La crisis desencadenada este fin de semana por el levantamiento contra el ejército ruso por parte del grupo Wagner ha generado interrogantes sobre el futuro del gobierno de Vladimir Putin y sus consecuencias en la invasión rusa a Ucrania. Si bien esta coyuntura se vislumbra como un parteaguas significativo en esta trama, la evidencia apunta a que, contrario a lo que se ha especulado, este suceso está lejos de ser un golpe definitivo al liderazgo del zar del siglo XXI.
En primer lugar, pese a que el llamado al levantamiento y la toma de bastiones estratégicos como la ciudad Rostov del Don apuntaron hacia el inicio de un conflicto civil armado, la comparación con la guerra civil que puso fin a la monarquía rusa en 1917 es desproporcionada y poco precisa. Sin duda hay puntos de convergencia como las condiciones de inflación, desigualdad y guerra. Sin embargo, hacer un equivalente entre ambos momentos históricos implica obviar varios factores que se encuentran ausentes en estos momentos, como las numerosas protestas encabezadas por la población rusa previas a la abdicación de Nicolás II o la nula implementación de reformas que mejoraran la situación socioeconómica de la población.
Más importante aún, pese a las tensiones que existen entre el mandatario y el Kremlin, el ejército, grupos de mercenarios como Wagner y algunos oligarcas, Putin aún cuenta con el respaldo de una gran parte del ejército ruso, de las instituciones, de actores políticos de influencia y de la mayoría de la población. Si Prigozhin hubiera logrado afianzar el respaldo de algunas filas del ejército, de otros grupos paramilitares o de actores de influencia, la historia sí se asemejaría un tanto más al desenlace del Zar, cuyo fin se detonó tras la adhesión de su ejército a las protestas del pueblo.
Otro factor importante a considerar es que, lejos de contar con una base ideológica como la que sustentó a la Revolución de febrero, la motivación de los mercenarios que integran al grupo Wagner se reduce al poder y al dinero. El mismo Prigozhin en distintas ocasiones ha evidenciado sus aspiraciones políticas e intereses económicos. Si bien, los lazos cercanos con Putin le habían garantizado la obtención de contratos y favores por parte del gobierno, las miles de bajas entre sus elementos y la percepción de que la oligarquía es quien se está beneficiando en mayor medida de esta guerra le llevó a cambiar de plan. Aún está por verse si su estrategia de presión acompañada de la radicalidad de su carácter le lleva a buen puerto o si el exilio en Bielorrusia es el comienzo de su fin.
A pesar de que revertir las órdenes de arresto contra elementos subversivos del grupo Wagner ha sido interpretada como una clara señal de debilitamiento del liderazgo de Putin frente al mundo, es importante destacar que desde el inicio de la guerra existen diversos ejemplos en los que se ha contado con la misma percepción sin que necesariamente su poder de facto se vea disminuido. Este último suceso demuestra que el poder de Putin no debe medirse en términos netos ni respecto a eventos aislados, ya que su influencia recae en un complejo entramado de factores políticos, económicos y militares que le han permitido mantener un dominio efectivo sobre Rusia y sus intereses durante más de dos décadas.
Adicionalmente, en este escenario vale la pena sopesar el papel de una figura que ha se ha robustecido ante los recientes eventos: la de Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia, quien se ha mantenido como un fiel aliado de su contraparte ruso en los últimos años. El hecho de que Putin haya dejado en manos de Lukashenko el proceso de mediación en este conflicto particular ha sido interpretado como una señal más de debilidad. Sin embargo, otra lectura plausible de los hechos es una reconfiguración de fuerzas en una zona estratégica de gran interés para Putin.
La participación de Lukashenko en esta crisis fue tomada como una oportunidad de reforzar su liderazgo dictatorial y perpetuar su régimen opresivo. No obstante, este suceso fue aprovechado también por el grupo opositor anti-gobierno, Kastus Kalinouski, para retomar sus planes de intentar derrocar a Lukashenko. Estas condiciones domésticas sumadas al despliegue de armas nucleares tácticas por parte de Putin en este territorio ponen sobre la mesa que el que Lukashenko se mantenga en el poder es un imperativo para los planes de Putin. Por ende, el propio papel pacificador del bielorruso sirve a estos intereses.
Bajo estas condiciones que se desenvuelven y evolucionan minuto a minuto, resulta indispensable distinguir hechos factuales de un mero wishful thinking. Lo acaecido no se traduce en pérdida de poder para Rusia ni beneficios tangibles para Ucrania, al menos hasta este momento. Algunos de los cambios que sí pueden determinar el devenir son: anuncios de cambios en el liderazgo del ejército o del Ministerio de Defensa ruso; disidencias en el ejército ruso o en el grupo Wagner; la adhesión formal de los mercenarios al ejército ruso; el debilitamiento de las posiciones del grupo Wagner en el campo; cambios de postura en la sociedad rusa; o la formación de alianzas con otros grupos por parte de Wagner, entre otros.
Por lo pronto, cabe abogar por la mesura ante la poca certeza que hay en la información disponible y la precipitación que demanda la coyuntura.
@RaquelLPM