A sus 13 años, se le hizo fácil grabarse y difundir en redes sociales el llamado a matar a sus profesoras. Ocurrió en la Secundaria 12 en Lázaro Cárdenas, Michoacán. En el audio se escucha la convocatoria a otros estudiantes para actuar: “Pónganse de acuerdo porque vamos a matar a la maestra de historia y a la maestra de contabilidad y a todos los maestros y a todas las escuelas”. Por fortuna, alumnos lo reportaron a las autoridades y el asunto solo quedó en amenazas.
La maestra Fabiola Ortiz Medina no tuvo la suerte de que la alertaran a tiempo. El pasado 15 de octubre fue asesinada. Uno de sus estudiantes le disparó luego de que estacionara su coche frente al Colegio de Bachilleres 6, en Putla Villa de Guerrero, Oaxaca. Todo indica que se debió a una mala calificación. La profesora, también madre de familia, fue despedida con tristeza y enorme preocupación entre los miembros de la comunidad escolar.
Ejemplos hay muchos. En 2017, un estudiante de 15 años disparó contra su profesora y varios compañeros antes de quitarse la vida en su salón de clases de un colegio privado en Monterrey. En 2020 un niño de 11 años mató a su maestra y luego se suicidó en Torreón. En septiembre pasado, alumnos golpearon a su director del Cetis 78 de Altamira, Tamaulipas, luego de protestar por presuntos casos de acoso y negligencia. Apenas en octubre, un estudiante del CCH Sur en la Ciudad de México, atacó a un estudiante que falleció y atacó a un trabajador de la institución.
Los episodios de violencia escolar han crecido drásticamente en los últimos diez años a nivel mundial. El aumento de los casos de ansiedad y depresión entre niños y jóvenes está estrechamente relacionado. Hay otros factores como el malestar social, el estrés en el entorno familiar y la disminución de la disciplina en las escuelas y las familias. Las que antes eran “figuras de respeto” dejaron de serlo, sin que se haya construido la suficiente responsabilidad y conciencia entre quienes hoy viven con más libertades.
Sondeos aplicados en otras latitudes muestran que muchos maestros se sienten rebasados. En España, por ejemplo, el “Defensor del Profesor” señala que más del 30% de los docentes encuestados experimentan altos niveles de ansiedad por las agresiones sufridas en el aula. Les agotan la falta de apoyo y las faltas de respeto acumuladas. Se sienten impotentes para ejercer su autoridad.
Los problemas de salud mental han crecido por distintas razones. Una de ellas es la sobreexposición a contenido violento a través de los medios digitales. Una medición en escuelas de Estados Unidos arrojó que, cuando los niños llegan a la secundaria, ya han visto por lo menos 8 mil homicidios y 10 mil actos de violencia virtual. Con la repetición cotidiana de imágenes agresivas, la violencia se convierte en algo normal.
En México tenemos además el inmenso reto de la inseguridad. Hay regiones del país en las que las escuelas han tenido que implementar protocolos para proteger a los alumnos en caso de balaceras. Cuando los niños son expuestos a un crimen o evento traumático, las afectaciones en su salud mental y emocional son graves. Aún más brutal es el reclutamiento forzado, que obliga a miles de adolescentes a unirse a las filas de los criminales.
Los pronósticos que hacen los expertos en comportamiento humano son desoladores. Y es que los niños expuestos a la violencia aprenden a resolver sus propios conflictos también de forma violenta. Es habitual que haya deserción escolar, consumo de alcohol y drogas, robos menores en la juventud y criminalidad sin límite en la edad adulta.
La violencia hacia los maestros es una llamada de atención; es un grito de auxilio de niños sin contención ni guía; es una peligrosa respuesta de quienes viven expuestos a violencia virtual y real. Los niños y adolescentes no votan, pero sí importan. Necesitan ayuda psicológica y apoyo emocional. Urge ponerlos al centro de políticas públicas que los protejan.
@PaolaRojas

