Por: Veka Duncan

Si hay un año bisagra en la historia de nuestro país, un antes y un después en la conformación del México contemporáneo, este es sin duda el de 1968. No es necesario enlistar aquí los acontecimientos por todos conocidos, pero merece la pena evocarlos en el marco del Día de la Bandera – fecha que hoy conmemoramos – ya que fue también en 1968 que tomó la forma a la que hoy le brindamos honores. Podríamos así asegurar que aquel año nuestra patria cobró su rostro actual en más de un sentido.

Los hechos fatídicos y gloriosos de 1968 se entrelazan, de cierta forma, en la historia de la bandera. Como bien se sabe, los Juegos Olímpicos se presentaron como una oportunidad única para mostrarle al mundo un nuevo México, moderno y pujante. Hasta ese momento, la bandera utilizada seguía siendo la instituida por Lázaro Cárdenas en 1938, y mucho había cambiado en el país desde entonces. Fue así como el presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenó la creación de un nuevo símbolo patrio que representara al México contemporáneo. Una de sus preocupaciones era la imagen que proyectaba del país, pues hasta entonces la cabeza del águila aparecía agachada, una actitud que no parecía representar la fuerza de un pueblo que había luchado por su soberanía; para Díaz Ordaz el águila debía mostrarse agresiva, lo cual, en retrospectiva, resulta estremecedor.

Fue al arquitecto Pedro Moctezuma Díaz Infante a quien se le comisionó la búsqueda del artista que debiera reimaginar el lábaro patrio y eligió a un muralista con una destacadacarrera en el ámbito de la gráfica: Francisco Eppens. Además de haber formado parte del afamado Taller de Gráfica Popular, el potosino de origen suizo tenía ya un largo camino recorrido en la reinterpretación del imaginario nacional, pues había realizado una importante producción de timbres postales entre los años 30 y 50. Aunado a esto, desde la década de los 50 se había posicionado como un reconocido muralista, realizando obra monumental en instituciones como las facultades de Medicina y Odontología de la UNAM, o el Hospital Infantil de México.

En sus murales, Eppens ya había ensayado motivos similares a los que apreciamos en su rediseño del símbolo nacional. Imbuido por el espíritu patriótico e indigenista de su tiempo, a menudo recurría al pasado prehispánico como inspiración, tomando particular interés en las figuras de la serpiente y el águila. Un antecedente especialmente destacado en esta historia es un mural realizado para la compañía constructora ICA en el que una serpiente emplumada recorre la historia arquitectónica del país; ahí, el ceño fruncido y el pico abierto le brindan un aspecto enjundioso al mítico animal. Eppens fue un artista preocupado por lo simbólico, siempre buscando transmitir mensajes con su obra tanto gráfica como plástica, y es precisamente eso lo que le permitió legarnos la bandera que hoy conmemoramos.

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