En 1972, Salvador Elizondo publicó el libro El grafógrafo (Ed. Joaquín Mortiz), una suerte de antología de varios de sus relatos. El primer texto que aparece y que dio pie al título del mismo ha causado impresiones de diversa índole en sus lectores. Recuerdo claramente el día que lo escribió. Estábamos ambos trabajando, él en su escritorio y yo en el cuarto oscuro, de pronto me llamó entusiasmado para comunicarme que acababa de escribir un texto experimental de “escritura pura” después del cual ya no se podía ir más allá. El texto lo dedicó a Octavio Paz.
Cuando salió al público El grafógrafo, se suscitaron controversias, elogios y críticas. En varios de sus lectores causó un gran impacto. La poetisa Ulalume González de León llegó al poco tiempo del lanzamiento del libro (1972) con un dibujo inspirado en el texto que me permito publicar en esta ocasión.
Hoy, a 55 años de la primera edición, el texto El grafógrafo aún causa emoción y efecto en sus lectores. Me llegó un emotivo escrito que hizo Antonio Arellano, hijo de mi otrora asistente Flora de Arellano, quien iba a casa a ayudarnos cuando Toño era un niño de aproximadamente 7 años que acompañaba a su mamá y quien hoy escribe su recuerdo de Salvador sentado en el corredor de nuestra casa.

A continuación reproduzco el texto original de Salvador Elizondo, seguido del escrito de Antonio Arellano.
a Octavio Paz
(Texto de Salvador Elizondo)
Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.
Antonio Arellano escribe en medios electrónicos abril de 2025
Escribo. Escribo que recuerdo ser un niño, que ve a Salvador escribir en la terraza y el jardín de la casa en Coyoacán. Escribo que él escribe sentado en su silla intocable e intransferible, de madera y piel. Escribo que él escribe como todos los días, pausando solo instantes, bebe un poco de whisky y continúa escribiendo. Escribo que deja de escribir un momento, para acariciar a sus perros Cartouche y Rex y también escribo que deja de escribir nuevamente para observar durante largos minutos a sus eternos axolotes en la pecera, esperando que suceda por fin la anhelada metamorfosis, de la que tanto escribió, tan deseada como imposible.
Escribo que extraño a Salvador decir: “Siéntate aquí Antonio, dime ¿cómo te fue en la escuela hoy?” Mientras sigue escribiendo. Escribo que extraño y que también me intimida la presencia e inteligencia de Salvador. Escribo que quise escribir sobre el escritor que vi escribiendo, deseando que el haya escrito una línea, del niño que el vio mientras escribía.
