A las mexicanas y mexicanos: Como nunca antes encuentro sentido a las palabras de Simone de Beauvoir, entiendo a plenitud la importancia de ser mujer y que ello me pase por la consciencia. Una y otra vez me da vueltas en la cabeza su célebre frase: “No se nace mujer, se llega a serlo”.

Y es que más allá de los colores de partido, me parece que la llegada de la primera mujer a la Presidencia de la República resignifica a las mujeres, a la política, al poder y a la sociedad misma.

Se asoma un nuevo feminismo que todavía no alcanzo a explicar porque está en ciernes, soy parte de éste y apenas comienzo a reconocerlo e intento nombrarlo, aunque todavía no encuentro las palabras exactas.

La llegada de Claudia Sheinbaum Pardo a la presidencia de México es avasalladora. Por un lado, significa la conclusión de una meta, una conquista; por el otro, un punto de partida.

Verla ahí tan segura de sí misma, siendo ella, libre de imposturas, ligera de equipaje, responsable de sus palabras, fiel a sus causas e implacable con sus compromisos me emociona profundamente. Me miro al espejo, veo a mis hijas, dejo pasar los segundos y siento algo muy profundo, estoy cierta de que ya no somos las mismas, algo grande pasó.

De pronto me descubro muy conmovida, ¿cuánto tiempo pasó para que esto fuera posible?, ¿cuántas luchas?, ¿cuántas vidas?, cuánto de todo.

Me pregunto, ¿cuál ha sido y es el lugar de las mujeres dentro de la historia?, ¿quiénes son esa otra mitad de la sociedad que por siglos fue silenciada por el oficialismo?, ¿dónde están ahora las víctimas de la violencia? En la alegría del triunfo es cuando más duele su ausencia.

No tengo respuesta para todas las preguntas, pero sé que este es su lugar, su momento, su conquista y su lucha. Ellas siempre han estado entre nosotras. Somos todas las que fueron, las que somos y las que serán.

Con Claudia llegamos todas; es tiempo de mujeres. Lo anterior es un principio, un postulado y una consigna, que trasciende el tiempo y el espacio electoral.

La ciencia y el poder en su sentido más amplio, nos es tan propio como la maternidad y el hogar, tenemos que asumirlo plenamente, gritarlo en las calles y enseñárselo a las generaciones venideras. Podemos ser lo que queramos ser, llegar a nuestras metas paradas sobre nuestros propios pies y cumplir cada uno de nuestros sueños.

Estamos en un punto de partida, iniciamos una nueva etapa en la que, como dijo Olga Sánchez Cordero, tenemos que cristalizar los anhelos históricos y concretar la agenda feminista pendiente.

Efectivamente, la entrega del bastón a Claudia Sheinbaum Pardo, la primera y próxima presidenta electa y constitucional de México y, por ende, jefa de las Fuerzas Armadas, fue un acto sororario de un profundo simbolismo. Un bastón hecho por manos artesanas de nuestros pueblos originarios que recorrió todo el país, pasando entre las manos de las niñas y las mujeres. Un bastón que recoge el imaginario colectivo femenino. Un bastón donde están nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras hermanas y nuestras hijas.

Un bastón que es símbolo de empoderamiento, de lucha y de confianza. Nuestras ancestras soñaron con este momento con la misma ilusión y pasión que nosotras. Todas las mujeres estamos de una u otra manera en ese bastón.

Más allá de qué siglas hayan cruzado en la boleta electoral, la realidad es que las mujeres de México confiamos en la doctora Sheinbaum, podemos sentir en el fondo del pecho que algo cambió y nunca más volverá a ser igual. Es Claudia y somos nosotras.

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