Los corridos nacieron junto con México. Desde su surgimiento, han sido una manera de contar historias y difundirlas en un territorio que, en aquel entonces, era mayormente analfabeta. Los primeros de los que hay registro narraron parte de la guerra de Independencia. Pero el auge de este género llegó un siglo después durante la Revolución, con las historias de los caudillos que eran admirados por la población.

Con la prohibición del alcohol en Estados Unidos, el tráfico de este producto se fortaleció en México. Con ello, los corridos empezaron a contar las historias de los traficantes y a asociarse a la actividad criminal. Hoy hay muchos subgéneros que han permitido que estas canciones se popularicen entre los jóvenes.

La exaltación de las figuras del narco y las referencias que hacen de la violencia, han llevado a los autores e intérpretes a estar en medio de la polémica. Natanael Cano, Peso Pluma y agrupaciones como Los Alegres del Barranco o Grupo Firme, se ven atacados desde distintos frentes. Por un lado, las bandas criminales los amenazan, y por otro lado, las autoridades los sancionan por hacer apología del delito. Para colmo, sus seguidores los abuchean si no cantan en sus presentaciones esas letras que cada vez más municipios prohíben.

Esta batalla contra los corridos no se vislumbra sencilla. Ya algunas plataformas digitales han desechado música con este perfil, pero ahí siguen todas las series que proyectan a capos del narco sensuales y millonarios, enamorando a los incautos con la promesa de una vida de ensueño.

Los esfuerzos de las autoridades no se han limitado a prohibir. El gobierno federal, por ejemplo, lanzó una campaña llamada "México canta y encanta" para promover otras narrativas en la música popular mexicana.

Pero hay que hacer aún más. Hay que contar las historias de los miles de jóvenes que entran a las filas criminales y mueren; de aquellos que luego de arriesgarlo todo durante un tiempo, buscan una vida sin persecuciones ni balazos, pero no pueden; de esos que descubren muy tarde que al camino de la delincuencia no se le abandona voluntariamente.

Hay que escuchar también las voces de los familiares de desaparecidos, de las víctimas de trata, de los niños reclutados obligadamente. Deben ser escuchados y merecen ser atendidos.

Pero, además, ese dolor profundo y elocuente es seguramente más eficaz para ahuyentar a los jóvenes de las filas criminales. Esos casos desoladores con nombre, apellido, familia e historia; el llanto genuino que no se queda en estadística, las vidas destrozadas, tienen que poder más que la narrativa seductora de los coches de lujo y el oro en las series y canciones.

Pero primero hay que reconocer lo profundo y brutal que es el fenómeno criminal en México. Si la estrategia es seguir minimizándolo, lo único que podemos esperar es que el panorama sea cada vez peor.

@PaolaRojas

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