En un intento por fortalecer la industria estadounidense y proteger empleos locales, el Presidente de los Estados Unidos Donald Trump ha anunciado recientemente la implementación de aranceles a sus principales socios comerciales: un 25% para México y Canadá, y un 10% para China, país que ya contaba con un gravamen similar. La medida, enmarcada en su lema "America First" y "Make America Great Again", busca encarecer las importaciones para incentivar la producción nacional, generar empleo y fortalecer la economía local. Sin embargo, es fundamental comprender el proceso, los mecanismos y las verdaderas implicaciones de los aranceles: a quiénes afectan realmente y quiénes acabarán pagando sus costos ocultos.
Los aranceles funcionan como un impuesto a las importaciones, lo que incrementa el costo de los productos que ingresan al país. Si una empresa en Estados Unidos depende de materias primas o bienes extranjeros para su producción, terminará absorbiendo parte del costo o trasladándolo al consumidor. La promesa de fortalecer la industria local puede sonar atractiva, pero en la práctica significa que los estadounidenses pagarán más por bienes esenciales y tendrán menos opciones en el mercado.
Un ejemplo histórico que ilustra los efectos no intencionados de los aranceles es la "Guerra Arancelaria del Pollo" de 1963. A principios de la década de los sesenta, el consumo de pollo en Europa se disparó, pero la producción local era insuficiente. Estados Unidos, con un excedente de producción elevado, comenzó a exportar grandes cantidades de carne avícola al mercado europeo, llegando a representar la mitad del consumo total. Esta situación desató las quejas de los productores europeos, quienes vieron cómo los granjeros estadounidenses los desplazaban del mercado. La presión de la industria local llevó a que la Comunidad Económica Europea, antecedente de la Unión Europea, impusiera un arancel al pollo importado de Estados Unidos, reduciendo drásticamente su cuota de mercado en la región.
En represalia, Estados Unidos aplicó un arancel del 25% a la importación de camiones ligeros europeos, un impuesto que sigue vigente hasta el día de hoy. Como resultado, los consumidores europeos terminaron pagando más por el pollo local, mientras que los estadounidenses tuvieron menos opciones en el sector automotriz. Paradójicamente, los fabricantes estadounidenses de camiones fueron los principales beneficiarios, al poner en desventaja a la competencia extranjera sin necesidad de innovar o mejorar sus costos. Esta protección comercial arancelaria generó una especie de oligopolio que llevó a la industria a acomodarse en una zona de confort, reduciendo su capacidad de investigación, desarrollo e innovación.
El caso actual con México, Canadá y China podría presentar una dinámica similar. Empresas automotrices como General Motors, Ford y Stellantis han presionado para que los aranceles sobre automóviles sean postergados, y la Casa Blanca ha concedido recientemente un mes de gracia antes de su implementación. Esto es un reconocimiento implícito de que las grandes corporaciones dependen de las cadenas de suministro internacionales y que los aranceles pueden desestabilizar sus costos de producción y, en última instancia, afectar sus ventas. Al mismo tiempo, la administración del Presidente Donald Trump ya está considerando exenciones para ciertos productos agrícolas, lo que evidencia la complejidad y las consecuencias no deseadas del proteccionismo comercial.
En un mundo altamente interconectado, los aranceles rara vez benefician a una economía sin generar costos ocultos. A corto plazo, pueden dar la ilusión de que se protege la industria local, pero a largo plazo afectan la competitividad, encarecen productos y pueden desatar represalias comerciales. México, Canadá y China son los tres socios comerciales más importantes de Estados Unidos; cualquier medida que afecte el comercio con
estos países tendrá repercusiones directas en el bolsillo del consumidor y en la estabilidad de las empresas que dependen de estos mercados.
El proteccionismo económico es una estrategia que vende bien en el discurso político, pero que en la práctica podría limitar beneficios netos para el país que lo implementa. Si la historia nos ha enseñado algo, es que en una guerra comercial, el consumidor siempre es el que paga la factura.
Dr. Pablo Necoechea
@pablonecoechea pablonecoechea@gmail.com https://www.linkedin.com/in/pablodavidnecoechea/
Pablo Necoechea, experto en innovación, sustentabilidad y responsabilidad social empresarial. Es Licenciado y Maestro en Desarrollo Económico por la Universidad Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), Maestro en Innovación y Competitividad por Deusto Business School, Maestro en Economía por la Universidad Complutense de Madrid, y Doctor en Economía y Gestión de la Innovación del Programa Interuniversitario de la Universidad Autónoma de Madrid, Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Politécnica de Madrid. Pablo ha trabajado como investigador en temas de energía y sustentabilidad para el European Centre for Energy and Resource Security (EUCERS) del King's College London. Además de haber sido consultor senior en firmas reconocidas especializadas en Consultoría; ha desempeñado papeles como funcionario público gestionando proyectos de innovación y sustentabilidad. Y, ha compartido sus conocimientos como profesor universitario en la Universidad Anáhuac Norte, y como Gerente y Director ESG y Sustentabilidad en reconocidas empresas en México. Actualmente es Director Regional de EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey para CDMX y Región Centro Sur.