“Aquí no tengo tiempo paisano, pero ¿por qué no te vas unos días a tu tierra y platicamos en mi casa de Hermosillo?” Eso me contestó Manlio Fabio Beltrones cuando le comenté que quería hablar con él sobre algunas inquietudes de la coyuntura nacional e internacional. Lo abordé saliendo de un foro de gobiernos de coalición en la Ciudad de México, en el que estuvo con la candidata presidencial Xóchitl Gálvez. “Acompáñame a una gira. Te va a hacer bien, tú te la pasas acá y cuando vas a Sonora nomás visitas Hermosillo ¿hace cuánto no vas a los pueblos? Es muy cómodo analizar la política desde las capitales, pero se te escapan detalles importantes…”. No supe si era un reto disfrazado de invitación o a la inversa. “Ponte de acuerdo con Moisés (el responsable de temas digitales de la campaña), es muy amigo tuyo ¿no?... Cuadramos agendas y allá nos vemos paisano.”
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Los paisajes del desierto sonorense nunca dejan de impresionarme. Es como presenciar el momento de la Creación del Universo. Todo está por nacer, semejante a una promesa de eternidad por parte de la naturaleza cuando uno ve “las estelares piedras y montes de Sonora”, pues así los describe Pablo Neruda en su Canto General. Íbamos saliendo a un recorrido de 8 horas por el desierto para llegar de Hermosillo a San Luis Río Colorado y alcanzar a Beltrones, candidato al Senado en sus eventos del día siguiente. “En la madre Raudel, desayunaste diez tacos de cabeza y dos de barbacoa en la taquería de El Chino. ¿No te hace daño?” me interrogó Aldo Francisco Alcaraz Quiroz, el conductor de la pick up en la que viajábamos con el equipo de Moisés. Aldo es también un exitoso fotógrafo y camarógrafo sonorense, y nos transportaba a Moisés Murillo, a Sergio Arturo Vega Ruíz (otro colega de Aldo en las artes fotográficas), a Patricia Carolina Loyo Soto (“la Caro”, la editora y productora de videos de la campaña) y a mí, cuya presencia en la gira les resultaba indescifrable. La carretera libre de curvas servía para distraer mi atención con un desfile de altos y orgullosos saguaros, hermosos bloques de sal y paletas cambiantes de colores solares en el cielo. Por fortuna, hacíamos el recorrido de día, pues las carreteras del norte de Sonora se han vuelto intransitables tan pronto anochece. Tristemente, la inseguridad, las balaceras y retenes son las dueñas de la noche en los caminos de Sonora. No hay autoridad que proteja a la ciudadanía. Es la denuncia principal en la campaña de Beltrones. “Antes los niños se encontraban pelotas o canicas en la calle. Ahora se encuentran casquillos de bala” dice con frecuencia. “Ya tengo hambre” le comenté a Moisés después de las primeras cuatro horas de viaje. “No puede ser” se quejó la Caro, que llevaba un muy buen rato aparentando dormir “acabas de desayunar y ya tienes hambre. Pareces un morrito calilla, ni los niños chiquitos dan tan lata con la comida como tú”. “Así come este ca… acostúmbrense” les dijo Moisés para tranquilizarlos.
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Llegamos a San Luis Río Colorado casi a punto del ocaso. Puesta de sol imponente. Estábamos exhaustos, ellos por manejar tantas horas, Carolina porque se fue el resto del camino editando videos de la campaña y yo por comer coyotas. San Luis es un pueblo de paso, fronterizo con Estados Unidos, por lo que antes de internarnos en la calle principal del municipio, vimos kilómetros y kilómetros del famoso muro. “Aquí en el pueblo venden kits de sobrevivencia para los migrantes que se brincan el muro” nos explicó Aldo. “El de mujeres incluye condones, pues ya se sabe que abusarán sexualmente de ellas los polleros o los policías mexicanos si las deportan” agregó con la triste frialdad de quien convive cotidianamente con la realidad. “No hay un pueblo gringo del otro lado del muro. Hay que caminar muchos kilómetros para llegar. Poca gente sobrevive al desierto. Se mueren de insolación, de sed o los matan los animales” me contó Sergio. La calle principal del pueblo es un pedazo de carretera por el que pasan trailers con mercancía a alta velocidad. Las calles aledañas son montículos de tierra a medio pavimentar donde uno siente la proximidad del peligro a cada paso que da. En la mañana, nos dirigimos a primera hora a una estación de radio donde iban a entrevistar al licenciado Beltrones. Me pareció que llegamos tarde por problemas de comunicación sobre la agenda del candidato. Él estaba de buen humor, satisfecho de hablar con el locutor más escuchado del pueblo sobre su apreciación del país, su evaluación del gobierno obradorista que está terminando y su oferta de campaña. “¿Cómo es posible que un pueblo tan pequeño tenga una estación de radio tan grande?” les pregunté a los del equipo. “Hay varias” me dijeron, “estas estaciones de noticias y música mexicana llegan hasta los pueblos gringos de la frontera y son muy escuchadas por los paisanos”. Al salir Beltrones, tuve oportunidad de saludarlo y entregarle un libro de obsequio que le llevé, Un tal González de Sergio del Molino, la biografía novelada de Felipe González. Me saludó muy sonriente y me contó alguna anécdota de cuando conoció a González. Luego, seguí al candidato un par de cuadras a las instalaciones municipales del PRI, donde habló con la militancia. Les explicó el motivo y la necesidad de la alianza con el PAN, adversario histórico del partido y les presentó a la candidata de la alianza a la diputación federal, una panista de la región. “El PRI y el PAN hicimos juntos las reformas que modernizaron el país. Nos unimos ahora para defenderlas”. La militancia le hizo muchas preguntas a Beltrones y le expuso sus inquietudes de largo alcance, todas ellas relacionadas con la inseguridad. De ahí nos fuimos a desayunar a unos tacos de cabeza muy decorosos “El Tacupeto” del Chobys, apodo de un empresario local. Aunque yo ya había desayunado machaca y hot cakes en el hotel, aproveché para comerme unos cuantos tacos y tomar un jugo de naranja sonorense. Ahí le mostraron al candidato cómo se preparan las tortillas que saben deliciosas con una masa recién hecha. Posteriormente salimos disparados a un mitin en un auditorio donde el candidato Beltrones escuchó la exposición de demandas de pescadores, empresarios locales y una que otra ama de casa. La queja más sentida en todas partes era la inseguridad, pero creo que fue ahí donde escuché la historia de unos pescadores de Santa Clara que le pidieron apoyo al gobierno federal para combatir a unos tiburones que les impedían hacer su trabajo y se habían devorado a 4 o 5 de sus colegas. El gobierno federal ofreció unos dispositivos sonar para alejar a los tiburones. Nada más que solo les entregó como 10 y los pescadores eran más de 200, dejando al resto desprotegidos. La historia me recordó el Relato de un naúfrago de Gabriel García Márquez y el temor del protagonista a ser devorado por los tiburones puntualmente a las cinco de la tarde durante diez días consecutivos. Nada más que ese libro está ambientado en Colombia en la década de 1950 y esta historia tenía lugar en México en 2024. El discurso del candidato se concentró en explicar los problemas y fracasos del gobierno actual. “Ya sabemos en qué se parecen este gobierno y la revolución: en el millón de muertos”, “Crearon una cosa que se llamó Insabi y que fracasó de tal manera que ellos mismos tuvieron que quitarlo, dejando sin seguridad social a 45 millones de ciudadanos”, “Dicen que soy el candidato de la mano dura. No es verdad, yo solo digo que sin orden no puede progresar ninguna sociedad. Necesitamos orden y para que haya orden debe cumplirse la ley”, “No puede ser que nuestras mujeres circulen con miedo”, “Las cosas no van bien.” Conforme soltaba algunas de estas frases, el auditorio iba indignándose y lo interrumpía para decirle que tenía razón o para agregar algún incidente personal relacionado con sus críticas. Era evidente que el centro de la campaña eran seguridad y salud, los temas más sentidos por la gente.
Moisés revisaba afanosamente las redes sociales en busca de la cobertura del candidato. Me asomé a su teléfono como no queriendo. “Mira” me mostró “dicen que este evento no se llenó”. Oh sorpresa, las redes sociales mentían. Ese pequeño auditorio del pueblo estaba lleno, pero la imagen que mostraban en las redes era anterior al inicio del evento y se veían escasas sillas ocupadas. En honor a la verdad, ese mitin empezó tarde, pues llegamos retrasados de los tacos por culpa de alguien que comió demasiado. No sé quién fue la verdad…
“El licenciado tendrá una comida con la clase política local” nos explicó Moisés, “pueden ir a descansar al hotel un rato” le dijo al equipo. Aldo y Sergio le organizaron un picnic en el jardín del hotel a la Caro, pues al día siguiente era su cumpleaños. Pidieron alitas, cervezas y pastel, a lo que yo me sumé, pues ya se me había pasado el efecto de los tacos. No tardaron en llamarnos para otro evento en el PRI local, donde Beltrones le tomó protesta a las mujeres del ONMPRI. Ahí llegamos antes que todos para instalar las cámaras y encontrar el ángulo adecuado para éstas, pues el lugar no era muy grande. Mientras yo estaba comiendo un postre y cuidando la pickup afuera del PRI para que no fueran a robarse las cámaras de grabación, llegó Beltrones. “Paisano, ¿cómo se la está pasando?” le pregunté. “Yo estoy muy encabronado” me comentó “el INE acaba de bajarme un spot por un tema legal, ¿por qué no anticipó eso mi equipo?” y entró furioso al comité municipal del PRI. Le marqué a Moisés. “Vente en friega” le dije “el paisano anda enojado”. “Ya estoy enterado” me contestó Moisés y no tardó ni cinco minutos en llegar. Desde luego, difícilmente podía tardar más en un pueblo tan pequeño. Siempre me ha llamado la atención la capacidad de los verdaderos políticos para cambiar su estado de ánimo aparente en cosa de segundos. En cuanto estuvo en presencia de las damas, Beltrones era todo sonrisas y seducción otra vez, como si nada le hubiera molestado apenas un minuto antes. Platicó con todas y cada una, pidiéndoles detalles de su vida profesional y política. Se retrató con el grupo completo y con las que quisieron foto por separado. Quedaron encantadas y se fueron de ahí muy contentas, directo al último evento que teníamos ese día. En un auditorio más grande que el de la mañana y abarrotado por gente con banderas del PRI, el PAN y el PRD, dotado de un redondel grande para que los oradores se desplacen y hablen con comodidad. Hubo varias intervenciones de políticos, profesionistas y ciudadanos explicando los problemas de inseguridad del estado con ejemplos directamente vinculados a ellos y sus familias. A lo largo de mi vida he presenciado innumerables mítines del PRI, así que suelo identificar con relativa facilidad la procedencia de los grupos a los que los intelectuales denominan con clasismo “acarreados”. Me acerqué a una señora que no parecía pertenecer a ningún grupo. Fingí que yo era otro ciudadano de San Luis. “¿Qué anda haciendo aquí?” le pregunté en confianza. “Vengo a ver qué dice el licenciado del tema de inseguridad y a decirle que yo tengo un hermano y un sobrino desaparecidos. Los estoy buscando sin parar desde hace 2 años.” Incluso agregó “cuando él era gobernador, Sonora estaba más tranquilo, a ver si puede componer las cosas un poquito.” Me quedé pasmado ante su serenidad. Todavía no me repongo de la impresión y me quedé todo el evento fulminado. La verdad es que no escuché mucho del discurso del propio Beltrones, aunque lo aplaudieron más que en la mañana. Yo seguí absorto en mis reflexiones a propósito del dolor de la señora. En otros mítines a lo largo de mi vida, las señoras iban a pedir becas o empleo para sus hijos. Aquí las señoras venían a pedir que les ayudaran a encontrar cadáveres. A la salida del evento, en las escaleras de acceso al auditorio, las mujeres, integrantes de colectivos de madres buscadoras, se quedaron platicando con Beltrones, quien las abrazaba con calidez, pero con una mirada de preocupación. Yo seguía perdido en mis pensamientos, de modo que mientras bajaba las escaleras del lugar, me tropecé y fui a estamparme con Beltrones. “¡Discúlpeme licenciado, me tropecé!” me justifiqué apenadísimo. “Tú nomás vienes desde México a agredirme y a comer tacos” me contestó riéndose, poco antes de marcharse. Aldo, Sergio y Carolina se estaban riendo con toda razón de mi torpeza, pero yo seguía sin reponerme de lo que me dijo la señora. Nos fuimos al hotel y no me acuerdo si cenamos o no. Me metí a bañar (uno se llena de terracería en pueblos sin pavimentar) y poco después me dormí, oyendo a lo lejos un nutrido tiroteo. Moisés le pidió al equipo que no me comentaran nada para no preocuparme, pero sí alcancé a oírlo. No supimos bien en qué paró esa balacera. Al día siguiente nos enteramos de otro tiroteo en la carretera a Sonoyta, donde un retén de narcotraficantes detuvo y ejecutó a un grupo donde iban maestros y militantes de Movimiento de Ciudadano que se dirigían a un mitin en otro pueblo.
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A las 5 de la mañana salimos del hotel en dirección a Puerto Peñasco. El candidato tenía una entrevista a las 8 y media de la mañana en una estación de radio de Peñasco. De nuevo me fui admirando los paisajes del desierto y el alba sonorense. Para los intelectuales chilangos (quienes nunca se han parado en Sonora) y para los escasísimos lectores de mi generación, los caminos sonorenses pueden aparecer en su imaginación con las evocaciones que hace de ellos Roberto Bolaño en Los detectives salvajes. No hay nada equivalente en el mundo, lo prometo. Ir viendo cómo se alza el sol en una gama policromática tan intensa es maravilloso. Y la vegetación desértica es tan diferente del resto de México que cautiva desde el inicio del viaje. El tema de las madres buscadoras y la inseguridad seguían en mi cabeza. Pensé en el excepcional libro de Natalia Mendoza, Conversaciones en el desierto, que estudia todos estos temas en Sonora. Me pregunto si lo han reeditado recientemente. Antes de llegar a Puerto Peñasco uno alcanza a atisbar una de las bellezas naturales más fascinantes de nuestro país: la Reserva de la Biósfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar. Ahí es posible admirar unos cráteres majestuosos sin paralelo en el resto de México. Mis papás me llevaron ahí hace treinta años y recuerdo que uno necesitaba guías para recorrerlo sin temor a perderse. “Todavía se necesitan guías” me dijo Aldo, “pero ahora con los drones, a veces puede uno salir solo.”
Esta vez sí llegamos puntuales, como media hora antes que Beltrones a la estación de radio. Por fortuna para mí, junto a la estación de radio de Puerto Peñasco había una taquería para desayunar. “La vaca Chenta” estaba decorada en la entrada con la estatua de una vaca. Al rato llegó el candidato y se detuvo a desayunar ahí. Le pedí a Moisés que me tomara una foto con Beltrones junto a la vaca. Es uno de los mejores recuerdos del viaje, la sonrisa de Manlio y la vaca detrás de nosotros. Cuando el candidato se sentó a la mesa y pidió tacos de cabeza, le avisaron que ya se habían terminado y la mesera me señaló, culpándome con dedo flamígero. “Todavía tenemos de asada, de barbacoa, quesadillas con frijoles maneados, tacos de birria y otros” ofreció la mesera. “Tú nomás llegas antes para comerte todos los tacos” se rio Beltrones. Me desplacé un poco avergonzado a platicar con otros miembros del equipo del candidato, mientras Beltrones entraba a la estación para su entrevista. Iván Jaimes Archundia, el candidato suplente de Beltrones y su asesor jurídico de confianza me abrazó con simpatía. “Mira”, le comentó a uno de los miembros de la comitiva “éste es Raudel, ahí donde lo ves escribe en El Universal, un periódico de México, pero él es de acá. No le molesta venir a ensuciarse los tenis y el pantalón (me vio lleno de tierra con algo de desaprobación), ni comer en la carretera para acompañarnos en la campaña. El licenciado lo quiere mucho.” Buen tipo Iván, muy generoso y muy político. Su interlocutor me preguntó amable pero curioso “¿Y cómo conociste al candidato?”. “Me lo presentaron en la comida de cumpleaños de un amigo común en México hace muchos años” le respondí. Inmediatamente después, me topé con Javier Anzaldúa Salcedo, el secretario privado de Manlio Fabio Beltrones y uno de los amos y señores de la agenda del candidato. “Ahora sí llegaron puntuales mi Raudel” me dijo bromista. Me abrazó con afecto y no recuerdo qué comentamos un rato cuando apareció José Encarnación Alfaro, un experimentado político que funge como coordinador de campaña de Beltrones. “Usted no me ha mandado copia de su discurso de juventud” le reclamé con suavidad aludiendo a un discurso de denuncia que pronunció frente al presidente Echeverría y del cual se imprimieron miles de ejemplares. Me tenía prometido compartirme una copia. “Jaja, déjame buscarlo y te lo paso” me dijo dando una palmada en mi espalda y se fue a acompañar al candidato.
Luego de la entrevista, nos fuimos a un auditorio muy bonito del municipio donde Beltrones hablaría con los empresarios hoteleros locales y de nuevo, con algunos pescadores. Ahí estaba Rubén Matiella, el consejero de Beltrones en temas de política cultural y su asesor para asuntos de historia de Sonora. Propietario de una de las mejores bibliotecas de historia regional (si no es que la mejor), Matiella me advirtió “no vayas a cometer indiscreciones Raudel” y se rio. Entonces abrí unos ojos enormes y desconfiados al ver que unas damas llegaban al evento con unos escotes desmesurados. Me desconcertó mucho y Juan Carlos Puebla, el responsable de enlace con jóvenes en la campaña, me explicó “de vez en cuando aparecen mujeres que quieren coquetearle al candidato por un motivo u otro. Además, acuérdate que estamos en Puerto Peñasco en días de spring break. Todo mundo anda de desmadre aquí”. Ya en el evento, los concurrentes le agradecieron a Beltrones haber sido prácticamente el fundador del Puerto Peñasco moderno y el que más impulsó turísticamente al puerto durante su etapa como gobernador. Entonces vino el discurso del candidato, el mejor que me tocó escuchar en campaña. Siempre he pensado que los políticos tienen mucho de Scherezada. Un político que no sabe contar bien una historia no sirve para nada. Beltrones empezó a contar en tono norteño y con un acento quizá demasiado marcado, de dónde venía su cariño por Puerto Peñasco. “En 1988 andábamos en campaña para el senado Luis Donaldo (Colosio y yo). Donaldo me invitó a desayunar con su familia en el bonito pueblo de Magdalena. Almorzamos él, otro amigo y yo. Este amigo tenía la mala costumbre de comer demasiado. Desayunó machaca, cabeza, barbacoa y quién sabe qué más. De manera que cuando subimos a la avioneta en la que Donaldo y yo íbamos a recorrer los municipios de Sonora, nuestro amigo se sintió mareado” y sonriendo caminó hacia el lugar donde yo estaba sentado, tomándome del hombro. “No es bueno viajar con el estómago tan lleno, puede ser muy perjudicial para la salud. Pero el caso es que Donaldo y yo íbamos en la avioneta rumbo a San Luis Río Colorado cuando el piloto se perdió en medio de las nubes. Intentamos comunicarnos con tierra, pero no había aeropuertos en Sonora como ahora. Nadie contestaba los intentos de comunicación por radio del piloto. Había pasado tanto tiempo que el Flash de Hermosillo (un letrero luminoso de noticias que había en una avenida de la ciudad antes de la era de internet) ya había anunciado las muertes de Donaldo y la mía. Nuestras señoras ya estaban preparando los respectivos velorios.” El público estaba hechizado mientras Beltrones seguía caminando por el lugar. “De pronto nos contesta un radioaficionado de nombre Juventino para decirnos que podíamos aterrizar debajo de donde estábamos. Que no había nada y por lo tanto podíamos aterrizar sin peligro. En efecto, aterrizamos y no había nada. Era una modestísima aldea de pescadores. Donaldo y yo bajamos a besar tierra. Recorrimos la aldea y descubrimos su enorme potencial. Una playa bellísima, cercanía geográfica con Estados Unidos, etcétera. Donaldo y yo prometimos que el primero en llegar a gobernador invertiría en esta tierra para ayudarla a despegar económicamente. Y el que llegó a gobernador fui yo. Así que procuré cumplir la promesa, atraer inversión y convertir a Puerto Peñasco en un puerto turístico de altura. Hoy he visto que Puerto Peñasco ya no necesita apoyo de nadie, solo necesita que los gobiernos no le estorben para seguir creciendo y atrayendo turistas a esta tierra tan hermosa…” Ovación de pie del público. Manlio Fabio Beltrones había conquistado nuevamente a su auditorio. La cancioncita de campaña rebotaba por todo el auditorio “¡Beltrones va que va!” mientras la gente aplaudía y trataba de retratarse con el candidato.
Concluirá la próxima semana…