Raquel López-Portillo Maltos

@rak_lpm

En las últimas semanas, la ahora candidata demócrata a la vicepresidencia de Estados Unidos, Kamala Harris, ha acaparado todos los reflectores de la prensa internacional. Además de la innegable importancia del puesto por el cual contenderá, muchos han celebrado esta decisión y la han tildado de progresista. Esto no es gratuito, pues no todos los días se ve a una mujer joven, afroamericana, hija de inmigrantes, en una posición de tal relevancia. Si bien esto es digno de reconocerse, hay quienes mantienen sus reservas. ¿La decisión de Joe Biden emana de un reconocimiento auténtico de la importancia de la diversidad o es simplemente una pieza conveniente en el juego del ajedrez electoral? Más allá de ello, en caso de ganar las elecciones, ¿cuánto poder tendrá Harris realmente?

La participación de las mujeres en la vida pública ha transitado por un camino largo y accidentado a través de la historia. En el caso de México, a comparación de otros países, llevamos más de medio siglo de atraso en materia de derechos civiles y políticos de este sector de la población. Mientras que en otras latitudes los gobiernos encabezados por mujeres son algo común, en nuestro país, aún parece impensable tal cosa. Sin lugar a dudas, se han desarrollado importantes avances que han ayudado a nivelar el acceso a oportunidades en esta esfera. Sin embargo, aún queda mucho por hacer para lograr la igualdad sustantiva por la que tanto se ha luchado.

El inicio de la actual administración planteó una promesa de cambio en este aspecto. En los últimos dos años, hemos sido partícipes de varias primeras veces. El primer gabinete y congreso paritario en la historia de nuestro país. La primera mujer secretaria de gobierno, la primera secretaria de Economía, la primera secretaria del Trabajo y Previsión Social, la primera embajadora de México en Estados Unidos y próximamente la primera indígena a cargo del Consejo Nacional para Prevenir y Erradicar la Discriminación. México se sumó a una política exterior feminista, enfoque vanguardista incorporado únicamente en Suecia, Francia, Canadá y Noruega hasta el momento. En palabras del presidente Andrés Manuel López Obrador, “nunca se había protegido tanto a las mujeres de México”.

Pese a ello, estos hitos dejan un sabor agridulce. En parte, porque no estamos recibiendo los frutos que la representatividad promete. Diversos estudios que miden el impacto de la representación femenina en la esfera política han demostrado que una mayor inclusión de mujeres se traduce en mayores beneficios, no solamente en aquello que atañe a nuestros derechos, sino también en mejoras en materia de educación, salud, seguridad, vivienda, entre otros, beneficiando a la sociedad en su conjunto. ¿Por qué en el caso mexicano las cuotas y la paridad no han generado estos efectos?

Pensar que el nombramiento de mujeres dentro del gabinete se traduce automáticamente en un avance sustancial es caer en una trampa engañosa que subestima el poder de la estructura patriarcal. No basta con tener un lugar en la mesa en donde se toman las decisiones para poder ejercer sus facultades plenamente. No basta con tener voz si no se tiene un voto real. Esto deja entrever que el supuesto poder que se les ha otorgado a las mujeres ha sido meramente de forma y no de fondo, pues se ha permanecido en la misma dinámica de sumisión, subordinación y yugo que reproduce el machismo bajo el cual se ha erigido el país.

Sin reglas del juego parejas, las verdaderas decisiones se seguirán tomando en espacios informales en donde no hay cabida para sus contrapartes femeninas o, si la hay, se les interrumpe, minimiza y se les dice qué hacer. Este sabor agridulce, más cercano a la amargura que a la dulzura, es resultado de ver que se han obtenido tan solo migajas de autonomía y poder de decisión a cambio de una promesa de lealtad y obediencia inquebrantables. Está bien un poco de representatividad mientras ellas no se conviertan en un peligro. Está bien ostentar cargos notables mientras repitan “lo que usted diga, señor presidente”.

En este sentido, es humillante ver a la segunda en mando completamente silenciada, mientras que una especie de secretario omnipresente y omnipotente cumple sus funciones de facto. Es lastimoso ver a la mujer que encabeza el principal órgano a cargo de la igualdad de género justificando la orden de recortar en un 75% su presupuesto. Es indignante ver cómo el 8 de marzo, momento coyuntural en la lucha feminista, las secretarias de Estado se hayan reunido para avalar las acciones del presidente cuando nosotras, las ciudadanas, éramos quienes merecíamos ese respaldo. Es enfurecedor ver que han sido nulas las acciones ante la cancelación y recortes a programas que, lejos de promover la austeridad, han dejado en inminente riesgo a miles de mujeres y niñas. Es demoledor el silencio generalizado frente a un discurso que ha ido del cinismo al insulto, del insulto a la mofa, de la mofa a la invisibilización de la violencia que enfrentamos día con día.

Las verdaderas transformaciones buscan revolucionar, no repetir los mismos vicios añejos impregnados del paternalismo que arrastramos desde el inicio de la democracia mexicana. Es por ello que discrepar es la acción más urgente que necesita esta administración. No necesitamos más funcionarias que digan “lo que usted diga, señor presidente”. Si bien esta invitación urgente es extensiva a los encargados de la administración pública en general, insisto en considerar la variable de género como factor determinante. La razón radica en que el valor de una democracia realmente representativa y paritaria encuentra lugar en la suma de distintas perspectivas. Las mujeres liderarán, pensarán y propondrán soluciones distintas puesto que, más allá de las experiencias y formas de vida que nos pueden distinguir en lo individual, el género como categoría política ha moldeado e impactado nuestras vidas de manera diferente. Finalmente, importa porque lo que hagan nuestras representantes hoy, está marcando el camino de aquellas que siguen sus pasos.

Claro que discrepar es solo una parte de la solución. Sería ingenuo pensar que las acciones individuales bastan cuando la estructura de desigualdad tan implícita y tan arraigada se reafirma por sí misma. Sin embargo, estos disensos abonan a una pluralidad genuina. A una responsabilidad clara con el significado del servicio público. A un compromiso con la ciudadanía por encima de un deber con la agenda presidencial. Queremos una inclusión real, más allá de las palabras. No somos una cuota, ni un accesorio progresista. El Estado mexicano tiene una deuda pendiente con nosotras que continúa acrecentándose. No debemos olvidar que las grandes mujeres que cambiaron la historia de nuestro país no lo hicieron obedeciendo y respaldando al status quo, sino defendiendo lo que consideraron correcto.

Raquel López-Portillo Maltos

Es Licenciada en Derechos Humanos y Gestión de Paz por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Se ha desarrollado en los sectores público, privado y de la sociedad civil en temas de seguridad, justicia, igualdad de género y educación. Actualmente, es integrante del Parlamento de Mujeres del Congreso de la Ciudad de México y asociada del Programa de Jóvenes del COMEXI.

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