Aun están frescas las reprobables imágenes de como un agente del Instituto Nacional de Migración (INM), pisaba y pateaba la cara de una persona migrante que era aplastada en el piso por otro agente. La conducta de los agentes del INM muestra no solo un acto de abuso de autoridad y un uso excesivo de la fuerza pública en contra de personas desarmadas, incluidas mujeres y menores de edad, lo que vemos en las fotografías y videos es la viva imagen de una política migratoria que no atina a encontrar solución a los incesantes flujos de personas que, desde la frontera sur de México, buscan llegar a Estados Unidos.

Algo que no debemos soslayar es que se trata de un problema que afecta a muchos lugares en el mundo, pero en América Latina y el Caribe no cesan los ríos de personas, que ya se perfilan como un mar que fluye de sur a norte, sin que fronteras, inseguridad, fuerza pública o largas distancias puedan detener ante la fuerza de la necesidad, el hambre y los deseos de una mejor vida.

En las dos últimas décadas hemos visto un cambio en la dirección, intensidad y composición de la migración en la región, así como una modificación en el rol de los países como México, que de país de paso actualmente también es ya país de destino para miles de migrantes centroamericanos, como consecuencia de las disparidades económicas y laborales.

En este escenario, sin duda la pandemia ha afectado la migración y la movilidad humana entre países, con la adopción de medidas tendientes a frenar los contagios, como el cierre de fronteras y la restricción de vuelos, que provocaron una disminución en los flujos migratorios, para pasar a una situación de crisis económica generalizada, provocada también por el confinamiento obligatorio en la mayoría de los países.

Actualmente vemos nuevas modalidades en la movilidad de las personas debido a la mayor cantidad de migrantes, la diversidad en su origen, las distancias y fronteras que están dispuestas a cruzar y el cambio en los países de destino, los cuales no están preparados ni acostumbrados a recibir migrantes y refugiados en grandes cantidades, como nuestro país.

Frente al inevitable incremento de personas migrantes que desean llegar a México, ya sea para quedarse o de paso a fin de llegar a los Estados Unidos, la realidad ha demostrado que nuestro país no está preparado para recibir los ríos humanos que desean llegar o cruzar el territorio nacional, pues no cuenta con la infraestructura ni servicios mínimos para mantenerlos en condiciones dignas durante el trámite de solicitud de visa humanitaria, ni con la capacidad administrativa para contestar en breve tiempo, como lo demuestra la suspensión de dicha visa, lo que obliga a que miles de personas de Haití, Cuba, Venezuela, El Salvador, Guatemala, Honduras, Belice y de otros países más, se encuentren varados en la frontera sur.

Es tiempo de que los países de la región modifiquen su visión en el trato del problema migratorio, si de verdad desean mitigarlo, ya que resulta claro que los ríos de gente que busca nuevas oportunidades no pararán y, en la medida, que la economía de los países de la región no registre recuperación y que Estados Unidos vaya mejorando, continuarán sumándose grandes flujos que, ni la Guardia Nacional en México ni la Patrulla Fronteriza en Estados Unidos, podrán detener.

Los asentamientos de miles de migrantes van a incrementarse en la frontera sur conforme pasen las semanas, las caravanas continuarán cada vez con mayor fuerza y la respuesta del gobierno de México será menos eficaz en cada nuevo evento.

Decimos lo anterior porque la política de contención migratoria adoptada por el gobierno federal, en su intento por evitar que se desplacen a la frontera norte, está provocando, entre otras cosas, un hacinamiento insalubre e inhumano, la concentración de miles de personas migrantes que se inconforman y organizan para avanzar hacia Estados Unidos y la necesidad de una fuerza pública mayor de parte de la Guardia Nacional para frenarlos, que hacen inevitables nuevos enfrentamientos y riesgos de nuevas violaciones a los derechos humanos.

Frente a la ineludible complejidad que la movilidad humana internacional genera, México debe explorar alternativas, junto con los demás países de la región, que le permitan atajar una crisis migratoria en ciernes que, de no abordar abiertamente, lo colocará en una incómoda posición en materia de derechos humanos en el escenario internacional. La solución no se encuentra en frenar la migración, la respuesta implica una nueva visión global que la regularice y proteja. Aún es tiempo de frenar los efectos del sunami que una crisis migratoria provocaría en el país.

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