Este año el premio Nobel de Economía fue para la profesora de Harvard Claudia Goldin. Lo recibió por sus estudios en torno a la participación de las mujeres en el mundo laboral remunerado y las causas de la brecha salarial de género. El jurado en Estocolmo consideró que sus investigaciones “nos han dado una visión nueva y a menudo sorprendente del rol histórico y contemporáneo de las mujeres en el mercado de trabajo”.
Goldin encontró que el porcentaje de mujeres trabajando fuera de casa aumentó de manera constante entre 1930 y 1970 y concluyó que se debió principalmente a dos factores: la transición del trabajo manual al administrativo y el aumento en la educación femenina. Esa nueva realidad, sumada al avance tecnológico y el surgimiento de aparatos electrodomésticos, así como el consecuente avance de la industria de alimentos preparados, propiciaron que hoy las mujeres seamos prácticamente la mitad de la fuerza laboral remunerada.
Alrededor de 1970 inició lo que Goldin llama “revolución silenciosa”. Las mujeres de entonces empezaron a ver al mundo laboral con otros ojos. Apareció la píldora anticonceptiva y con ella también nuevas posibilidades de planificar la familia y la vida. Descubrieron que era posible trabajar aun después del matrimonio, eligieron educarse más, casarse más tarde y posponer la maternidad. Encontraron una identidad fuera del hogar; una vocación profesional.
Goldin ha venido enfatizando la trascendencia de este cambio. Ella asegura que “los efectos del aumento del empleo femenino en el crecimiento económico son comparables a los efectos de la globalización.” Sin embargo, estamos aún lejos de alcanzar la paridad en los cargos directivos y la brecha salarial entre hombres y mujeres sigue siendo escandalosa. En México, la tasa de participación laboral femenina es de 45.6%. Según cifras de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, nosotras ganamos 87 pesos por cada 100 que gana un hombre. El número de mujeres se reduce conforme aumenta el rango de los puestos. Esto ocurre incluso en el sector público, donde sólo cuatro de cada 10 mujeres tienen un cargo directivo.Hemos mejorado la realidad económica con nuestro ingreso al mundo laboral remunerado, pero no hemos obtenido con ello una mejora en las condiciones de vida. La discriminación y los sesgos de género persisten. Las tareas domésticas y la crianza de los hijos, que debería ser una responsabilidad compartida, en los hechos sigue recayendo mayormente en las mujeres. Una de las mayores dificultades que enfrentan las madres trabajadoras de nuestro país, es que no existe un sistema de cuidados infantiles eficiente. Combinar el trabajo dentro y fuera de casa en estas condiciones es sumamente complejo. Generar políticas públicas que atiendan a este sector es un pendiente de esta administración. Ojalá que la llegada de nuevos liderazgos más afines a esta problemática cambie para bien esa realidad.
@PaolaRojas