Yadira Cortés tiene a su madre en cama con Covid-19 hace más de un mes, en su casa de Ciudad Juárez. Los peores días ya pasaron, dice, pero sabe que debe resistir, que si su madre está viva es porque hasta ahora ella ha conseguido todo lo necesario. Su madre es una de muchos en Juárez que se curan en sus casas, o mueren allí, y jamás llegan a las cifras del gobierno. Alimentan un nuevo mercado del que poco se habla fuera de la ciudad: el mercado del oxígeno.
“En los peores días su oxigenación bajó a 49, pensé que se me iba”, me cuenta Yadira por teléfono. Su madre, Yolanda Castillo, es diabética, hipertensa, y tiene 70 años. Se contagió en un velorio, cuando en Juárez estaban en semáforo naranja y había misas. Primero tuvo síntomas de gripe, luego neumonía.
“Ahí empezó el calvario”, me dice la hija. Debía conseguir tanques, rellenarlos, conseguir más oxígeno, mascarillas, suero, material hospitalario, una y otra vez, todos los días.
“Entre las cinco de la tarde y las nueve de la mañana son las horas del terror”, dice. Las proveedoras de oxígeno están cerradas, y solo en caso de emergencia se activa una silenciosa red de voluntarios en la ciudad, para salvar la vida de quien esté más grave. A las siete de la mañana, Yadira está otra vez en la fila del depósito de oxígeno, para asegurarse un lugar desde dos horas antes de que abra. “Vemos caras nuevas, o gente que ya no vuelve, y sabemos que su familiar ha muerto”, me dice.
Desde el primer caso, el 17 de marzo, 20 mil personas se han contagiado en Juárez y otras 83 mil lo han hecho al otro lado de la ciudad, en El Paso, Texas, dicen las cifras oficiales. La mayoría, me cuenta Mauricio Pérez, desde El Paso, no hallan una cama de hospital en Chihuahua. La ciudad se ha llenado de dos escenas recurrentes: largas filas de gente afuera de los depósitos de oxígeno, largas filas de carrozas haciendo cola para sacar muertos de los hospitales.
“Aquí si vas al hospital, te mueres”, dice Yadira. “La gente cuida a los suyos en sus casas, instalan un equipo de emergencia en su cuarto, y resuelven como pueden”, dice Mauricio, que vende tanques y generadores de oxígeno. El precio de los tanques se ha disparado: rellenarlos cuesta entre 600 y 1,200 pesos diarios.
Los familiares se han convertido, en medio del pánico a su propio contagio, en enfermeros improvisados. Buscan en YouTube, en Google, cómo modular el oxígeno, se pasan de boca en boca las alertas de cuál farmacia tiene aspirinas, agua destilada, suero, vitamina C. “La gente prefiere cuidarlos y tratar de salvarlos en sus casas, a mandarlos a un hospital a morirse esperando una cama”, dice Yadira. “En el sur, allá en Ciudad de México, no dicen lo que estamos viviendo en Juárez. Esto es muy duro”.
Y tiene razón, parece que desde el sur Juárez no está en el mapa de la tragedia en que se ha convertido este 2020 interminable. Los artículos sobre el oxígeno, los muertos, las soluciones caseras, la desesperación, que cunden la prensa local, escasamente aparecen en las noticias del resto del país.
Dolores Torres, otra habitante de Juárez, dice que el asunto del oxígeno es preocupante. Hace unos días, el alcalde de la ciudad dijo que comenzarían a repartir tanques gratuitos para la población más necesitada. Lo anuncian en las redes oficiales del gobierno. Pero no son suficientes, a juzgar por la necesidad de quienes tienen enfermos a los suyos.
“Me contagié cuidándola, pero he salvado a mi madre”, me dice Yadira. No hay espacios en los hospitales públicos, ni en los privados, no hay oxígeno, no hay medicinas, no hay trabajo. Juárez está en semáforo rojo, mientras se acerca el invierno. ¿Cuántos son, cuántos han enfermado y jamás llegaron a la estadística?
“Que nos cuenten en las filas del oxígeno”, me dicen los familiares. “Estamos tratando de salvar a los nuestros, cada quien como mejor puede”.
@PenileyRamirez