En 2002, Joseph E. Stiglitz publicó su estupendo libro ‘El malestar de la globalización ’, luego de haber recibido el premio Nobel un año antes. Además de ser un brillante académico, contaba con la experiencia de haber sido asesor económico de Bill Clinton , economista en jefe y vicepresidente del Banco Mundial. En su momento, el texto conmocionó a la opinión pública porque exponía que los países de Asia que no habían seguido las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), que en ese entonces sugería los postulados del Consenso de Washington, habían salido mejor librados de las crisis de los noventas.

La Gran Recesión estalló en 2008-2009 y, ante el riesgo de que la crisis financiera se convirtiera en una sistémica, que recordaba la Gran Depresión del siglo pasado, Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal (Fed), quien la había estudiado a profundidad, propuso un plan de rescate internacional, impulsado por el Grupo de los 20 a finales de 2008, en el que se implementó una política monetaria acomodaticia y un incremento del gasto público sin precedentes que, si bien disparó la deuda pública, evitó el colapso económico global.

En el caso de Estados Unidos (EU), algunos bancos de inversión e hipotecarios quebraron, pero se evitó con apoyo de la Fed y del Tesoro que se generara una reacción en cadena hacia el resto del sistema financiero. Grandes automotrices recibieron apoyos de la administración de Obama y muchas, siguiendo una política de reducción de costos, trasladaron líneas de producción a México, por lo que esta industria y la de autopartes tuvieron un auge inusitado, al punto de que en 2019 llegaron a representar 32.1% de las exportaciones totales.

Las repercusiones de esa crisis dejaron un enorme resentimiento en sectores de la población en EU. Mucha gente perdió su vivienda y despotricaban en contra de los políticos de Washington que rescataron a los bancos, pero no se preocuparon por la gente. Por su parte, sectores sindicales cercanos a la izquierda del Partido Demócrata culpaban al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de ser el causante del desempleo en las regiones manufactureras del norte de Estados Unidos.

En 2016, este sentimiento nacionalista y alentado por posiciones xenófobas dentro de los republicanos, especialmente de los sectores ultraconservadores (Tea Party), fue aprovechado por el entonces candidato Donald Trump, un outsider que mostraba a Hillary Clinton como la representante de los “políticos de Washington y del sector financiero.” Así, estados que habían sido antes demócratas se volcaron por este populista partidario del proteccionismo, con lo que ganó la presidencia a pesar de que en el voto popular perdió por 2.8 millones.

A cuatro años, esta historia podría repetirse de nuevo aprovechando ese malestar con la globalización recargado, pero con algunas variantes. Presenta el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) como un logro de su administración que traerá más inversiones y reducirá las importaciones procedentes de sus socios; los mayores aranceles a China han generado una reactivación de la industria acerera y del aluminio, por lo que cuenta con el respaldo de los empresarios de este sector. Nos presume que ya no necesita construir el muro en la frontera del sur porque ya cuenta con la colaboración del presidente de México. Redujo los impuestos en 2017, especialmente a los sectores de altos ingresos y a las empresas, por lo que la actividad económica ha tenido un impulso que llevó la tasa de desempleo a su nivel más bajo a finales de 2019.

En contrapartida, recurre a las campañas de miedo y terror al alertar del peligro socialista de Joe Biden, aprovechando que el demócrata Bernie Sanders ha reconocido dicha inclinación, promueve las teorías de la conspiración acusando a China de producir el virus para afectar económicamente a su país; no ha quitado su sesgo xenófobo en contra de los mexicanos, al presentarlos como un foco de contagio del Covid-19 y, por supuesto, de los musulmanes como potenciales terroristas. Adicionalmente, propone como jueza de la Suprema Corte antes de las elecciones a una persona cercana a los republicanos y con posturas claramente antiabortistas, que lo congracian con sectores religiosos conservadores. Vende muy bien la idea de que “más vale malo conocido, que bueno por conocer”, y que los problemas que se tienen los trajo el resto del mundo para justificar su pésimo manejo de la pandemia.

En 2019, Stiglitz nos presentó una propuesta por un capitalismo progresista como una crítica al neoliberalismo y como una estrategia para contener a la derecha nacionalista y proteccionista de Trump, buscando un nuevo contrato social y que le devuelva al Estado facultades regulatorias, algunas de las cuales fueron retomadas en la plataforma electoral demócrata. Queda entonces, la interrogante de quién, entre Trump o Biden, capitalizó mejor el malestar con la globalización.

Trump, con el apoyo de 48% del electorado, apostó por un pasado de gloria que captaba al votante adulto, que percibe al progreso, a la economía digital y a la tecnología de la información como una amenaza; Biden, a dar certezas y a reiterar que el bienestar de la población es responsabilidad del Estado, especialmente en la salud, respaldando el Obamacare.

Al candidato demócrata le faltan seis votos electorales para ganar la presidencia y podrían provenir de Nevada. La contienda, como lo señaló The New York Times, se ha centrado en cuestiones de moralidad e identidad, y donde se está disputando el “alma” de Estados Unidos. Creo que Biden no se equivocó al darle ese enfoque.

ADENDA

El Centro de Estudios de las Finanzas Públicas destacó que el gasto federalizado pagado al tercer trimestre presentó una caída de 80 mil 706.8 millones de pesos (-8.7% real) con respecto al mismo periodo de 2019, derivado principalmente de una caída de 9.6% de las Participaciones y de la reducción de 56, mil 6.5 millones de pesos en recursos para protección social en salud, que en 2020 dejaron ser federalizados, a pesar de que las aportaciones (Ramo 33) crecieron 0.6%. Por entidad federativa, la peor caída del gasto federalizado fue la de la Ciudad de México (-19.6%).

Catedrático de la EST-IPN
Email: pabloail@yahoo.com.mx

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