Pocas universidades del país han alcanzado el máximo reconocimiento político de ser declaradas “beneméritas”. El pasado 11 de junio, el Congreso del Estado de Chiapas, a iniciativa del gobernador Eduardo Ramírez, aprobó una reforma constitucional que convirtió a la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH) en la séptima universidad del país en obtener esta distinción, siendo acompañada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, la Benemérita Universidad Autónoma de Baja California, la Benemérita Universidad de Guadalajara, la Universidad Benemérita de Guanajuato, la Benemérita Universidad Autónoma de Zacatecas y la de Aguascalientes. Muy pocas lo han logrado, no es fácil generar los méritos suficientes que generen el consenso de la clase política para el otorgamiento de un galardón que reconoce la contribución y trascendencia de la institución para el desarrollo de la sociedad, así como su excelencia educativa.
La palabra "benemérita" es un término que se utiliza para describir a una persona o institución que ha demostrado un mérito o virtud excepcional. En el contexto de la historia nacional, el término "benemérito" se ha utilizado para reconocer a aquellos que han demostrado un mérito excepcional en la defensa de la patria. Benito Juárez es “Benemérito de la Patria” por su heroica defensa de la República. En el contexto de las instituciones educativas, el término "benemérita" se otorga a aquellas que han demostrado un compromiso excepcional con la educación y el desarrollo de la sociedad. Implica un alto grado de reconocimiento, respeto y distinción por su excelencia académica, sus contribuciones y su compromiso con la educación y la investigación. La UNACH cumple a cabalidad con esos requisitos, porque en 50 años ha contribuido a la consolidación del proyecto educativo más grande en esa entidad. Ha trabajado en la generación de conocimiento para abordar los ancestrales problemas sociales en esa región y en promover el bienestar de la comunidad. Ha generado y mantenido una oferta de programas educativos que han transformado vidas y que siguen abriendo puertas a un futuro más prometedor para miles de jóvenes que antes no tenían oportunidades.
La distinción de “benemérita” otorgada a determinadas universidades no es mera parafernalia. Es un aliciente e inspiración para nuevas generaciones de universitarios. También implica un compromiso de buscar la excelencia educativa y de gestión, y de hacerlo en un contexto donde las universidades están enfrentando el reto de adecuarse a los nuevos tiempos, de adaptarse a la nueva realidad tecnológica, a la Inteligencia Artificial. Pero sobre todo, la distinción implica una mayor responsabilidad social, la cual debe asumirse a cabalidad. Conlleva la necesidad de dar respuesta a la diversidad cultural y dar atención a las clases más pobres de la sociedad en una época de clases medias menguantes. Obliga a brindar más acceso a la educación superior a las juventudes, porque es el mejor medio para reducir las desigualdades y promover la justicia social. Las universidades públicas son trascendentales como ascensor social y garantía de la democratización del acceso al conocimiento. Ese fue el motivo de su impulso por ilustrados como Condorcet: garantizar la igualdad de oportunidades independientemente de la clase social. Las universidades “beneméritas” adquieren un mayor compromiso para garantizar que todos(as) tengan acceso a una educación superior de calidad, sin importar su origen cultural, sexo-genérico o condición social.
Esta distinción es una oportunidad para reivindicar el carácter humanista de la educación superior, la cual debe estar orientada a la formación integral de ciudadanos, de mejores seres humanos que hagan posible la convivencia social, y no solamente de profesionales. Es una oportunidad para comprometerse más con la promoción del respeto y la defensa de los derechos humanos, con el combate a toda forma de discriminación, opresión y dominación; con la lucha por la igualdad, la justicia social, la equidad de género; con la defensa y el enriquecimiento de nuestros patrimonios culturales y ambientales; con la seguridad y soberanía alimentaría y la erradicación del hambre y la pobreza; y con el diálogo intercultural con pleno respeto a las identidades. Hanna Arendt solía decir que “la educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina o no”, y las universidades “beneméritas” deben trabajar con esa mística, están obligadas a amar más al mundo. Y la distinción a la UNACH como universidad “benemérita” tiene otra connotación. En una coyuntura global donde permea una injusta narrativa en contra de la importancia del conocimiento y, en particular, en contra del rol las universidades como baluartes para el progreso, este tipo de reconocimientos debe verse como un bálsamo reivindicatorio, así como un triunfo de la razón, de la justicia y de la esperanza.
Presidente de la Asociación Mexicana de Educación Continua y a Distancia AC