La historia de la tauromaquia es larga, nos podemos remontar a la Grecia antigua con los enfrentamientos entre la bestia y el hombre como un espectáculo público que derivó, con el tiempo, en lo que se entiende como la corrida de toros. México conquistado heredó una tradición española, principalmente, que hasta hace poco llenaba la Plaza de Toros con un público diverso entre los asientos de primera clase en palcos, barreras y primeros tendidos hasta las gradas de segundos tendidos y generales. Una fiesta brava bien organizada, con normas, tiempos y reglas. Mucha adrenalina, emociones y peligros acompañados a ratos con música. Sol y sombra al atardecer, un poco de vino de la bota, una cerveza bien fría o tal vez un roncito para aguantar el momento del enfrentamiento entre el toro de lidia y el matador…

En la ciudad de México señalé en mi artículo anterior, esta tradición, extendida a toda la nación, fue suspendida por un juez que falló a favor de los protectores de animales demandantes que quieren evitar el sufrimiento de los toros de lidia sin sopesar que estos astados han nacido y vivido a toda madre, pastando y corriendo por los amplios campos de las ganaderías para enfrentar una pelea, entre los cuatro o cinco años de edad, de vida o muerte. El tormento al toro dura aproximadamente media hora y puede ganar la batalla si lo indultan o si es muy manso y no embiste. Me pareció que el juez no tiene mesura si pensamos en los pobres gallos de pelea, las vacas, pollos, bestias de carga, bueyes y demás que serán atormentados toda su vida. ¿Por qué a las bestias esclavizadas por una tortura eterna no las protegen...?

La pasión por las corridas de toros ha cautivado a importantes intelectuales y artistas, hay toda una literatura y obras plásticas inspiradas en la tauromaquia, que obviamente el juez ignora. Me vienen a la mente artistas como Goya, Pablo Picasso, entre otros grandes pintores españoles. En México vi a muchos intelectuales en La Plaza de Toros México, los domingos, durante las grandes temporadas de toros de mi época, solía yo, no siempre, acompañar a mi esposo, el escritor Salvador Elizondo, un verdadero taurófilo, quien fue aspirante a torero en su niñez y en dos ocasiones ejerció la crónica taurina con el seudónimo de “Matajaca”. Vi sentados en el primer tendido a Renato Leduc, don Fernando Gamboa, Alí Chumacero, Alberto Gironella, Ofelia Medina, Juan Ibáñez, Carmen Parra, entre muchos otros. Recuerdo, cuando era yo niña, haber visto por la televisión a célebres personajes que asistían a la Plaza de Toros, como Agustín Lara, María Félix, Lupe Marín, recuerdo a don Pepe Alameda como cronista y escritor sobre el tema, a Jacobo Zabludovsky, a don Paco Malgesto, que siempre decía, arrastrando la frase: “Oiga usted”.

Ojalá recapaciten los jueces y puedan revertir el fallo de la ignorancia y de la necesidad de este gobierno de acabar con las tradiciones omitiendo el famoso principio de los romanos. Pane e circo para que el pueblo esté contento, en vez de convocar a miles de personas a practicar el box en pleno Zócalo de esta ciudad que cada día pierde algo de su encanto.

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