Hacia febrero de 1972, el espacio fotográfico donde suceden las historietas que he narrado a ustedes había cambiado, esto debido a mi decisión de abandonar el cine para desarrollar el oficio de la fotografía. A partir de mediados de 1970 tuve la oportunidad de presentar mi primera exposición fotográfica individual, esto gracias a que Salvador Elizondo le llevó una carpeta o portafolio con mi incipiente obra al entonces director de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes, el poeta y escritor Jorge Hernández Campos, quien aceptó presentarla dentro del ciclo “la crítica presenta”. Resultó que los tres cuartos del pequeño departamento que alquilábamos frente al Parque eran insuficientes; ya no cabíamos, por lo que me vi obligada a rentar un departamento cerca del de Salvador, en la calle de Amsterdam esquina con Parras, con el fin de trabajar en desarrollar la exposición que marcaría mi debut en mi calidad de fotógrafa.
La separación no fue fácil, nos veíamos para comer y cenar; yo me aboqué a trabajar tiempo completo en la selección y luego en la amplificación de las fotografías que realicé con la valiosa ayuda del estudio del fotógrafo Arno Brehme, hasta que se inauguró la exposición que Salvador Elizondo, como el crítico que me presentaba, tituló Photemas.
A partir de mi debut, el 25 de noviembre de 1970, empecé a tener muchas ofertas de trabajo, principalmente me encargaban retratos pero como yo no tenía un cuarto oscuro se me dificultaba y me salía muy caro pagar a los laboratorios para la impresión de los mismos.
Vivir separados era imposible, nos sentíamos tristes. Nuestro deseo era que el departamento contiguo al de Salvador se desocupara para volver a vivir juntos. Yo le rogaba al vecino que nos lo traspasara pero sistemáticamente se negaba. Un día sucedió un milagro: el vecino tocó el timbre y accedió a traspasárnoslo y esto fue fantástico porque pudimos unir otra vez nuestras vidas. Con una puerta juntamos los dos departamentos y nuestra casa se convirtió en una especie de barco-taller, yo me quedé en la proa y Salvador en la popa. Cada uno tenía su espacio de trabajo; yo convertí la cocina en mi cuarto oscuro y la sala en un estudio donde tomar fotografías. Lo mejor fue que con la unión de los departamentos tuvimos vista al parque México, lo que nos convirtió, además, en “voyeristas”. Nos divertíamos observando y tomando fotografías de la vida en torno al parque.
Nos visitaban muchas personas: amigos, directores de cine, escritores, periodistas y clientes que venían a recoger las fotografías que ya imprimía yo en mi propio taller, a veces tantas visitas nos fastidiaban porque nos distraían e impedían trabajar, que era lo que más nos gustaba. Por esos años (1972), Salvador estaba muy activo: preparaba su libro El grafógrafo, era editorialista del periódico Excelsior, impartía talleres de literatura, daba conferencias, era asesor oficial del Centro Mexicano de Escritores y maestro de Literatura en la UNAM.
La fotografía que hoy publico corresponde a la visita de Pilar Pellicer, quien venía a recoger las fotografías que le había yo hecho; llegó acompañada de una visita inesperada: la entonces joven actriz Ana Martin, quien se sentó en el sofá para darse una arregladita mientras Salvador saludaba a la también actriz Pilar Pellicer.