En México nunca hubo una segunda ola de Covid . En realidad, nunca superamos la primera, porque nunca bajaron sustancialmente la cantidad de casos ni el personal médico pudo realmente descansar.

En los meses de agosto, septiembre, octubre, parecía que todo disminuía, paulatinamente, pero en noviembre comenzó a dispararse un crecimiento inaudito, exponencial, que ha colocado hoy a México como el segundo sitio del mundo con el mayor índice de muertos , entre quienes contraen este virus, solo después de Yemen. En México, hoy, 9 de cada 100 personas que contraen Covid morirán unos días más tarde.

Las escenas que describen los profesionales de la salud y ocurren en estos días, mientras usted lee esta columna, son la bitácora del horror. En sus relatos, hay pacientes que mueren en una silla de espera en urgencias, esperando a ser valorados. Otros alcanzan a llegar al hospital solamente a que les den morfina, para apaciguar el dolor, la contracción en el pecho, la desesperación de jalar aire, cada vez menos, antes de morir ahogados . Unos más llaman a los casi 50 números de proveedores de oxígeno en las áreas capitalinas. Pero no contestan, o dicen que no hay, que llamen más tarde.

No hay oxígeno, no hay hospitales , no sabemos en realidad cuántos están infectados. Las cifras oficiales dicen que hoy han muerto por Covid en México más de 137 mil seres humanos y se contagiaron más de 16 mil solo en las últimas 24 horas. A esto debe sumarse el “exceso de mortalidad”, esto es, quienes murieron por neumonía atípica , sin tener una prueba positiva de Covid, o quienes fallecieron de otras enfermedades que no se atendieron durante la crisis de la pandemia . Con ellos, dicen los especialistas serían ya 300 mil.

Estas mismas estimaciones muestran claramente la curva del luto que aún nos viene. Más de 500 mil muertos por Covid y por la saturación de hospitales habrá en México antes de agosto, me dice Arturo Erdely, matemático y actuario de la UNAM que analiza las cifras oficiales.

Las próximas ocho semanas serán las peores, coinciden todos los profesionales con quienes hablé para esta columna. Hay una nueva variante del virus, mucho más contagiosa, una curva muy lenta de vacunación, más los remanentes de una crisis que comenzó en noviembre, se acentuó en las tres primeras semanas de diciembre (cuando nuestro semáforo capitalino era naranja intensísimo, y los investigadores aseguran que debía ser rojo, muy rojo) y ha llegado a la debacle después de las fiestas.

No hay camas disponibles, ni ventiladores, ni oxígeno. Y no habrá, en el futuro cercano. Las tendencias estadísticas que analiza el matemático Erderly muestran una curva ascendente de más y más muertos que se extenderá hasta el verano y descenderá, muy lentamente, a partir de julio. Todo esto, si una nueva variante, como las que ya se detectaron en Japón y Brasil, no modifica otra vez el modelo matemático de predicción.

Las vacunas que anuncia el gobierno, tomando como cierto el calendario de vacunación que han adelantado, solo disminuirán levemente la curva. Podrán mitigar unos 20 mil fallecimientos, que celebran, me dice Erderly , pero no frenarán el desastre.

Vemos que se están enfermando ahora también en las clases medias, me dice una especialista que está en la primera línea de cuidados intensivos . Se cansaron de estar encerrados, de limpiar ellos mismos sus casas, de hacer su jardín. Esa es la verdad, dice ella.

El resultado es un país que ve caer a los muertos como moscas, me dice otra, que todos los días debe aceptar en sus conferencias que todas sus estimaciones, aún las más catastróficas, de 60 mil muertos , han sido superadas, y falta mucho más.

No es momento de cansarnos, ni de bajar la guardia. Lo peor aún está por venir.

@PenileyRamirez