Observar el fenómeno. Dar cuenta de lo mirado y ponerlo en un marco intercambiable: social, político o económico; volver aritmética los cuerpos, hacer la suma cotidiana de quienes de un día para otro ya no están, suponer que la acumulación de cifras y la estadística conforman un código para que al mentar el fenómeno nos hagamos cargo de su magnitud y de su desarrollo, en el tiempo, en el territorio: un número hoy, otro mayor mañana y éste seguramente menor que el que el de año entrante, asignar cantidades por género y por edad. Observar. Desfigurar. Reconfigurar.
Con los números que la observación arroja comparamos ciudades: más es mejor que menos (puede ser al revés, que menos sea lo deseable). Quién recuerda el valor de cero; simplemente gana la cantidad más baja, digamos en robos, aunque la diferencia a favor, o en contra, se dirima entre 995 y 978.
Cómo dar cuenta del dolor, de la rabia, de la no justicia, ¿hay algo de todo esto en las unidades, en las decenas, en las centenas de millar? ¿Cómo se grafican la soledad o la violencia objetiva? Las imágenes terminan por alejarnos de lo mirado y las cifras nos distancian de la posibilidad de compadecernos, de indignarnos. Observar como quien pone los ojos más allá, y para después.
De la Plataforma de Seguridad de la que Jalisco Cómo Vamos es parte, octubre de 2020: cuatro fosas, 104 cuerpos. Cuántas madres, padres, esposas, hijos, hijas esperan a alguno de los contenidos en el uno seguido del cero y éste del cuatro. Qué cantidad de criminales es necesaria para matar diez decenas de semejantes, más cuatro (¿los persiguen?); cuántos bastan para cavar las fosas, para aventar en ellas los despojos humanos predispuestos en bolsas.
Por cuáles calles pasaron los vehículos con los cuerpos inertes y qué número de policías, de los que sean, de guardias nacionales, se toparon en su transitar. Pero se trata de observar: cuatro fosas, 104 cuerpos, y ya estamos en diciembre. Contemplar rigurosamente los números; anatema para quien trace un ocho donde va un siete, condenación para quienes pequen de inocencia: no hay guarismo confiable, imposible ojear la realidad verdadera que los mismos datos confiscan.
Asesinatos, desapariciones -de hombres y mujeres- extorsión, trata de personas, robos, asaltos… miedo, todo mezclado en el ábaco de la observación meticulosa; fingimos que quien quiere puede aproximarse al fenómeno de la violencia consentida que padecemos y los gobernantes se desuncen de la responsabilidad con la vista puesta en el contador: menos cuentas de color rojo que en el mes pasado, o que hace un año, pero sobre todo, menos que las que tiene el ábaco del estado vecino.
Cuál es el valor numérico de esa sensación mortificante que inunda el imaginario en muchas zonas del país, la que podemos expresar de este modo: no hay remedio, hay adaptación; y con ganas de ser propositivos: hay voluntad por observar. Es tiempo de ir a más: mirar, ser críticos de aquello que miramos, actuar para que eso que vemos, en este caso, la seguridad pública, sea componente de la calidad de vida que anhelamos.
Las ventajas que todavía tenemos son los grupos de especialistas, de académicos, de ciudadanas y ciudadanos dispuestos a poner en común más que sus maneras de ver. La desventaja es que la aritmética de nuestra inseguridad tiene contentos a los gobernantes, ya aprendieron a organizar verbenas a cada décima de punto porcentual que perciben favorable.
Observatorio Ciudadano de Calidad de Vida
@jaliscomovamos