El doctor Enrique González Pedrero era una de esas figuras exquisitas de la política mexicana. Fue uno de los fundadores de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, traductor de Maurice Duverger al español, autor de numerosos libros, senador de la República, embajador de México ante España, director del Fondo de Cultura Económica. Educado en Francia, llegó a ser gobernador de Tabasco, su estado natal, entre 1983 y 1987. Entre sus pupilos y protegidos más famosos estuvo un muchacho, paisano suyo, que luego lo superó: Andrés Manuel López Obrador. En una ocasión, durante su gestión al frente de Tabasco, González Pedrero vino a la Ciudad de México para ver a su “amigo” el secretario de Educación Pública, don Jesús Reyes Heroles. “¡Chucho!”, le rogaba González Pedrero, “habla por favor con el presidente Miguel de la Madrid. Que me asigne un puesto federal. O invítame como subsecretario a la SEP. Tabasco me quedó chiquito, necesito una excusa para dejar el cargo con elegancia. Yo estoy hecho para la alta política, después de todo, yo publiqué a Alexis de Tocqueville en español. Yo podría ser nuestro embajador en Francia, o incluso secretario de Gobernación.  En cambio, como gobernador me toca recibir gente que viene a quejarse de que le robaron un chivo o una vaca. Yo estoy hecho para las grandes ligas, pensé que ser gobernador era una tarea para grandes proyectos de desarrollo en el sur del país, no para andar de policía o de juez rural persiguiendo el abigeato.” La respuesta de Reyes Heroles fue muy política “no te preocupes Enrique. Algo saldrá.” Cuando González Pedrero salió del despacho del secretario, Reyes Heroles que no se andaba con chiquitas, volteó a ver a su asistente el coronel Alfredo Valdés Rivas, y se desahogó. “¿Cómo ve a este cabrón, Valdés? Dice que le quedó chiquita la gubernatura… hay intelectuales arrogantes, hay intelectuales pendejos y hay otros que son las 2 cosas como éste. Lo que Enrique no entiende es que, en el sistema político mexicano, los gobernadores desempeñan la tarea fundamental: la gobernabilidad de su región. Son los mediadores en los conflictos políticos, sociales, religiosos, étnicos y hasta delincuenciales. Deben ser respetados por todos los grupos de poder locales. A la población le importa madres si publicaron a Tocqueville, ellos son responsables de garantizar la paz. Un gobernador que no garantiza la paz, es una nulidad política, por muy chingón que se sienta como académico. ‘¡Estoy hecho para la alta política!’, no la chinga. ¿Cuál política más alta que el mantenimiento del orden público y la paz? Y todavía quiere que lo recomiende con Miguel…”. Reyes Heroles murió en 1985 y González Pedrero cumplió su sueño.  Dejó inconclusa la gubernatura de Tabasco en 1987 para irse a dirigir el IEPES en la campaña presidencial de Carlos Salinas de Gortari.

Recordaba esta anécdota que me contó el propio coronel Valdés al leer las noticias de Sinaloa, entidad ensangrentada que me duele en el alma por mi cercanía afectiva con ella. El estado lleva sumido en una guerra de grupos delictivos más de cuatro meses. No hay gobernabilidad ni control territorial, las empresas cierran o simplemente se van del estado. Las pérdidas económicas son inmensas, las carreteras son intransitables, los desaparecidos aumentan a la par que los homicidios, la gente y las inversiones huyen, el turismo se hunde. Las declaraciones del gobernador a pesar de las protestas populares son cada día más escandalosas y cínicas. “Los enemigos son los delincuentes, no el gobierno” responde ufano sin que tengamos claro cuál es cuál. “En Sinaloa vivimos perfectamente bien” presume con cinismo demencial. No asume su responsabilidad de garantizar la paz. La impunidad, esa plaga que tristemente azota mi país…

Analista. @avila_raudel

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