Los estragos causados por las lluvias torrenciales recientes en buena parte del país, con muertos, desaparecidos y pérdidas de innumerables viviendas, confirman que los efectos del cambio climático son una realidad a pesar de los esfuerzos por construir falsas narrativas negacionistas. El aumento de inundaciones, incendios, sequías más frecuentes y prolongadas, fenómenos climatológicos inusuales o la extinción acelerada de especies y ecosistemas completos, no admiten posverdad alguna. Mas allá de posiciones políticas, acciones como reducir las emisiones de contaminantes, desarrollar tecnologías limpias, promover el uso de energías renovables, disminuir la cantidad de desechos industriales, aumentar el reciclaje o frenar la deforestación ya no son opcionales sino de vital cumplimiento. Pero además, no son acciones que puedan realizarse con éxito sin la participación activa de las instituciones de educación superior. Son las universidades quienes tienen la capacidad y el capital humano y científico para idear soluciones y liderar la transición ecológica. Son las únicas instituciones que pueden combinar la innovación tecnológica con la ética social. ¿Lo están haciendo? ¿Hay una política pública que lo promueva y evalúe?

Las universidades tendrían que alinear sus funciones básicas de docencia, investigación y extensión con la solución de los problemas ambientales. El conocimiento es inerte si no se traduce en acción, por lo que no es suficiente con que estudien el problema, se requiere que generen soluciones aplicables (tecnologías limpias, modelos de economía circular, etc.). ¿Cuántas lo están haciendo? Deben impulsar la colaboración interdisciplinaria y la investigación aplicada para encontrar respuestas efectivas a este desafío global. Deben salir de sus muros y promover proyectos de transferencia tecnológica a comunidades vulnerables, asesoría a gobiernos locales en políticas ambientales o campañas de sensibilización ciudadana. Deben trabajar con las comunidades cercanas para desarrollar estrategias de adaptación y resiliencia, trabajar en proteger derechos como el acceso al agua y el derecho a un medio ambiente sano. Además, las universidades tendrían que ser un ejemplo de sostenibilidad en sus propias operaciones: cero residuos, uso de energías renovables, implementar prácticas sostenibles y promover la eficiencia energética. Por ejemplo, la Universidad de California en los EEUU ha sido muy exitosa con su Iniciativa de Carbono Cero (Carbon Neutrality Initiative), con la cual han logrado grandes resultados, gracias a la compra masiva de energía renovable y la eficiencia en calefacción/enfriamiento. ¿Se tienen los presupuestos para avanzar con programas de esta naturaleza?

En el plano cultural la aportación universitaria es invaluable. Desde las aulas se puede inculcar una ética de la responsabilidad ecológica en todas las disciplinas, para formar profesionales que tomen decisiones sostenibles, desde un administrador hasta un abogado o un médico. La educación es clave para concienciar a los estudiantes y a la sociedad en general sobre la importancia del cambio climático y las acciones que podemos tomar para reducir su impacto. Para ello, los modelos educativos deben ser reformulados, para que la sostenibilidad sea un conocimiento transversal, y no un curso opcional.

En México, algunas universidades ya han venido implementando diversas estrategias para abordar los desafíos del cambio climático. La Universidad de Guadalajara implementó la Declaración de Guadalajara por el Medio Ambiente, un proyecto que trabaja en red para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. Creó un Programa de Transición Energética con ocho ejes, incluyendo la generación de energía fotovoltaica para edificios universitarios y electrificación rural con energía renovable. El Tecnológico de Monterrey cuenta con un Plan de Sostenibilidad y Cambio Climático, en el que han invertido fuertemente en eficiencia energética y en su huella hídrica. En la Benemérita Universidad Autónoma de Chiapas hemos creado una red interdisciplinaria por la sustentabilidad, con la cual se trabaja en establecer un estándar de calidad y certificación internacional para la gestión ambiental universitaria, y así obtener la certificación ISO 14001 (Sistema de Gestión Ambiental).

Las instituciones de educación superior no pueden abdicar a su responsabilidad, porque la crisis climática es el desafío existencial más importante de nuestra generación. El reto les obliga a articular sus funciones de investigación, docencia y extensión para transformarlas de centros de conocimiento a laboratorios de sostenibilidad. Pensemos que el valor de la universidad en este siglo no se medirá solo por sus publicaciones o sus rankings internacionales, sino por la resiliencia de las ciudades que educa y la vitalidad de los ecosistemas que protege. Tienen la oportunidad histórica de demostrar que son algo más que fábricas de títulos: ser los motores de la transición ecológica justa. Auténticos centinelas de la sostenibilidad.

Presidente de la Asociación Mexicana de Educación Continua y a Distancia AC

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