Por: Sandra Romandía
Despertamos un día y todo había cambiado. La ciudad era la misma, la gente seguía con su rutina, las noticias hablaban de estabilidad. Pero algo había desaparecido. Algo tan esencial que muchos ni siquiera lo notaron hasta que fue demasiado tarde.
Así lo narró Margaret Atwood en The Handmaid’s Tale: un día, las mujeres descubren que sus cuentas bancarias están bloqueadas, que no pueden trabajar, que su libertad se evaporó en un parpadeo. Pero no ocurrió de la noche a la mañana. Fue un proceso silencioso, disfrazado de decisiones políticas que parecían inofensivas hasta que construyeron un régimen totalitario.
México no es Gilead, pero Morena está haciendo méritos.
Los golpes a la democracia no llegan con estruendo, sino con modificaciones legales, decretos administrativos, cambios en las estructuras de poder que parecen técnicos, pero que van quitando piezas clave al sistema hasta dejarlo irreconocible. Se aniquilaron los órganos autónomos, el Poder Judicial fue derribado y ahora van por el último bastión que garantiza elecciones libres: los tribunales electorales estatales.
Y mientras eso ocurre, el reacomodo del poder dentro de Morena empieza a mostrar señales de que Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México, no tiene el control absoluto que algunos creían.
En política, los gestos importan tanto como las decisiones. Y el gesto de los líderes parlamentarios de Morena en el Zócalo el domingo pasado dejó claro quiénes se sienten realmente en el centro del poder. Mientras Claudia Sheinbaum saludaba a los invitados de la primera fila, detrás de ella, Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Luisa Alcalde, Manuel Velasco y, en el centro de la foto, Andrés Manuel López Beltrán, el hijo del expresidente, posaban para la imagen del momento. Ni siquiera notaron a la mandataria pasando detrás de ellos. No la miraron, no la saludaron. Cuando quisieron hacerlo, ya era tarde. Ella siguió caminando. La escena fue tan evidente que uno de los protagonistas, Adán Augusto, tuvo que disculparse públicamente, justificando que en “la emoción del momento” no se dieron cuenta de la llegada de Sheinbaum.
Pero, ¿cuándo en la historia reciente de México un presidente había sido ignorado por su propio partido? Nunca. Y menos por el hijo del expresidente que ahora, como secretario de Organización de Morena, acumula cada vez más poder.
Morena ha construido su hegemonía política con una estrategia clara: desmontar los contrapesos, asegurarse de que no haya árbitros imparciales y, sobre todo, consolidar el control territorial. En la elección pasada no solo se jugaba la presidencia y el Congreso. También se jugaban los estados. Morena ha logrado colocar a 23 gobernadores y ahora busca garantizar que la renovación de poderes estatales no le represente un obstáculo. No se trata solo de influencia política, sino de control financiero. Porque quien maneja el dinero de los estados, maneja campañas, estructuras y lealtades.
El partido en el poder entendió que la democracia no se destruye con un solo golpe, sino con una serie de reformas que parecen aisladas, pero que en conjunto garantizan un dominio absoluto. Primero, la eliminación de los órganos autónomos. Después, la aniquilación del Poder Judicial. Ahora, la designación de 56 magistrados electorales locales en 30 estados. Con ellos, podrán validar candidaturas, impugnaciones y resultados a su conveniencia.
La democracia es un auto que todavía se mueve, pero al que le están cambiando piezas sin que el conductor lo note. Hoy son los tribunales, mañana será el INE, después las reglas de la competencia electoral. Cuando la gente quiera reaccionar, el vehículo ya no servirá para otra cosa que no sea llevar al mismo grupo de siempre en el asiento del conductor.
Nietzsche decía que el problema del poder absoluto es que quienes lo detentan terminan por convencerse de que lo merecen. Que su permanencia es una necesidad histórica, que su salida es impensable. Pero el verdadero peligro no es lo que piensan los que gobiernan. El verdadero peligro es la pasividad de los gobernados.
¿A nadie le inquieta que un hijo de expresidente sea ya la figura central del partido en el poder? ¿A nadie le preocupa que los gobernadores de Morena controlen no solo el dinero federal, sino los recursos de los estados para perpetuar su hegemonía? ¿O seguiremos despertando cada día, pensando que todo sigue igual, hasta que un día descubramos que ya es demasiado tarde?