Ante la reciente y absurda ley instaurada por el gobierno actual de prohibir que se vean los cigarrillos en las tiendas, anuncios o cualquier tipo de exhibición, aunque su venta “sí” esté permitida, me hago las siguientes preguntas:
¿Qué pasará ahora con las tabaquerías, esas tiendas atractivas y fascinantes, viriles, donde los hombres urbanos, citadinos y cosmopolitas que fuman pipa, puros o cigarrillos acuden a comprar su tabaco inglés, importado, marca Dunhill, mixture 695, o los prestigiados puros o habanos Coíba (uno de los pocos productos de calidad internacional que puede exportar el oprimido pueblo cubano), y qué hay de los célebres puros Tabasqueños que tanto le gustaban al escritor Salvador Elizondo y que solíamos comprar en una tabaquería?
¿Van a desaparecer las tabaquerías?, ¿qué dirá el Sr. Slim a propósito de que el más solicitado departamento de los Sanborn’s, el de los tabacos, ahora esté tapado con trapos negros?
¿Cuál es la norma ahora para el uso del tabaco?. Si no se puede fumar en las terrazas, el coche, los restaurantes, la calle, parques, jardines, hoteles, restaurantes, entonces ¿dónde carajos me puedo fumar libremente un cigarrillo en público y no a escondidas?
Las personas que implementaron la ley de “los cigarros ni verlos” no tienen cultura. El cigarrillo o el puro está en la memoria colectiva de muchos y con mucha frecuencia en la literatura (la pipa característica de Sherlock Holmes), en la política (Churchill, Fidel y el Che Guevara con su puro); en el cine, la película Casablanca, donde Humphrey Bogart (“play it again Sam”), fuma cigarrillos en su casino, etc.
La cultura moderna se manifiesta en los diseños que el hombre crea para los trademarks que muchas veces se convierten en míticos: La coca-cola, la navaja suiza, los encendedores Zippo, los pantalones Levis o las sopas Campell’s que el pintor Andy Warhol utiliza en sus cuadros. A lo largo de la historia los diseños de las cajetillas de cigarrillos han marcado toda una época.
En mi memoria, como en
un montaje cinematográfico, aparecen, seguida una por otra, las imágenes de los diseños de las cajetillas que caracterizaban a las personas a mi alrededor desde mi infancia:
Mi padre fumaba Elegantes, una cajetilla azul y blanca que prendía con cerillos de cera Clásicos; y mi madre, Monte Carlo extra, cuya cajetilla era art-decó, con diseños geométricos en colores verde olivo, verde botella y blanco; el chofer Felipe fumaba Casinos, una cajetilla también con rayas geométricas en colores amarillo, anaranjado y blanco; la dama de compañía de mi abuela paterna fumaba Alas, y el secretario y copista de mi papá, cigarrillos Faros. Mi marido fumó Delicados, Camel y Lucky Strike, entre otros, amén de puro, pipa y marihuana. Pero el recuerdo que más persiste en mi memoria es el de un anuncio espectacular que estaba en la glorieta de la avenida Insurgentes, donde un monigote constantemente movía su brazo, el cual sostenía un cigarrillo, para subirlo y fumar; cuando lo bajaba, de su boca salía una dona perfecta de humo que se esparcía en la atmósfera, imagen que se mantiene como punto de partida de los recuerdos de una muy feliz infancia, en parte, gracias a la familia de mi mejor amiga, Ivonne Notholt… (Continuará)
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