Desde que Donald Trump subió al poder en enero de 2017, todo su enfoque ha estado orientado hacia la economía y cómo ésta puede favorecerlo políticamente. Cada una de las medidas que ha tomado de manera repentina, apoyadas por los republicanos en el Congreso, han sido diseñadas calculando el beneficio adicional que pueda obtener, tanto como presidente, así como la figura mediática que es y que se puede evaluar con un rating.
Trump sabe cómo manejar la opinión pública de las masas, a pesar de que muchas de sus políticas sean perjudiciales para la clase trabajadora que lo apoya en ciertos estados. Y es que sabe enfocar sus discursos para que se vuelvan congruentes con las emociones y sentimientos más profundos de quienes lo escuchan. Así es como logró que la narrativa sobre los migrantes mexicanos y la justificación del muro se volviera parte fundamental de su campaña, incluso ya siendo presidente.
Pero Trump no solamente requiere del discurso congruente con las emociones, requiere también de la ovación en vivo de las masas. Es decir, requiere de los rallies, donde una gran cantidad de individuos se congrega a aclamarlo. Para asistir a ellos, sean o no de campaña, las multitudes saben que pueden esperar un promedio de ocho horas para escucharlo y, en esa espera, convivir y retroalimentarse mutuamente sobre lo “extraordinario” que es el presidente. Para dar una idea de lo importantes que son los rallies para él, desde el 8 de noviembre de 2016, cuando ganó las elecciones, hasta el 3 de marzo de 2020, Trump ha realizado 109 rallies en diferentes ciudades, de los cuales 27 han ocurrido desde que se declaró en campaña para la reelección en junio de 2019.
Los rallies son imprescindibles para Trump, esté o no en campaña. Los utiliza para mantener su presencia ante su base social y reforzar sus niveles de aprobación, pero también para elaborar discursos improvisados que corresponden con el “sentir” de los que lo apoyan, principalmente dividiendo a la sociedad en buenos y malos. A estas personas a las que él les habla, les es muy fácil generar una identidad política falseada y justificar todo tipo de actitudes, incluyendo las más racistas y vulgares.
Hoy, la dificultad que tiene el presidente para conseguir incrementar las preferencias políticas a su favor, es que la crisis de salud pública mundial no permite la reunión de grandes cantidades de gente, mucho menos de rallies políticos. En plena campaña electoral para su reelección, pero también en la mitad de la crisis de salud pública, Trump necesita a las masas para que aplaudan su discurso cargado de insultos contra los “otros”, los enemigos construidos y también contra los medios de comunicación que no lo apoyan ni lo exaltan como él quisiera. De hecho, son los medios, a los él que llama “enemigos del pueblo”, los que están presentes en todos los eventos y transmiten a toda la sociedad sus discursos e insultos. Pero también son los medios los que han estado exponiendo los efectos de la pandemia, como consecuencia de la negligencia de Trump durante los primeros meses del año, en los cuales no actuó anticipadamente para atacar la crisis por venir de manera oportuna.
A menos de seis meses de las elecciones, Trump necesita los rallies para retomar varios temas y exponerlos a su manera y mantener a su base a su favor, así como para atacar a sus enemigos. Entre los principales son Nancy Pelosi y Adam Schiff, los legisladores a cargo del impeachment o destitución, y es precisamente el impeachment otro de los temas que él quiere exhibir ante las masas, para calificarlo como cacería de brujas y así reivindicarse ante sus votantes. Además, por supuesto que esos rallies tendrán su correspondiente transmisión mediática para que se potencialice su presencia en la discusión pública.
Otro tema del que necesita hablar ante sus audiencias, es el de la pandemia. Los medios captaron los diversos momentos en que el presidente menospreció el impacto que podría tener el inminente problema de salud y finalmente su toma de decisión para actuar con diferentes programas llegó tarde, resultando en la gran cantidad de decesos que hemos visto, además de la crisis económica resultante. En sus rallies necesitará hablar de que los medios lo están acusando y que solamente dicen mentiras y son fake news, para desechar cualquier versión mediática como si el hecho no existiera y no estuviera registrado. Dirá que él actuó adecuadamente y que la culpa la tiene Barack Obama porque le heredó una administración no preparada para la pandemia.
Un tema adicional, son las últimas manifestaciones de protesta en forma violenta en contra del gobierno, las cuales son resultado del racismo policiaco en contra de los afroamericanos. Es un tema de agenda pública del que se viene hablando por varios años y que, a partir de la llegada de Trump al poder, se ha disminuido. Las respuestas tuiteras por parte del presidente a estos hechos han exaltado el racismo de muchos grupos asentados en los estados que lo pueden beneficiar políticamente, y es precisamente a ellos, a los que les dirige sus mensajes. El permiso que emitió Trump en 2015 cuando se proclamó precandidato a la presidencia, manifestándose en contra de los mexicanos de manera racista, estimulando la intimidación contra las minorías, vuelve a aparecer en esta nueva edición de violencia policiaca contra afroamericanos, que es realizada por la propia autoridad. Por supuesto que éste será otro tema de rally, condenando a los manifestantes y defendiendo a la policía, así sus seguidores lo vitorearán provocando una mayor división social.
Ante la imposibilidad de realizar sus rallies, ha estado utilizando la plataforma de información sobre la pandemia en la Casa Blanca. Se le ha presentado como una oportunidad alternativa para emitir mensajes diarios de campaña electoral. Estos mensajes son discursos cargados de acusaciones con la intención de señalar a sus adversarios y reforzar al núcleo duro que lo apoya. Con estos discursos también impugna y ataca cualquier insinuación de que él pudiera tener responsabilidad en los efectos de la pandemia por no haber actuado a tiempo. No solamente no asume, sino que culpa a los “otros”, incluyendo a Obama o a Hillary Clinton.
En estas conferencias de prensa protagonizadas por el presidente, lo hemos visto contradecir a los propios expertos médicos que aparecen junto a él, incluso impulsando el consumo de medicamentos no aprobados. Asimismo, lo hemos visto construir falsedades con respecto a los gobernadores y legisladores demócratas, ha inventado teorías de conspiración como la de “Obamagate” y ha hecho aseveraciones sobre la vida personal de comunicadores. Al mismo tiempo, ha atacado a los propios reporteros que recogen su imagen y toman notas en la sala de prensa o en el Rose Garden e insulta a los que lo cuestionan sobre la conveniencia de reabrir la economía. Y es que los representantes de los medios no están ahí para aplaudirlo, sino para cuestionarlo. Él no quiere interactuar con los medios, sino con sus seguidores para crear la ilusión publica de que todos los ciudadanos lo aclaman. Es por eso que necesita sus entrañables rallies, para apoyarse en las grandes cantidades de fanáticos coreándolo y validando sus habladurías.
Trump ha explotado la pandemia y ha politizado la forma en que la enfrentan los diferentes sectores sociales. Su discurso ha exacerbado la identidad política entre otras cosas, con el simple hecho de usar o no usar cubrebocas en público, ya que él ha decidido no utilizarlos y sus seguidores simplemente hacen lo mismo que él. Ha politizado también el hecho de abrir o no la economía, tanto por el hecho de recuperar lo perdido para su beneficio personal de campaña, como para satisfacer la inminente urgencia de realizar sus rallies. Es por ello que ha estado apoyando a manifestantes de distintos estados que, con el pretexto de egresar a la normalidad, se niegan a aceptar la realidad de la amenaza de salud pública.
En uno de sus recientes discursos amenazó al gobernador demócrata de Carolina del Norte, de cambiar la sede de la Convención Republicana que se va a celebrar en agosto en Charlotte (que es donde él se convertiría en el candidato oficial), si no permite que haya asistencia completa durante los tres días del evento. En sentido estricto, él no puede cambiar la sede, ya que es una planeación del propio partido político con las autoridades del estado que se trate y normalmente se proyecta dos o tres años antes. Asimismo, esas planeaciones son estrategias políticas para ganar los votos electorales del estado anfitrión y sus vecinos. Al final de cuentas es la decisión del gobernador del estado sede, la forma en que se llevará a cabo el evento.
En esta situación es que Trump tiene la urgencia abrir todas las actividades sociales completamente, a pesar de que ello signifique la muerte de muchas más personas y de un posible resurgimiento de la pandemia. Él no está en una encrucijada, él ya tiene decidido que lo que más le conviene es la apertura, a pesar de las recomendaciones de los médicos expertos nombrados por él mismo. Es claro que todo aquel que se le oponga se volverá su enemigo, incluyendo a gobernadores, alcaldes o legisladores republicanos vulnerables que no estén de acuerdo con esta postura.
Y finalmente, los apoyadores de Trump en ciertos estados que gozan de mayor distanciamiento social, muy probablemente lo seguirán favoreciendo, a pesar de la enorme cantidad de pérdidas humanas. Muchos de ellos han generado identidad política y la manifiestan en su forma de vida, reforzada por el constante discurso que reciben de él a través de diferentes medios todos los días.
Pero, por otro lado, está la idea de que, dependiendo del impacto que haya tenido la pandemia en las vidas de sus seguidores, es como ellos podrían tomar sus decisiones, despojándose de esa identidad política falsa y reconociendo la responsabilidad del presidente al enfrentar la pandemia tardíamente. Tal vez en esta ocasión, la división social que Trump ha logrado a lo largo de estos últimos años, no esté representada en las decisiones de muchos de los integrantes de su base de apoyo. Y tal vez, en esta ocasión pudieran estar más inclinados a favor de la salud personal y pública, que de del discurso demagógico y divisorio. Tal vez finalmente se preguntarán si Trump habrá logrado la grandeza que había prometido en el 2016.
La autora es académica de la Universidad Iberoamericana, especialista en política y medios de Estados Unidos. Miembro de COMEXI