Con los resultados del pasado martes 5 de noviembre, durante las elecciones en Estados Unidos, parece ser que muchos de nosotros nos equivocamos en nuestras predicciones. No solamente erramos en quién sería el ganador, sino que Donald Trump perdería el voto popular. Algunos analistas anticipaban que los resultados no estarían listos en los siguientes días debido a lo cerrado de la elección y que, incluso los demócratas ganarían el Senado. También en eso nos equivocamos.

Evidentemente la campaña de Trump fue exitosa al exponer y amplificar algunos descontentos de los votantes con el gobierno de Biden y, por consecuencia, proyectados hacia Kamala Harris. Varios elementos pudieron llevar a los votantes, tradicionalmente demócratas, a cambiar de opinión como los latinos que se identificaron con los problemas de la clase media trabajadora, que el populismo de Trump apostó a ganar. Y es precisamente, acerca de ese discurso populista, del que trata este artículo.

Trump elaboró otra vez la argumentación divisoria y polarizante, enfocándose en crear enemigos que, como él mismo dijo, son los de dentro de su país. Este discurso le había funcionado muy bien en el 2016, apuntando que los enemigos eran los migrantes ya instalados en la sociedad que les quitaban los empleos a los estadounidenses y, para que le funcionara mejor la acusación, creó la imagen de que eran violadores.

Esta vez, además de esos enemigos intrusos que no han desaparecido, existen para él los enemigos internos. Ha creado una lista previa a las elecciones donde identifica a diversas figuras políticas importantes para amplificar su discurso. Trump ha creado tal identidad entre sus seguidores que el peligro es que sienten que deben defenderlo. El mejor ejemplo es la insurrección del 6 de enero de 2021, que seguía las indicaciones trumpistas en las redes sociales. Asimismo, hace algunos meses uno de sus partidarios entró a la casa de Nancy Pelosi en San Francisco y, buscándola a ella, atacó a su esposo. Es decir, los admiradores de Trump han asumido a sus enemigos como propios y se han transformado en su ejército particular.

Y al decir del discurso, debemos hablar de sus promotores que son los medios de comunicación que, en este caso, unos son los que lo exponen como divisorio y otros son los que los divulgan como si fuera la verdad. O sea, unos son los enemigos y otros son los partidarios incondicionales de la figura de Trump. La pregunta sería si los medios podrán hacer su trabajo profesional para decir la verdad, ahora que Trump regresa al poder. Veremos, porque la primera enmienda constitucional defiende la libertad de expresión, pero Trump ya los tiene encasillados como “enemigos del pueblo”.

En su discurso también afirmó que la economía estaba en pésimas condiciones por el manejo de Joe Biden. Sin embargo, la inflación ya está bajo control, Estados Unidos mantiene el mejor PIB entre los países del G7, el desempleo está en los niveles más bajos y la bolsa de valores tiene los indicadores más altos de la historia. Pero la creación de escenarios oscuros en sus discursos ha funcionado muy bien entre sus seguidores que los han amplificado en las redes sociales. La campaña también la hacen ellos.

En los sectores de la población donde se dio el mayor cambio, muy probablemente por la difusión de estos discursos, pero también por ciertos sentimientos que mucha gente no se atrevía a expresar y que Trump les abrió la posibilidad de hacerlo, como son los prejuicios racistas o machistas. Con respecto a estos dos en particular, Trump ya había elaborado ampliamente los estereotipos en sus discursos. Así, encontramos que la población de hombres afroamericanos que en momento no habrían votado por él, ahora lo hicieron. Similarmente, se encuentra el mismo caso en hombres latinos en estados columpio donde él enfocó su campaña. Tiene una gran habilidad de construir imágenes con sus palabras y dirigirlas a los sectores vulnerables.

De esta manera, también podemos observar que otros resultados se ubican en que las divisiones no solamente son raciales, o entre el norte y el sur, o entre las zonas urbanas y las rurales, sino que también la división se identifica entre los que tienen educación superior y los que no la tienen, y que muchos de estos sectores ahora identifican a los demócratas como elitistas que los excluyen. Pudieron establecer su identidad política por la clase social en que se ubican, siendo afroamericanos, latinos, asiáticos, citadinos o de cualquier otra división. El discurso de Trump estuvo constantemente dirigido a esa división de clases que le funcionó muy bien.

Otro elemento esencial de su discurso que, además estuvo en los mensajes publicitarios, fue el tema “woke”, que la gente lo construyó en su mente como Trump lo creó. El concepto “woke” es una idea desde los años 30 del siglo pasado, que surge de la comunidad afroamericana exigiendo igualdad de derechos por los problemas de exclusión de entonces. En la década pasada resurge con una propuesta de inclusión, justicia social e igualdad para otros grupos sociales como las mujeres, las diversas minorías y la comunidad LGBT. Sin embargo, este movimiento fue aprovechado en el discurso de Trump para construir ideas de que los “liberales” iban a convertir en transgénero a los niños en las escuelas o que les iban a permitir decidir su sexo a temprana edad. Asunto que es totalmente mentira y que, sin embargo, parece haber tenido un gran impacto político electoral en la población de todos los sectores.

A pesar de que las imágenes comparativas entre los dos candidatos eran estéticamente opuestas, debió haber elementos que, a partir de esos discursos, producían en los votantes exaltación a sentimientos profundos. Así veíamos a un hombre blanco, grande, viejo, vociferante y resentido, comparado con una mujer negra, más joven, mesurada y sonriente. Recordemos, además, que Trump es convicto con varios cargos criminales y que Kamala Harris es una procuradora de justicia. Los resultados nos mostraron lo que escogió la mayoría de los votantes y uno de los factores pudo haber sido el discurso de división.

La nueva administración Trump no va a tener a quienes limiten sus impulsos de poder, no va a tener a “sus generales”, como le gustaba decir, para moderarlo. Ahora solamente va a estar a su alrededor gente que le rinda lealtad. Va a formar un gabinete con gente que estuvo cercana durante su campaña, independientemente de si son expertos o no en donde sean asignados. Es por eso que Elon Musk, Robert Kennedy, Tucker Carlson e incluso Marco Rubio (quien por cierto, se burló de él en 2016), van a tener alguna encomienda. En esta ocasión él no va a tener a expertos que lo asesoren, él va a tomar sus decisiones y se va a rodear de los que son sus leales e incondicionales, que al final del camino no lo van a defraudar, que no lo van exponer, que no declararán en su contra si lo tuvieran que hacer.

Trump hizo bien su campaña y, lo que tal vez lo ayudó más, fueron sus discursos polarizantes que convencieron a varios sectores de votantes. La campaña de Harris y muchos de los demócratas no calcularon estos elementos, se equivocaron, prefirieron hacer que ella se viera haciendo campaña con la republicana Liz Cheney, por ser enemiga de Trump, que enfocarse en temas centrales que Trump había acaparado a pesar de sus extravagancias. Al final se tendrá que evaluar si estos sectores serán beneficiados, porque lo que sí sabemos es que Trump trabaja para su propio beneficio.

Académica de la Universidad Iberoamericana, especialista en Política y Medios de Estados Unidos y conductora del podcast Hablemos de Estados Unidos.

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