La segunda experiencia fotográfica que tuve en la otra de las dos casas que construyó el arquitecto Antonio Peirí en un predio ubicado en la calle de Ferrocarril del Valle sucedió muchos años después, en 1988, cuando Martín Casillas me encargó, para la revista La Plaza de Coyoacán, que con mucho entusiasmo dirigía, que le tomara yo fotos al pintor Vlady.
Cuando llegué a la cita me percaté que la casa de Vlady estaba junto a la del pintor Francisco Corzas, a la que había yo ido tantas veces al principio de los años 70, incluyendo la de la anécdota del “happening” artístico que narré a ustedes en mi artículo anterior.
Conocí a Vlady años atrás, un día que nos visitó cuando vivíamos en la colonia Hipódromo-Condesa. Me pareció un personaje extraño, hablaba con acento extranjero e iba vestido con la gorra y la camisa característica de los bolcheviques de la revolución rusa. “Es hijo de Víctor Serge, un importante personaje de la revolución rusa”, me comentó Salvador sobre él.
Recuerdo que Vlady en las conferencias a las que asistía yo, tanto a las que impartía Salvador Elizondo como a las de otros artistas, solía presentarse, cuaderno en mano, vestido como siempre, con su traje de revolucionario ruso, además, en el cinturón llevaba un estuche con muchos lápices. Se sentaba, conspicuamente, en la primera fila de la sala de conferencias para dibujar a los conferencistas.
Mi sorpresa al entrar a la casa de Vlady fue que en el piso de la agradable estancia principal de la casa Vlady había desplegado cientos de sus de cuadernos de dibujo abiertos en páginas al azar. Fue realmente emocionante ver su obra y darse cuenta de la dimensión de lo que ya había realizado Vlady en 1988. Ante mis ojos yacían, en un piso inundado de cuadernos, los apuntes instantáneos de cientos de personajes, entre otros temas, como desnudos, paisajes, etc.
Para mí fue todo un reto poder capturar la fotografía de sus cuadernos, tanto la toma fotográfica como la impresión de la misma en el cuarto oscuro. Para la fotografía era necesario hacerlo desde arriba y fue que, gracias al diseño arquitectónico de Peirí, había en el segundo piso un pasillo con un barandal que apuntaba a la sala desde el que pude tomar la fotografía. La impresión de la misma en el cuarto fue muy difícil porque había que darle diferentes luces a cada libro y eso me llevaba horas enteras de trabajo.
También realicé, ese día, un retrato de Vlady, quién solamente se hacía llamar Vlady.