A finales de 1955 nos cambiamos de casa todos los niños del sexteto de amigos con los que jugué en mi infancia, dejando atrás en el recuerdo, para siempre, la gozosa infancia al lado de mis queridos amiguitos…

Ya adulta, a veces me preguntaba qué habría sido de aquel niño que tan intensamente jugaba a ser actor. Un día, ya casada con Salvador, me encontré a su mamá en la cola del banco y le pregunté a qué se dedicaron de adultos Emilín y Toño y me contestó que Toñó era cronista de futbol y que Emilín era contador y trabajaba en un muy buen puesto en ese rubro en Televisa. Me pareció triste el destino del niño-actor y lo lamenté… sin embargo pasó el tiempo y un día mi hermano Mauricio me dijo “¿te acuerdas de Emilín, nuestro vecino?, resulta que es un gran actor, lo vi en el teatro interpretando el papel del general Santa Anna”. Me dio mucho gusto saber que, finalmente, Emilio había conseguido ser actor y destacar como tal.

No tuve la oportunidad de verlo actuar en dicha obra pero más adelante fui al teatro a verlo actuar en la célebre obra de O’Neal Largo viaje de un día hacia la noche, dirigida por Margules.

Emilio interpretaba al hijo menor del matrimonio cuya tragedia es que la madre era adicta a la morfina. Me pareció genial su actuación por la fuerza de su voz y su presencia escénica, los gestos de su actuación eran los mismos que observé cuando de niño jugaba a ser actor. Esa vez no me atreví a visitarlo al camerino para felicitarlo, pero más adelante, cuando trabajaba yo como reportera de la Revista Su otro yo hacia 1988, me encargaron que tomara fotos a color de la obra Nadie sabe nada, de Vicente Leñero, donde actuaba Emilio Echevarría y otros grandes actores como Julieta Egurrola; era un reportaje periodístico por lo que era necesario el permiso para fotografiar la obra, entonces le pedí a los productores que le avisaran a Emilio que pasaría yo a visitarlo al camerino después de la función. Emilio una vez más me impresionó por su gran actuación.

Acabando la función pasé a visitarlo, nos miramos a los ojos y con una gran sonrisa nos abrazamos emocionados, no nos habíamos vuelto a ver desde hacía treinta y tres años. “Yo sabía, Emilio, que serías un gran actor”, creo que le dije.

Lo extraordinario de esta historia es que gracias a su trabajo como contador de Televisa, que alternaba por su pasión nata por la actuación, no tuvo que subsistir de la actuación, lo que le permitió ser un actor puro, sin afán de fama, discreto y entregado a su pasión por actuar. Su talento lo llevó lejos y trabajó tanto para el cine nacional e internacional como para el teatro en cientos de proyectos.

En 1998 estaba yo realizando el documental Ida y Vuelta , una suerte de biografía sobre mi esposo, Salvador Elizondo; pensé que Emilio, mi amigo, podría hacer una pequeña actuación representando al chino del cuento de “La historia según Pao Chen” que escribió Salvador. Llamé por teléfono a Emilio para proponerle mi idea y para tal efecto nos citamos en el Sanborn’s de Coyoacán. Cuando llegué al restaurant no lo encontraba yo, de pronto se me acercó un pordiosero con el pelo largo y enredado con las uñas crecidas y mugrosas. “Soy Emilio, no te asustes, es que voy a interpretar a un vagabundo y me estoy preparando para el papel”, me dijo… (continuará).

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios