Ante todos pido una disculpa a mi amigo, el arquitecto Felipe Leal, y a mis lectores, por haber metido la pata en mi artículo anterior al denominar a la Galería del Seminario de Cultura Mexicana como museo y por decir que Felipe es el director del Seminario de Cultura cuando en realidad es el Presidente, ya que éste se maneja mediante un consejo de especialistas que toman decisiones de común acuerdo en los temas a tratar del mismo.
A propósito de la magnífica exposición que se presenta en dicho Seminario (que durará hasta el próximo el 2 de febrero) sobre el trabajo de las hermanas Figueroa, quienes por primera vez exhiben en una galería parte de su asombrosa obra en el diseño y creación de vestuarios para toda índole de escenarios, teniéndose que enfrentar a caprichosos actores y diversos directores y escenógrafos que las quieren y admiran. María y Tolita tienen infinidad de amigos, sobre todo artistas. Esto lo han logrado gracias a la virtud de ambas de lo que se entiende como “el don de gentes”. Son muy simpáticas y atentas con todos y lo más importante, para mí, amén de su gran talento artístico, es su gran sentido del humor y la calidad humana de su trato hacia el amigo.
Nos hermanan a María, Tolita y a mí el ser hijas de dos cineastas que comparten créditos en películas importantes de la historia del cine mexicano. Ellas son hijas del gran cinefotógrafo Gabriel Figueroa y yo del compositor de música para cine Raúl Lavista, a su vez amigo de don Gabriel, de toda la vida.
Conocí a María en el estudio del pintor Carlos Orozco Romero cuando ella tendría alrededor de tres o cuatro años de edad; su mamá, la pintora Antonieta Figueroa, la llevó a la clase de pintura que impartía el maestro Carlos Orozco Romero; Antonieta formaba parte de un grupo de alumnas que tomaban clases con él, ellas eran: la actriz Esther Fernández, Antonieta Figueroa, Sherly Delgado ( esposa del director de cine Miguel M. Delgado) y mi madre, Elena Pimienta de Lavista.
Yo tendría cerca de 12 años, me llevó mi mamá para hacerme un retrato como un ejercicio para su clase. Lo que recuerdo es que María era tan vivaz e inquieta que prácticamente acaparó la atención de todos, se apoderó de la clase, no dejó de moverse y de hacer diablura y media.
A Tolita, en cambio, la conocí por Mario Lavista, mi primo hermano, cuando realizaba el vestuario de su ópera Aura, a principios de los años 80.
Con el tiempo, las Figueroa y yo nos hicimos amigas, sobre todo nos veíamos para jugar póker. Jugamos en muchas circunstancias, con diversidad de amigos, como con Sergio Vela, Alejandro Luna, entre muchos otros, siempre en torno a la figura de Mario Lavista, quien era indispensable para que se realizaran las reuniones para jugar “dizque” en serio.
Dejo en suspenso, para la tercera parte de esta serie de artículos sobre las hermanas Figueroa, algunas anécdotas de las “pokarizas”, asaz divertidas. (Continuará...)