El pasado 18 junio, el día que cumplí 80 años edad, partió al viaje sin retorno Isabel Turrent, una talentosa mujer, a quien conocí desde mi niñez. Fue mi condiscípula en la escuela bilingüe Two United Nations School (Escuela dos Naciones Unidas), ubicada hasta el día de hoy en la esquina de las calles de Pilares y Patricio Sanz, en la colonia del Valle. Yo pertenecí a la primera generación de alumnos. Esta se estableció hace más de 70 años tras la escisión del Colegio Moderno Americano, (que se caracterizaba por torturar a sus alumnos con una disciplina férrea y fastidiosas y tremendas tareas), en tres escuelas: El American Workshop School, El Moderno Americano y la escuela Two United Nations, más relajada, que con una visión diferente no dejaba tareas engorrosas y se aprendía todo con alegría. El método de la enseñanza del idioma inglés estaba basado en los famosos libros con los personajes de “Sally, Dick & Jane”, que nos enseñaban a construir el inglés incorporando en cada página una nueva palabra del vocabulario y cómo usarla. Además de los libros de lectura mencionados, nos enseñaban grammar, spelling y vocabulary, entre otras cosas.

A diario nos daban dos horas de español con el sistema de la SEP y dos horas de inglés, además de deportes y clases de música. Yo no hablaba ni jota de inglés cuando ingresé a dicha escuela para cursar el cuarto año de educación primaria. Tras tres semanas de enseñanza especial del idioma inglés, con los libros de lectura arriba mencionados, me familiaricé con el idioma inglés y me pusieron en tercero inglés y cuarto español, de manera que para la clase de inglés me cambiaban a diario a tercero de primaria, y ahí fue donde coincidí con Isabel Turrent, menor que yo, como condiscípula. Isabel era una niña muy inteligente, entusiasta, diría yo, y muy participativa en la clase. Era rubia, usaba un tupé y llevaba el pelo trenzado.

Sus ojos brillaban con inteligencia cuando intervenía en clase. La recuerdo porque ella y yo éramos las mejores y más rápidas en los concursos de spelling en clase. No fui su amiga personal y cuando terminé la educación primaria no la volví a ver ni a saber de ella hasta el principio de los años 70, cuando la reencontré, ambas casadas.

Por otra parte, resultó que Salvador Elizondo, mi esposo, era parte del grupo de escritores e intelectuales que impartían clases en la escuela para señoras elegantes del Pedregal que tenía la señora Turrent que, imagino, era la madre de Isabel.

Al leer la noticia de su partida en el periódico me vino a la mente el recuerdo de aquella niña a la que le brillaban los ojos por su inteligencia y al leer el magnífico artículo sobre ella que escribió su hijo León Krauze me ratificó que aquella niña se convertiría en una de las mujeres más inteligentes y brillantes que ha dado este país.

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