Nuestra historia esta marcada por revoluciones populares y anticoloniales: desde los héroes de la independencia y la reforma —llamados liberales—, las batallas contra el latifundio y los gobiernos más avanzados del siglo XX. Cuando explicaba a mis alumnos que todos eran movimientos de izquierda les era difícil entenderme. Dicho concepto ha sido ajeno al vocabulario político mexicano. Cuando en Francia es prestigioso y en la Unión Americana peyorativo. Entre nosotros ni los marxistas se identificaban con el término. López Mateos lo empleó para no ser rebasado por la Revolución Cubana: “Soy de extrema izquierda dentro de la Constitución”.

Sin embargo, el partido hegemónico se reconocía como pluriclasista, incluyendo las reivindicaciones obreras y agrarias “institucionalizadas”. Un clásico del antiguo régimen sentenció: “a la izquierda del partido esta el abismo y a la derecha el retroceso”. Ni el general Cárdenas se asumió en tal corriente, a pesar de su inmensa obra reformadora. López Portillo, en seguimiento a la Transición Española, reconoció al PCM a condición de rebautizarlo y excluirlo del mundo industrial.

Fui vilipendiado como Secretario del Trabajo en razón de las 67 mil huelgas emplazadas y el incremento acumulativo de 75% a los salarios. Poco después colapsaría el ciclo estatista de la economía en virtud de la exportación desembocada de petróleo, la elevación de la deuda externa y la nacionalización de la banca. Los tecnócratas inauguran así el período neoliberal con su cauda de privatizaciones corruptas y Cartas de Intención entreguistas.

El terremoto de 1985 evidenció la fragilidad del gobierno y provocó la eclosión de una sociedad militante: movimientos urbano populares, feministas, defensores de derechos humanos y núcleos ideológicos clandestinos. Encontraron cauce en la Corriente Democrática que dividió en dos al partido oficial e inauguró la transición política del país. Exigimos el fin del “dedazo” y el reconocimiento del derecho a disentir y a competir libremente dentro del sistema. Frente a la cerrazón nos transformamos en oposición: abarrotamos plazas y calles, los campesinos se incendiaron, los estudiantes nos motivaron y las clases medias abandonaron su apatía.

El fenómeno alcanzó resonancia internacional. Diarios extranjeros titularon: “LA IZQUIERDA DEL GOBIERNO MEXICANO SE SEPARA” (Le Monde). El Frente Democrático Nacional, compuesto de partidos antes satélites del régimen, lanza la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia de la República, cuyo arrastre opaca la de Heberto Castillo quien declina a favor del Frente. La marea arrastra a todas las organizaciones de izquierda: comunistas (PMS), Trotskistas (PRT), Maoístas (OIR-LM), socialistas (PMT), universitarios progresistas (MAS), guevaristas (ACNR), socialistas radicales (ORPC), patriotas revolucionarios (PPR), izquierdas comunistas (UIC) y cívicos revolucionarios (ACNR), muchos partidarios de la lucha armada.

Tras el mayor fraude electoral conocido que incluyó la sustitución y quema de urnas, algunos pensamos en una movilización social que condujera a la capitulación del gobierno. Calculábamos que no arrollarían una movilización nacional multitudinaria en el Centro Histórico, recordando que en la Revolución de los Claveles los tanques se pusieron del lado del pueblo.

Imposible contar con la ruptura del Ejercito aunque sabíamos que más del 80% de los soldados y cuadros de las fuerzas armadas habían sufragado por la Corriente. Optamos por un proyecto de la Revolución Democrática en cuyo programa (1990) armonizamos las propuestas de todos los componentes de nuestra lucha, incluyendo militantes del M-19 que abandonaron la violencia y se sumaron a nuestra causa. AMLO fue el último presidente de aquel PRD, que después se pulverizó por “ambiciones vulgares”. Morena es pues el heredero legítimo de la izquierda democrática que fundamos. Como nos dijo el Presidente el día de su elección: “Lo que ustedes comenzaron, hoy lo culminamos”

Diputado federal

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