A las mexicanas y mexicanos: El contexto político actual de cara a la elección presidencial del próximo año es el más dinámico, revelador e interesante de los últimos 20 años. En primer lugar, porque la candidatura del partido político en el poder no será impuesta desde Palacio Nacional, sino elegida por la militancia de Morena y la ciudadanía, lo cual es inédito en nuestro país.
En segundo lugar, porque el pluripartidismo se ha desdibujado en un frente opositor pragmático que tuvo que aliarse debido a la debilidad de sus integrantes; lo que, entre otros aspectos, ha derivado en un proceso interno que se ha convertido en un verdadero galimatías. Sin propuesta y pudor van y vienen por una ruta artificial que no llega a ningún lado, fingen avanzar haciendo mucho ruido a sabiendas de que traen muy pocas nueces.
En tercer lugar, porque como nunca antes, existe absoluta claridad de las dos ideologías que se encuentran en franca confrontación: la derecha conservadora acomodaticia y la izquierda progresista. Esto último ha permitido a la sociedad identificar los dos proyectos de nación que están en juego y lo que cada uno de éstos representa para su desarrollo y bienestar.
Los discursos, las acciones y reacciones del opositor Frente Amplio por México, integrado por el PAN, PRI y PRD, quienes en 2013 dieron vida al corrupto Pacto por México, resultan inverosímiles para un pueblo que por décadas fue permanentemente agraviado y en cuya memoria permanece intacto el recuerdo de los abusos, excesos y mentiras.
A pesar de su historia oprobiosa, no tuvieron empacho en mostrarse tal y como son, refrendaron su ADN al exhibir públicamente que son un mismo grupo y no una alianza coyuntural; que los procesos electorales anteriores fueron una farsa y que hoy, su deplorable situación los lleva a tomarse de las manos para posar debajo de cualquier sigla, porque su mayor virtud es el camuflaje, el color de su piel es azul, rojo o amarillo de acuerdo a la circunstancia.
La oposición sabe que los números no le alcanzan y no le alcanzarán en 2024, por eso es que no le apuesta a conquistar el voto popular a través de una contienda democrática que desde ahora sabe perdida. No, lo que pretende es deslegitimar y denostar a la Cuarta Transformación por medio de información falsa, verdades a medias y acciones legaloides.
La estrategia que han orquestado es vergonzosa, tuercen la ley, la manosean a su antojo, le buscan resquicios y esgrimen toda clase de infundios a manera de argumentos que repiten hasta el hartazgo en redes sociales y medios de comunicación para solventar su falta de legitimidad.
Pretenden sustituir la voluntad de las mexicanas y mexicanos por la de un pequeño grupo de togas y birretes al servicio de interés políticos y de mercado, lo que significa un grave retroceso y un atentado flagrante en contra de la democracia.
Ni su ropa artesanal, ni los pedales de su transporte, ni los discursos pendencieros hacen la diferencia, son y serán las mismas personas de siempre, ésas que favorecieron a las trasnacionales, quienes endeudaron en UDIS a millones de hogares e hicieron a los pobres más pobres y que pusieron al país en las manos de la delincuencia organizada. Son y serán la apología de la impunidad.
No le hablan al pueblo, ¿para qué?, si lo han despreciado desde siempre y, tal vez hoy mucho más que ayer. Se dirigen a los tribunales y apelan a los pocos cómplices que les quedan, porque su intención no es ganar sino arrebatar, no es competir sino desestabilizar.