En este 2025 volvió a ganar la polarización. El desencanto que han generado los gobiernos moderados en distintas latitudes, han abierto el camino a opciones cada vez más radicales.
Cerramos el año con la victoria en Chile del ultraderechista José Antonio Kast, primer defensor de la dictadura Pinochet en llegar al poder desde el regreso de la democracia al país sudamericano. Kast ofreció orden, seguridad, freno a la migración y empleos. Eso le bastó para obtener casi el sesenta por ciento de los votos.
Ahí muy cerca, en Argentina, Javier Milei, quien llegó al poder con un discurso de ruptura total, logró este 2025 sostener el enojo contra los políticos tradicionales y consolidarse electoralmente.
Otras fuerzas de derecha que siguen encontrando terreno fértil en el deterioro de la economía y el desencanto ciudadano, gobiernan en Bolivia, Ecuador, Panamá, Costa Rica, El Salvador, Perú y Paraguay. Algunos cuentan con el apoyo abierto de Estados Unidos, otros se anclan en el respaldo empresarial, todos se muestran como la alternativa para recuperar el orden, la estabilidad y el crecimiento económico. En contraste, las izquierdas en buena parte de esos países mantienen discursos antiguos, no han renovado sus liderazgos y están divididas.
Sin embargo, el avance de los extremos le ha abierto también el paso a movimientos de la izquierda radical. Sea cual sea el lugar que ocupen en la geometría política, los ultras de izquierda o de derecha tienden al autoritarismo. Su baja o nula disposición a negociar, los lleva a imponer su visión a costa de lo que sea. Ahí está el peligro, en la vulneración de las libertades y en el debilitamiento de la democracia.
Los jóvenes juegan un papel central. Se trata de una generación que no encuentra trabajo, que muy difícilmente accede a vivienda, que recibe un planeta casi desahuciado en términos medioambientales y que no vislumbra un mejor futuro. Es natural que no se entusiasmen con la política tradicional. La perciben como parte de un sistema que no ha podido ofrecerles resultados.
Ese desencanto le da fuerza a discursos de ultraderecha y ultraizquierda que rompen con el pasado y prometen soluciones inmediatas. En España, Francia y Alemania ha sido el voto juvenil el que ha llevado al poder a nuevos partidos que nunca han sido puestos a prueba. Lo temible es que el voto de castigo anula lo anterior pero reflexiona poco sobre lo que sigue. Ahí es donde el populismo florece.
Gobernar desde el centro político exige moderación, diálogo abierto con la oposición y algo muy escaso: evaluación. Nada de eso genera beneficios inmediatos en una sociedad impaciente. En contraste, la polarización concentra el poder y convierte a los opositores en enemigos. Eso capitaliza el miedo y lo traduce en votos.
En estas circunstancias, apostar por la cooperación de las diferentes fuerzas políticas no es muy rentable en términos electorales. Sin embargo, debe ser la apuesta de los gobiernos verdaderamente responsables; aquellos que pretenden solucionar los problemas y no solo perpetuarse en el poder. No deben olvidar que el discurso del odio, es un atajo muy riesgoso. La libertad y la democracia están en juego.
@PaolaRojas

