Se acaba el siglo XIX y al entrar el siglo XX la fotografía es ya imprescindible para casi todo y se ha consolidado como el testigo de preservación, por excelencia, de todas las cosas. Se diversifican los fotógrafos y las especialidades en las ramas en las que enfocan su interés. Hay fotógrafos para todo, se profesionalizan unos, otros son aficionados que llevan a revelar sus rollos, hay fotógrafos retratistas con un estudio establecido para ese propósito y aparecen, entonces, los fotógrafos urbanos o callejeros que retratan las ciudades. Uno de los más notables fue el francés Eugène Atget, quien a finales del siglo XIX y principios del XX decide salir a las calles para fotografiar, sistemáticamente, durante varios años, todos y cada uno de los barrios de París, tanto sus calles, edificios y aparadores, como a sus personajes, dejando un testimonio entrañable y nostálgico del París del fin de siglo.
A Salvador Elizondo, amante confeso de la fotografía, las imágenes de Atget lo inspiraron para imaginar al doctor Farabeuf, personaje principal de su novela, quien realmente existió, caminado por las calles de París. Tanto que en la edición del Fondo de Cultura para celebrar los 40 años de la aparición de su novela Farabeuf, o la crónica de un instante escogió para la portada una de las tantas fotografías del París de Atget, imaginando, claro está, que posiblemente el doctor Farabeuf se detuvo unos instantes en el aparador con esqueletos que ilustra dicha edición.
Lo extraordinario de las fotografías de Eugène Atget es la calidad de las imágenes de plata que logró, técnicamente hablando, debido a que los negativos de gran formato estuvieron muy bien procesados, lo que ha permitido su permanencia para poder recrearnos y pasear hoy en día por un París que se fue, pero no del todo, gracias a la magia de la fotografía que logra ese milagro… (Continuará)
