Prácticamente todos los días aparecen columnas de opinión preguntándose si las investigaciones contra figuras relevantes del sexenio anterior constituyen o no una señal de ruptura de la actual presidenta con su predecesor. La mayor parte de los editorialistas independientes (no tomo en cuenta ni leo a las plumas del gobierno) estima que no hay ni habrá tal ruptura. Se ha instalado un consenso que se rehúsa a reconocer cualquier señal de distanciamiento, pues eso rompe el esquema de los analistas que juran que la presidenta es “dependiente” del presidente. Los más sofisticados lo explican como un mecanismo de sobrevivencia: ella no podría golpear a quien la impulsó a la presidencia, so pena de ser arrastrada en la caída de los alfiles del gobernante anterior. Nuestros analistas consideran que mientras no se produzca una nota espectacular, como el arresto de una figura, la sombra del caudillo seguirá eclipsando la actual presidencia. No importa si la presidenta Sheinbaum recibe el apoyo, impulso o incluso la presión norteamericana, dicen, no tocará el sexenio pasado.
Como he dicho en colaboraciones anteriores, dicha interpretación no me convence. Sigo pensando que la maniobra de deslinde exige una mayor sutileza. No vamos a ver un comando militar irrumpiendo en Palenque y obligando al ex presidente a tomar inmediatamente un avión para salir del país, como hizo Cárdenas contra Calles. Sin embargo, no es necesario. Cada vez resulta más claro el cerco y el desprestigio de los colaboradores más cercanos del ex presidente. Fluyen y fluyen los indicios, escándalos y acusaciones contra su jefe de oficina, su secretario de gobernación y ahora, hasta su secretario de marina. Será difícil, si no imposible, limpiar públicamente sus reputaciones. Es cierto que esto es México, país de impunidad histórica, pero aún así. Es preciso recordar que no se trata de lanzar una cruzada anticorrupción, sino de desembarazarse de los obstáculos para gobernar con autonomía de las cuñas heredadas del sexenio anterior. No es un asunto de preferencias personales sino de sobrevivencia política y viabilidad del gobierno. Por cierto, quienes se rehúsan a reconocerle capacidades políticas a la presidencia, son los mismos que dijeron que ella todo lo hacía mal frente a Trump. Y todavía hoy, la prensa internacional sigue reconociendo a Sheinbaum como la “Trump whisperer.” ¿Algo ven ellos que nosotros no?
Simplemente quisiera recordar una anécdota apócrifa como casi todas en la política mexicana. Samuel del Villar, procurador del Distrito Federal durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas, terminó la administración de éste muy golpeado por la iniciativa privada, descontenta con su desempeño. En particular Tv Azteca estaba molesta con del Villar por su manejo del caso Paco Stanley. Dicen que Cuauhtémoc
Cárdenas, para proteger a su procurador, le pidió a López Obrador que lo mantuviera en el cargo una vez que tomara posesión en el 2000. Esto se vio como un deseo de Cárdenas de prolongar su influencia en el gobierno de López Obrador. AMLO se comprometió desde luego con su mentor a proteger y respetar a Samuel del Villar. Lo que en realidad hizo el tabasqueño, todavía se recuerda como un hábil deslinde del patriarca de la izquierda mexicana. AMLO habría convocado a una entrevista banquetera a un grupo de reporteros afines a su causa y sembró una pregunta (desde entonces ejercían las mismas prácticas que veríamos años después en la mañanera). Al Jefe de Gobierno electo lo interrogaron “se dice que usted mantendrá al actual procurador en su cargo. ¿Es verdad?” AMLO habría respondido que sí, y evidentemente su respuesta se publicó. Fue tal la ira desatada entre los enemigos de Samuel del Villar, que AMLO tuvo que llamar a Cárdenas “mi líder, yo quería mantener al procurador y cumplir mi promesa, pero mira la reacción. Es demasiado costoso para un gobierno entrante. Dime de qué otra manera puedo apoyar, porque esto ya se nos cayó.” Por supuesto, Cárdenas no se tragó la jugarreta, pero tampoco podía decir mucho. La andanada contra AMLO por ese tema ya se había desatado y los medios de comunicación, azuzados indirectamente por él mismo, le exigían la cabeza de Samuel del Villar. El deslinde era claro, pero a falta de pruebas de que la ofensiva se hubiera originado en el mismo López Obrador, Cárdenas no podía acusarlo públicamente de traición. Si la anécdota fuera verdadera, ese es el ejemplo de operación que observó al inicio de su vida política la presidenta Sheinbaum. Hay diferentes modelos de parricidio político.