Emilio Pradilla Cobos
Las ciudades mexicanas muestran hoy la suma de los problemas que temían al finalizar el intervencionismo estatal, y los que les ha añadido el neoliberalismo, impuesto desde 1983, sin que la “cuarta transformación” los haya resuelto, ni proponga solucionarlos en el futuro con recetas que nos haya comunicado.
En los años ochenta del siglo pasado, como lo planteaban muchos otros investigadores críticos, señalábamos los problemas urbanos: gigantismo, desigualdad social exacerbada, desempleo, pobreza, escasez de ingresos tributarios públicos, penuria de vivienda adecuada y servicios sociales para los sectores populares, autoconstrucción y movimientos urbanos reivindicativos como alternativas, dominio del automóvil privado en las políticas públicas y alto nivel de deterioro e insuficiencia del transporte público, contaminación ambiental, desorden territorial y ausencia de planeación urbana, entre otros. A estos problemas, que nadie resolvió, el neoliberalismo como patrón hegemónico de acumulación de capital añadió la privatización y mercantilización de lo urbano, la mayor dispersión territorial exterior, el dominio del capital inmobiliario-financiero en la producción de la ciudad tanto en la vivienda de interés social en la periferia lejana como en la “renovación” —destrucción y nueva construcción— de áreas centrales adquiridas en el mercado a los propietarios o despojadas a los sectores de bajos ingresos a los que reemplazaran los de altas rentas, la presencia creciente de las plataformas electrónicas en el funcionamiento capitalista, el apoyo estatal al funcionamiento y modernización de esta ciudad, la alternancia entre gobiernos locales y nacionales “progresistas” y de extrema derecha, el desencuentro entre el intervencionismo estatal y el libre mercado —entre el keynesianismo estatal reimplantado y el neoliberalismo en las estructuras socio-económicas reales—, la deslegitimación de la planeación en todas sus formas ante el protagonismo del mercado, y la violencia urbana creciente.
En México, todo ello en medio de un dominio capitalista neoliberal vigente en la legislación y la realidad, que la “4T” no acepta ni ha abordado en sus cambios legales permitidos por su “mayoría absoluta” legislativa porque nunca estuvo en su “proyecto de nación”, porque no es parte de su “humanismo mexicano” (¿), porque no lo permiten los panistas, priistas, “verdes” y del “Trabajo” en sus filas, y por las posibles intervenciones de nuestros milmillonarios locales o los vecinos del norte ahora gobernado por el ultraderechista e intervencionista Donald Trump; en una palabra, por su creencia, no justificada, en que su “trasformación” no incluye el cambio del capitalismo, pues —además— “no sería el momento” para sus integrantes “de izquierda”.
Ahora, para complicar los problemas, tenemos el predominio de la arquitectura posmoderna, que llena a nuestras ciudades medianas o grandes de torres verticales de oficinas y viviendas de lujo en renta o venta, sin que sus gobiernos locales, dominantemente de la “4T”, hayan resuelto las necesidades de infraestructuras y servicios públicos, dejando prevalecer la “teoría” de la cobija que al estirarla para que cubra aún más a las capas adineradas, descobija aún más a los pobres, ya bastante afectados por las carencias históricas.
Los dirigentes de la “4T”, desde que militaban y gobernaban como Partido de la Revolución Democrática —2000 a 2006 y más allá— siempre tuvieron predilección por la política de producción de vivienda para los sectores de mayores ingresos de los 2 y 1/2 veces el salario mínimo, pero nuestras ciudades —o más exactamente sus sectores populares— sufren de múltiples problemas y contradicciones urbanas que la atención a la penuria de vivienda —a pesar de su importancia— no resuelve ni abarca.
Integrante de Por México Hoy