El privilegio de los viejos es el hecho de poder recordar y revivir aquellos momentos de emoción y júbilo con el ímpetu característico, en mi caso, de nuestra ya muy pasada juventud. “Recordar es vivir”, dijo algún escritor, lo sé ahora que acabo de cumplir 79 años de vida. Ya no soy aquella joven entusiasta, sin embargo el flash-back de la película mental de lo que ha sido mi vida me lleva a recordar mi amistad con el gran poeta David Huerta, quien el próximo 3 de octubre cumplirá dos años de haberse subido al barco del viaje sin retorno, al que todos —inexorablemente— nos subiremos.

Conocí a David hacia los años 1969-70 sin poder precisar el día. Era muy joven y ya era considerado por la crítica como una joven promesa en el campo de la poesía. David había obtenido en 1971 la beca del Centro Mexicano de Escritores en ese rubro. Entonces, Salvador Elizondo, mi esposo, fungía como asesor de los becarios, junto con Juan Rulfo y don Francisco Monterde. David estaba casado con Vilma Fuentes, la también muy joven literata que incursionaba en la narración literaria. A Salvador Elizondo le llamó la atención la pareja de incipientes literatos a los que invitó a nuestra casa para charlar con ellos y conocerlos mejor. David manifestaba una gran admiración por Salvador y nosotros admirábamos al joven matrimonio, principalmente por tratar de seguir el camino de una vida dedicada a la creación literaria.

En alguna de las visitas que nos hizo la joven pareja les platicábamos del reciente viaje a la ciudad de Oaxaca que habíamos hecho Salvador y yo, sobre todo del impacto que yo sentí al ver por primera vez Monte Albán, ese espacio arquitectónico extraordinario al que se asciende paulatinamente hasta una meseta localizada en las alturas, donde nuestros antepasados construyeron semejante esplendor que abraza al cielo.

David Huerta, 23 de junio de 1971. Foto: Paulina Lavista
David Huerta, 23 de junio de 1971. Foto: Paulina Lavista

Por esos días se hablaba de que habría un eclipse total de sol por primera en vez en muchos años y que el mejor lugar para observarlo era Oaxaca, específicamente desde la ciudad de Miahuatlán. Ni David ni Vilma conocían Oaxaca, y yo, recién casada y enamorada, acababa de descubrirla gracias a Salvador. Se nos ocurrió a todos que podríamos planear un viaje a Oaxaca para tener la experiencia de presenciar un eclipse total de sol y para que Vilma y David conocieran Monte Albán, así como la ciudad Oaxaca, su mercado con las aguas frescas de doña Casilda, etc.

Nos decidimos de inmediato y empezamos a planear el viaje. Debido a que David y Vilma no tenían coche yo sería la que los llevaría en mi poderoso Volkswagen.

Salvador Elizondo en el último momento no pudo ir por sus clases de la UNAM, aun así, sin él , el viaje se realizaría.

Se nos unió mi hermano Mauricio y partimos a la aventura Vilma, David, mi hermano y yo, como los artistas que éramos, con muy poco dinero y mucho entusiasmo hacia Oaxaca el 6 de marzo de 1970; nuestro primer destino: Miahuatlán... (Continuará)

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