en Sinaloa y los cuantiosísimos daños y muertes por lluvias torrenciales estos días. No se conoce un posicionamiento inteligente del PAN en torno a estos temas, pero, para fortuna de todo el país, celebrarán una caminata de “relanzamiento.” Solo de pensar que, en 1986, Luis H. Álvarez emprendió una valiente huelga de hambre para cuestionar el fraude electoral en Chihuahua, da mucha pena y coraje el panismo contemporáneo. Por intenciones no paramos, por oficio político real sí.

El estado actual de la educación pública es deplorable, y el PAN, cuyo fundador, Manuel Gómez Morín, fue rector de la UNAM, no tiene nada qué proponer al respecto. Ante el insultante centralismo que avanza imparable en el nuevo régimen, el PAN, partido de vocación originalmente federalista y hasta municipalista, decide “relanzarse” en la capital del país, donde prácticamente nadie vota por ellos.

Gobiernan Chihuahua, Aguascalientes o Guanajuato, pero prefieren pasar de noche en la Ciudad de México. Habría sido lógico celebrar un magno evento en la capital de uno de los estados que gobiernan, con grandes figuras vivas del pasado panista y sus jóvenes promesas. Una combinación de orgullo por su historia y confianza en el porvenir, aparejado con el arranque de una campaña de recorridos por todo el país para escuchar a la gente, recoger sus inquietudes y distribuir folletos con las causas que defenderán en este “relanzamiento”. Una convención moderna al estilo de los partidos primermundistas, digna de ser transmitida en línea, con grandes discursos en la mejor tradición parlamentaria del panismo. Algo así de elemental para presentar una iniciativa de búsqueda y reclutamiento de talento en escuelas, colonias, organizaciones civiles, etcétera. “Los futuros candidatos del PAN saldrán de tu colonia. Invita a tus vecinos.” Algo así. No, ellos marcharán en el Paseo de la Reforma, la misma zona de los restaurantes donde comen y beben lujosamente todos los días, como en las caricaturas que dibuja de ellos cotidianamente La Jornada. Brillantes practicantes de la semiótica estos panistas.

Mis escasos pero generosos lectores saben que yo milité durante casi 2 décadas en el PRI. No obstante, siempre guardé una admiración respetuosa por los grandes panistas que construyeron la transición. Nadie que haya escuchado sus arrebatos oratorios puede permanecer indiferente ante las intervenciones de Diego Fernández de Cevallos, o su participación en el debate presidencial de 1994. Nadie que conozca un poco de historia contemporánea puede dejar de conmoverse ante el idealismo cívico de Luis H. Álvarez. Ningún norteño bien nacido puede dejar de recordar el carácter, la cólera cívica y entereza de gente como Manuel Clouthier. Eso para no hablar de la estatura intelectual de ideólogos como Juan José Rodríguez Prats y Alonso Lujambio, ya no digamos los gigantes de la fundación de ese partido. Toda esta situación irrita por el desaire a figuras verdaderamente talentosas como Roberto Gil, que siguen ahí. En mi generación conocí y aprecié personalidades tan lúcidas y perspicaces como Fernanda Caso, la inteligencia política más destacada de mis contemporáneos. Ella, marginada por el mismo panismo y harta de la mediocridad contemporánea del partido, terminó renunciando. México sigue a la espera de una oposición moderna, inteligente y constructiva. No va a salir de la “marcha del relanzamiento.”

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