Revisé concienzudamente el discurso de la presidenta Sheinbaum en el Zócalo capitalino. Me sorprende y entristece que no hay una sola mención a la situación en Sinaloa. Esperaba, cuando menos, una serie de mentiras al respecto, pues son la materia primaria de todos los informes presidenciales a lo largo de la historia de México. En la política mexicana, cuando las autoridades no pueden resolver un problema, inventan estadísticas. Nada costaba enviar un abrazo a las víctimas de los asesinados, desaparecidos o de las familias que hoy viven con angustia en Culiacán y otros municipios de aquel estado. Una promesa de restauración de la paz eventualmente. Algo así. Nada. Estuvo eso sí, el impresentable morenista en el evento. Por las dudas y en vista de los numerosos militantes de Morena involucrados en escándalos delictivos, aclaro a cuál impresentable me refiero: el gobernador de Sinaloa. Yo no soy de los que repiten el lugar común de que vivimos en una dictadura. Por el contrario, pienso con gran preocupación que vivimos muy cerca del estado fallido. Como si nada, las autoridades celebran un mitin de autofestejo por el primer año de gobierno, pero no hay gobierno de pleno control territorial en una entidad importantísima del país. Desde hace más de un año, una entidad federativa mexicana vive en guerra de facciones delictivas, sin que la autoridad se haga responsable de garantizar la integridad de personas y bienes en la zona. Desde luego no la autoridad municipal ni estatal, pero tampoco la federal. Tuvimos incluso la declaración de un general, quien afirmó ufano que la reducción de índices delincuenciales depende de los grupos enfrentados. El Estado pintado, capaz de montar carpas y fiestas en el Zócalo, pero no de restaurar la seguridad para millones de sus gobernados (Sinaloa tiene más de tres millones de habitantes). El Estado que no mete manos y no se compromete a restaurar el orden.

Muchos de los medios de comunicación están en la misma. Acostumbrados a recibir línea del poder, no vi ninguna mesa de discusión sobre la situación de guerra en Sinaloa a un año del gobierno de Sheinbaum. Cierto que ella no es, ni mucho menos, la culpable del horror iniciado en Culiacán en 2024. No obstante, ella debería ser responsable del compromiso de devolverle la paz al estado, y mientras ese objetivo no se consiga, mandar el mensaje reiterado a la población de que cuentan con su gobierno. El anuncio de que no los ha olvidado. No vi nada de eso. La oposición, si es que existe, está escandalizada por el vandalismo del 2 octubre en el Zócalo. Buen tema, pero revelador del chilangocentrismo en la comentocracia. El desinterés por Sinaloa evidencia la deshumanización del análisis político contemporáneo. Ya no importa un estado en guerra o un estado de guerra. Importa comentar quién estuvo en las gradas o detrás de las rejas en el mítin del Zócalo. El mensaje al exterior es brutal: en México, un estado entero puede caer en la anarquía durante más de un año y el resto del país se hará el desentendido. El mensaje interno es aún peor: si vives en Sinaloa, no cuentes con tu gobierno, el orden se restablecerá cuando los criminales dejen de pelear. El monopolio legítimo de la violencia como un simple mito. El derecho a la vida, también. ¿Cuándo se restituirá la calma en Culiacán? Más aterrador aún, ¿Puede el estado mexicano restituirla o ya perdió esa capacidad?

Analista

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