Como testigo indudable y absoluto de la verdad de las cosas, la fotografía —descubierta en 1826— hacia 1880 se ha expandido ya a los confines del mundo. Viajan los fotógrafos alrededor de todo el planeta ávidos de la caza de imágenes insólitas, por lo que también las guerras ahora se pueden fotografiar y a sus líderes, como al presidente Abraham Lincoln, o la batalla de Gettysburg, por lo que en adelante la fotografía será el gran testigo de la verdad de los horrores que el hombre ha cometido y sigue cometiendo contra sus semejantes.
Al lejano oriente también llega y en 1880 un fotógrafo enfoca la cámara hacia una de las más atroces, de las muchas que había, míticas torturas chinas. Aunque a lo largo de la historia es de todos conocido que las ejecuciones eran públicas, no había imágenes reales, por ejemplo, como de la ejecución en la plaza pública cuando Enrique VIII mandó cortar la cabeza de Ana Bolena.
La fotografía que hoy publico se trata de la tortura china conocida con Leng-tse o la tortura de los 100 cortes, que se ejecutaba públicamente en Pekin. En el siglo XX, Georges Bataille la incluye en su libro Las lágrimas de Eros, lo que resulta asaz impresionante. El libro llega a México y el escritor José de la Colina se lo muestra, con la atroz imagen, al también escritor Salvador Elizondo; esto sucede en un café de la calle Nazas de esta ciudad, donde se reunían a conversar. Según me contaba José de la Colina, Salvador Elizondo, al ver tal imagen, se queda pasmado y parece hipnotizado. Le genera tal impacto, que lo lleva a estudiar chino en el Colegio de México y a leer un nutrido número de libros sobre la cultura china; construye un texto, que no es exactamente una novela, sino tal vez un poema en prosa o algo así; el libro lo compone buscando una contraparte en el mundo occidental y al encontrarse en una librería de viejos libros el tratado de cirugía en amputaciones por el doctor Farabeuf, Elizondo toma al personaje como contrapeso y escribe el libro que titula Farabeuf, o la crónica de una instante, publicado en 1965 bajo el sello de la editorial Joaquín Mortiz. Por este libro, Elizondo recibe el Premio Xavier Villaurrutia y el reconocimiento de la crítica literaria en general. El libro causa una gran impresión y empieza a traducirse a varios idiomas. Se escriben muchas tesis sobre él y hacen muchos estudios sobre este gran texto. Hoy es considerado como un libro de texto obligatorio para los aspirantes a escritores que acuden a la Facultad de Filosofía de la UNAM. Debo admitir, como viuda de Salvador Elizondo, que hoy en día muchos jóvenes se han acercado a mí para manifestarme su admiración por el libro que, increíblemente, parece estar más vigente que nunca... El motor de éste fue una fotografía que Elizondo explora y describe con mucha agudeza a lo largo del libro… (Continuará)