Por: María Emilia Molina de la Puente

Cuando se anunció que el Premio Nobel de la Paz 2025 sería para María Corina Machado, millones de mujeres en el mundo sintieron que algo, por fin, hacía justicia simbólica. No solo a una figura política venezolana, sino a todas las que —en distintas geografías, idiomas y trincheras— han defendido la democracia con la palabra, con el cuerpo, con la dignidad y, muchas veces, con la soledad. Este Nobel no es un gesto diplomático: es una declaración política, ética y profundamente humana.En tiempos de populismos autoritarios, discursos de odio y erosión institucional, el reconocimiento a María Corina Machado significa que la comunidad internacional aún puede distinguir entre el poder y la verdad; entre la obediencia y el coraje; entre la paz como silencio y la paz como justicia. La mujer que no se quebróDurante años, María Corina Machado ha sido perseguida, descalificada, inhabilitada y demonizada por un régimen que se dice revolucionario pero que ha vaciado de contenido todas las palabras que alguna vez representaron libertad. Y sin embargo, ella permaneció. No huyó, no se exilió, no aceptó el papel decorativo que tantas veces se reserva a las mujeres en la política latinoamericana.Su persistencia fue —y sigue siendo— un acto de resistencia civil y de integridad personal. Que hoy reciba el Nobel de la Paz no borra los años de censura ni el hostigamiento que padeció, pero sí resignifica su historia. Convierte la persecución en testimonio y el testimonio en ejemplo. Porque la paz, en su sentido más profundo, no es la ausencia de conflicto: es la firmeza de principios incluso cuando todo alrededor parece colapsar. Un mensaje para las mujeres del mundoHay algo inmensamente poderoso en ver a una mujer que desafía al autoritarismo desde dentro del sistema, sin armas, sin violencia, solo con la fuerza moral que da la convicción.Para las mujeres que luchan por la democracia —en Nicaragua, en Irán, en Afganistán, en México— este Nobel dice: se puede resistir sin endurecer el alma; se puede hablar aunque la voz se quiebre; se puede seguir caminando, incluso cuando el miedo acompaña cada paso.Porque las mujeres no solo hemos sostenido la democracia en las urnas o en los parlamentos. La hemos sostenido en las aulas, en los tribunales, en los mercados, en los barrios, en los movimientos sociales, en los medios de comunicación, en cada espacio donde alguien se niega a normalizar la injusticia.El premio a María Corina Machado honra esa multitud silenciosa de mujeres que no figuran en los titulares pero que son las primeras en salir a marchar, las que organizan redes de apoyo cuando hay presos políticos, las que documentan violaciones de derechos humanos, las que crían hijos en medio del miedo y aun así enseñan esperanza. Un espejo latinoamericanoLatinoamérica tiene una larga historia de mujeres que se han levantado ante el poder arbitrario: las madres y abuelas de la Plaza de mayo en Argentina, las defensoras de derechos humanos en Colombia, las periodistas asesinadas y las madres buscadoras en México, las luchadoras ambientales en Centroamérica, solo por mencionar algunas.Cada una, desde su frente, ha comprendido que defender la democracia es un acto de amor: amor por el país, por la verdad, por las generaciones que vienen.El Nobel a Machado nos devuelve ese espejo regional: la democracia no es un concepto abstracto, es una práctica cotidiana que requiere cuerpos dispuestos a sostenerla. Y cuando las instituciones se corrompen, cuando los tribunales se subordinan, cuando la prensa se silencia, son las mujeres —una vez más— quienes pagan el costo más alto y quienes asumen la tarea de recomenzar.María Corina no está sola. Es parte de una genealogía de resistencia femenina que atraviesa fronteras, una constelación de mujeres que han entendido que la justicia no se hereda: se conquista, se defiende y se reinventa. Una lección también para las democracias en crisisEl reconocimiento a Machado no debería verse únicamente como un gesto hacia Venezuela. Es también un llamado de atención para las democracias fatigadas, las que se dicen sólidas pero toleran el desprecio al disenso y la polarización como método político.Su figura encarna algo que las sociedades libres tienden a olvidar: que la democracia no es un punto de llegada, sino una construcción diaria, frágil y exigente.La tentación autoritaria no siempre llega con uniformes o censura abierta. A veces se disfraza de discurso popular, de manipulación mediática, de plebiscito permanente. Frente a esas formas sutiles de erosión, la valentía civil de Machado recuerda que el poder democrático necesita límites, contrapesos y, sobre todo, conciencia moral.Y esa conciencia, tantas veces, ha tenido rostro de mujer. El costo del corajeLa historia de María Corina también es un recordatorio incómodo: ser mujer en política, y más aún en oposición, implica pagar un precio mucho más alto.El patriarcado no desaparece en la retórica revolucionaria ni en la democracia liberal: cambia de formas, pero sigue ahí, cuestionando a las mujeres que alzan la voz, midiendo su carácter, su edad, su forma de vestir, su tono, su sonrisa.María Corina fue atacada no solo por sus ideas, sino por su condición de mujer: porque se atrevió a confrontar, porque no pidió permiso, porque se negó a ser sumisa.Y eso es lo que vuelve este Nobel tan profundamente simbólico: no premia solo la defensa de los derechos políticos, sino la afirmación de que las mujeres pueden ser —y son— protagonistas de las transformaciones históricas. La democracia como tarea pendienteEl premio Nobel de la Paz a Machado debería leerse también como un espejo incómodo para el resto de los países de la región.Porque en muchos lugares donde aún se habla de democracia, el autoritarismo ha aprendido a disfrazarse de elección popular.Porque la persecución política puede vestirse de ley, la censura puede fingir imparcialidad y la manipulación puede tener rostro amable.En ese contexto, este reconocimiento nos recuerda que la defensa de la libertad exige coraje intelectual, integridad ética y compromiso con la verdad, incluso cuando hacerlo sea impopular o peligroso.Es un recordatorio para los jueces que se niegan a torcer la ley, para las periodistas que siguen preguntando, para las académicas que siguen enseñando pensamiento crítico, para las activistas que sostienen el tejido social cuando el Estado se ausenta. Un Nobel que ilumina y dueleEs imposible celebrar este premio sin pensar en el sufrimiento de millones de venezolanos que han tenido que migrar, callar o sobrevivir en condiciones inhumanas.Pero quizá precisamente por eso el reconocimiento tiene sentido: porque en medio de la devastación, alguien siguió creyendo.Creyó en la libertad, en el Estado de derecho, en el poder del voto, en el diálogo, en el futuro. María Corina Machado representa a esas mujeres que, incluso derrotadas una y otra vez, no se entregan al cinismo.Su victoria no es personal, ni siquiera política: es moral.Y moralmente, es también nuestra.

Epílogo: el eco de una voz

Cuando se mire hacia atrás y se recuerde este momento, ojalá se diga que fue el año en que el mundo reconoció que la paz no se construye desde los palacios, sino desde la conciencia.Que la paz no se decreta: se cultiva con verdad, con justicia y con coraje.Y que una mujer, venezolana y libre, nos recordó a todas que la democracia no es un privilegio: es una causa. Y que vale la pena luchar por ella, aunque duela, aunque cueste, aunque parezca imposible.Porque —como dijo una vez otra mujer latinoamericana, Rigoberta Menchú, también Nobel de la Paz— la paz no es solamente la ausencia de guerra; mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión, difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz. Hoy, María Corina Machado encarna esa continuidad de lucha.Y su premio es también el nuestro: el de todas las mujeres que, de una forma u otra, seguimos defendiendo la democracia con el alma, con la palabra, y con la esperanza.Este Nobel pertenece a todas las que han marchado, escrito, enseñado o juzgado con el corazón en alto. A las que no se dejaron silenciar, aunque el costo fuera alto. A las que seguimos creyendo que la libertad vale la pena, incluso cuando duele.Un Nobel para las que no se rinden.Porque cuando la democracia tiene rostro de mujer, el futuro se vuelve posible.

Magistrada de Circuito.

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